Redes, pandemia y discapacidad
Marcela Pelanda es una formadora de maestros con la que trabajamos desde hace muchos, pero muchos años. Nuestra tarea conjunta se desarrolló principalmente en la Escuela Normal Superior Nº 1 en Lenguas Vivas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en la que yo fui el primer rector elegido por los claustros de profesores, graduados y estudiantes y ella fue quien me sucedió al acceder al cargo de la misma forma. Ambos compartimos –entre otros intereses– la pasión por el normalismo y una defensa de la educación pública de excelencia.
Marcela tiene una familia numerosa y José Ignacio Cortiñas (Nano, así le dicen en su casa) es el menor de sus seis hijos. Desde hacía bastante tiempo, Nano insistía en querer trabajar, así fue que Magdalena –una de sus hermanas– escribió en su red Linkedin este deseo, que inmediatamente se viralizó.
Fue un sábado de julio del año pasado, después de cuatro meses de cuarenta estricta. El domingo, Nano ya había tenido diferentes entrevistas de trabajo virtuales. Sí, un millón trescientas mil setenta y mil novecientas ochenta visualizaciones, dos mil doscientos comentarios y cincuenta y un mil reacciones movilizaron a toda una familia en torno al deseo de Ignacio y el alcance que este podía tener.
Quienes respondieron referían a asesoramientos como familia; otros se acercaron a darles clases especiales. Hubo quienes propusieron nuevas y valiosas alternativas para gestar microemprendimientos familiares y también se presentaron aquellos que vinieron a ofrecerle un trabajo desde sus empresas. Todos comprendiendo la realidad de una familia con un joven con discapacidad que en pleno ejercicio de sus derechos reclamaba un lugar de trabajo.
El 1º de agosto de este año, Nano cumplió un año de trabajo en el Grupo Gaman, un conjunto de empresas cuya especialidad es el asesoramiento de seguros. Ese mismo domingo de julio, su titular, Juan Manuel Manganaro –junto a su secretaria–, le realizó una entrevista. La familia pudo conocer la empresa y así comenzó esta experiencia laboral en los tiempos más complejos que atraviesa el país y el mundo.
Nano, de 21 años, tiene síndrome de Down y su ambición era trabajar para la Argentina, como él decía. Aprendió a organizar sus tiempos, elegir su ropa, prepararse para llegar al centro de la ciudad, y cargar las baterías de su tablet y su teléfono entre otras tareas.
En el trabajo, aprendió a subir el ascensor, saber qué actividad tiene la empresa en cada piso, conocer los nombres de muchos empleados y conversar en un ámbito laboral. Como asistente de comedor, organizó la sanitización de todos los que ingresaban, colaborando con las necesidades. Luego, por la tarde, como asistente contable, digitalizaba y enviaba las facturas. Asistió al director en las reuniones.
Sus días cobraron un significado lleno de nuevos aprendizajes incorporados a partir de los requerimientos de la vida laboral. Hoy su familia y su entorno celebran no solo este logro, que trasciende la vida de Nano, ya que la escucha de sus necesidades abrió camino a que otros se sumaran a la inclusión de jóvenes con discapacidad en las empresas.
La potencia de difusión de las redes de forma democrática, la sensibilidad de los otros, el valor de los empresarios y los buenos deseos hicieron posible que Nano cumpliera un año de esta experiencia laboral y otras nuevas experiencias comiencen a rodar, no solo para él, sino también para muchos otros que han sufrido todo este tiempo de aislamiento.
Cuán posible sería que el Estado, que tantas cuestiones de la vida de nuestra sociedad regula, dedicara esfuerzos para fomentar, facilitar y acrecentar este tipo de experiencias laborales.
Educador, exrector del Colegio Nacional de Buenos Aires, director de la Escuela de Formación en Ciencias