Reformas necesarias para modernizar la economía
Argentina está estructuralmente estancada desde hace años. Las dificultades para sostener el crecimiento y avanzar en una agenda de desarrollo económico y progreso social han sido evidentes, tanto en este gobierno como en el anterior. Superarlas requiere encarar un proceso de reformas inteligentes.
Para que la producción argentina pueda efectivamente competir en un mundo donde la mayoría de los gobiernos invierten recursos y esfuerzos en fomentar sus industrias y su producción, hay que priorizar cambios que modernicen nuestro esquema tributario, nuestras relaciones laborales y nuestro sistema educativo, para hacerlos aptos de cara a los desafíos del siglo XXI.
Las reformas precisan un norte concreto, con objetivos claros, cumplibles y medibles. Implican cambiar la forma en la que hacemos las cosas. Los convenios que rigen las relaciones laborales, por caso, tienen en promedio más de medio siglo y prácticamente no incluyen referencia a cuestiones que hoy son imperiosas para competir, como la productividad, la innovación y los avances tecnológicos como la robotización y la inteligencia artificial.
La modernización tributaria y laboral van en muchos casos de la mano. Sin impactar en el salario que reciben los trabajadores, que son el motor del mercado interno, Estado, empresas y trabajadores tenemos que diseñar políticas que fomenten la creación de nuevos empleos y la formalización del tercio que hoy no está registrado.
Una buena medida en esa dirección fue la reforma de la ley de accidentes de trabajo (ART), que ha reducido significativamente la litigiosidad y, con ello, el cargo que las empresas pagan a las aseguradoras. Pero hay mucho más por hacer: un ejemplo es el aumento generalizado del mínimo no imponible a partir del cual las empresas pagan cargas patronales, en línea con el anuncio reciente del gobierno para pymes de algunas economías regionales. Otro, la deducción de impuestos a partir del pago de esas cargas, algo que incentivaría la formalización. Y también, la posibilidad de que se puedan modificar tareas de acuerdo a los procesos cada vez más flexibles de producción de la economía actual.
En esta misma línea tiene que moverse el sistema educativo y formativo, que fue diseñado para generar personas competentes y disciplinadas, pero encargadas de tareas especializadas y esquemas de producción estables. En el mundo de la Industria 4.0 ya no hay tales certezas, y la capacitación permanente para adaptarse, innovar y ser creativos ante el combo de digitalización, automatización y Big Data no es solo una urgencia para ser más competitivos sino que también deber ser un derecho de los trabajadores, que les garantice su empleabilidad futura.
Hoy tenemos que formar a jóvenes que van a ocupar empleos que todavía no existen, en los que la frontera que separa a los seres humanos de los robots se vuelve borrosa y movediza. La clave del éxito es formar a las nuevas generaciones en habilidades cognitivas y prácticas concretas, más que en conocimientos enciclopédicos, y poner a nuestros jóvenes en contacto de manera temprana con el mundo real de la producción, para que puedan desarrollarse en el campo donde se libra la batalla de la innovación.
En Argentina entramos a esta realidad global con algún retraso, pero con gran potencialidad. Tenemos una importante tradición productiva, con capacidades adquiridas y acumuladas a lo largo de décadas, y cuyo mejor exponente es la capacidad humana (ocupamos el puesto 47 entre 189 países según el PNUD). Nuestros recursos naturales son abundantes pero, dado el tamaño de nuestra población y nuestro territorio, no son por sí solos suficientes para garantizar un buen nivel de vida para todos los argentinos. Para sacar partido de este potencial en beneficio de todos, tenemos que acordar un proyecto de desarrollo, de fondo y de largo plazo. Para eso, hay que cambiar, pero cambiar en serio y en la dirección correcta.
El autor es dirigente industrial