Reformar la Justicia para crear una Cristina eterna
Las leyes que hoy se dispone a aprobar el Senado buscan, además de dominar a los jueces, el anhelado tercer mandato
Con tal de retener el poder, Cristina se ha lanzado a una aventura leguleya - la llamada reforma judicial -, tal como lo hizo en 1999 Carlos Menem, quien también buscó alguna ingeniería jurídica sofisticada para conseguir su re-reelección.
Entonces, el riojano ya había consumido sus dos períodos de gobierno. El primero, entre 1989 y 1995. Reforma constitucional mediante, prolongó su mandato entre 1995 y 1999. Le tocaba irse, ya que la Constitución sólo permite gobernar dos períodos , pero se resistía y para quedarse apeló a diversas argucias. Sostuvo, por ejemplo, que podía ser reelegido ya que había sido presidente sólo un período: el anterior no contaba, porque se regía por una Constitución distinta. Un razonamiento que ahora mismo usa Evo Morales para postularse por un tercer turno, aunque la Constitución boliviana sólo le permite gobernar dos. Evo sostiene que debe contarse el tiempo a partir del nacimiento del Estado Plurinacional de Bolivia, que para el presidente andino es un nuevo país que nada tiene que ver con la Bolivia anterior.
A la hora de buscar estratagemas, Menem amenazó con llamar a un plebiscito o apelar a formas sibilinas de contar el número de legisladores habilitantes de una reforma constitucional, por ejemplo, los dos tercios de los legisladores presentes. Un partidario de Menem presentó un recurso de amparo ante la Corte, argumentando que la Constitución violaba los derechos humanos porque le impedía a un ciudadano (el ciudadano Carlos Saúl Menem) el derecho elemental de "elegir y ser elegido". La propaganda menemista sostenía que impedir la re-reelección era una forma de proscripción semejante a la que, entre 1955 y 1973, había excluido a Juan Perón de la política argentina. El país se llenó de logos, camisetas y carteles que rezaban "Menem 99".
Ahora, los cerebros mágicos que asesoran a Cristina han comenzado a tejer una filigrana similar. La inconstitucional reforma del Consejo de la Magistratura permitirá, si no es detenida a tiempo por la Justicia, que en las cruciales elecciones para renovar el Poder Legislativo del próximo octubre se voten también a los integrantes del Consejo de la Magistratura. Según una cláusula introducida a último momento en el proyecto, sólo los partidos que estén habilitados en 18 distritos electorales podrán unir las candidaturas al Consejo a las boletas para candidatos legislativos. Eso permitirá, piensan los alquimistas de la Casa Rosada, nacionalizar la elección, obviamente a favor del Frente para la Victoria. Cristina alcanzaría entonces a volcar la balanza de un electorado polarizado y de esa forma, el oficialismo conseguiría los dos tercios en la Legislatura. Y con ello, se decretaría la necesidad de la reforma. Y con ella? En todo caso, la cuestión es arrimar, porque si algún numerito falla, siempre quedan los conocidos y non sanctos recursos de último momento para sumar voluntades en el recinto.
En definitiva, Cristina hace lo mismo que Menem. Recurre a artimañas, ardides, trampas.
Le busca los cinco pies al gato, hurga en los papelotes tribunalicios. Sus enfebrecidos chambelanes, como alquimistas del Medievo, combinan filtros y probetas para fabricar la monstruosa criatura. El Frankenstein buscado se llama Cristina eterna.
Al hacerlo, el Gobierno se identifica, con una retórica distinta, a aquello que David Viñas llamó en uno de sus libros "el menemato", con sus rasgos típicos: corruptela, incondicionalidad, cinismo visceral.
La reforma judicial que hoy presumiblemente aprobará el Senado no procura, como sostienen sus partidarios, llevar aire fresco a la Justicia y ponerla al alcance de más personas. Es, por el contrario, un subterfugio inconstitucional usado como excusa preparatoria de nuevas maniobras de perpetuación. Y una herramienta para dominar, a partir de la mayoría propia en un Consejo que verá aumentado su número de miembros, al Poder Judicial.
Si la Presidenta quiere otra Justicia para la Argentina, que salga a la palestra y explique de qué Justicia se trata, que convenza a los que dudan de sus intenciones y se exponga a los contradictores. A cara limpia, con lealtad y respeto hacia la sociedad a la que dice querer beneficiar. Así se hacen las reformas profundas y duraderas en una democracia.
La Presidenta y sus alquimistas leguleyos no han sido leales con los propósitos nobles que proclaman. En cambio, los degradan con estas maniobras nocturnas. ¿Cómo se puede calificar una reforma judicial aprobada entre gallos y medianoches? ¿Qué van a hacer a partir de ahora, jugarán una partida de ajedrez con los plazos? ¿Van a primerear a los siempre algo ingenuos opositores para meter alguna cuñita? Si hoy, 8 de mayo, el Senado convierte en ley las reformas al Consejo de la Magistratura, ¿el 13 de mayo el Poder Ejecutivo convocará a las elecciones legislativas que incluirán candidatos a consejeros? ¿No hay tiempo para apelaciones? ¡Una jugada perfecta! ¡ Chapeau ! Y ahora, a pensar nuevas artimañas.
Los seguidores de Cristina alegan que se trata de un recurso legítimo. Las reglas del juego, sostienen, son válidas siempre que se respete la regla esencial, a saber, la vigencia del sufragio. ¿Qué importa la ingeniería electoral si la respaldan los votos? Aquí se abre un debate filosófico que podría remontarse hasta 1933, cuando el pueblo eligió canciller de Alemania, con sus votos, a Adolfo Hitler. Desde entonces, por este caso extremo sabemos que el origen eleccionario de un gobierno no es una garantía democrática.
Con esta reforma judicial se completa la parábola kirchnerista. Comenzó en 2003, con una Corte Suprema que todos, hasta los adversarios, aplaudieron como un gran logro. Termina con esta ley que demoniza a la Corte y al Poder Judicial, acusado de beligerante bajo un infamante calificativo: es otra "corpo". De esta manera, el Gobierno tira por la ventana uno de los méritos que incluso sus adversarios le reconocíamos.
El sentido circular de lo sucedido se agiganta si se mira de cerca el final del menemismo y el que podría ser el final del ciclo kirchnerista. Ni Menem ni Cristina aceptaban irse. Se aferraron al poder. En esa patología, ambos presidentes, elegidos por amplias mayorías, dieron la espalda a la Constitución. En uno y otro caso, inventaron artilugios tribunalicios. En un caso no prosperaron. En el otro?
En 2003, el presidente Néstor Kirchner heredó una desprestigiada Corte menemista. Jubiló a algunos miembros. Convocó a una prestigiosa jurista que integraba un tribunal internacional. También a otra mujer del foro, de larga y honrosa trayectoria. Llamó a hombres de derecho intachables y conservó a los más antiguos miembros. Durante la década kirchnerista, esa Corte tuvo sus más y sus menos con el Gobierno. Pero en años en los que diversas elites perdieron buena parte de su prestigio, la Corte lo mantuvo. Ahora se enfrentará a una encrucijada. El apetito de poder del círculo gobernante trama un artilugio sucesorio que vulnera la Constitución. La Corte, esta Corte que forjó Néstor Kirchner y que fue saludada como uno de sus principales aportes, puede ser la que clausure la perversa fantasía de la autosucesión.
© LA NACION
lanacionar