Recuperar el orgullo empresarial
Un país que hace más de una década no crece, y cuyo producto bruto por habitante casi no ha aumentado desde la vuelta de la democracia, es un país que fundió sus motores de crecimiento y de los sueños. Una nación agotada, que ha quintuplicado el nivel de pobreza en el último medio siglo, reclama una avenida de progreso. En toda nación exitosa, ese progreso se da siempre con un sector empresarial vigoroso y orgulloso del rol que cumple en la sociedad. Con la empresa no alcanza, pero sin la empresa no se puede.
Por eso, una nación no puede construirse sobre una teoría de la sospecha recayendo sobre sus emprendedores y empresarios. Tampoco una vida personal se puede desarrollar sobre un complejo de culpa de la tarea que se desarrolla: sacamos lo mejor de nosotros cuando tenemos orgullo de nuestra identidad. Ser empresario nos enfrenta con la acción creadora en su máxima expresión. Es una tarea que comienza con una emprendedora o emprendedor y, con el tiempo, evoluciona en una empresaria o empresario.
El trabajo está en el centro de la dignidad personal, construye nuestra identidad, nos define. Somos lo que hacemos del mismo modo que hacemos lo que somos. La tarea empresarial es uno de esos trabajos con el potencial de convertirse en luz de la organización social económica, de ser energía creadora humana en su máxima expresión.
Detrás de nuestro alimento, de nuestra salud, de nuestro transporte, de nuestra información, de nuestras ropas, de nuestros medicamentos, de nuestras comunicaciones, hay cientos de miles de emprendedores y empresarios que han jugado su vida para resolver nuestros problemas y darnos la posibilidad de acceder a una vida mucho más humana. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos hay nombres de mujeres y hombres que han trabajado duramente, puesto en riesgo su salud y sus ahorros, para hacer posible nuestro estilo de vida actual. Mirar toda la bondad del mundo que nos rodea es mirarle la cara a emprendedoras y empresarias que se dibujan detrás de los productos y servicios que consumimos cada jornada.
No es un planteo ingenuo, y esa tarea empresarial debe ser sanada, como toda tarea humana, para que no se vuelva contra la misma persona. Deberá ser regulada, fiscalizada, ordenada. Pero siempre reconociendo que en el sustrato más profundo de la tarea empresarial hay una algo mágico, vibrante, absolutamente humano (y por tanto, divino). Es la bondad intrínseca de la tarea empresarial lo que le da su valor y lo que llama a mujeres y hombres a llevarla a cabo. Pocas cosas nos hacen más humanos, nos diferencian más del resto de la creación, que la capacidad creadora. Y allí están los empresarios y empresarias ordenando el mundo, combinando actividades para llevar a la sociedad hacia un nuevo y más alto escalón.
La sociedad argentina necesita desesperadamente recuperar el orgullo empresarial. Sus empresarios y emprendedores necesitan recuperar la pasión por el progreso y la satisfacción por la legítima ganancia por el esfuerzo realizado. Más aún, es necesario elevar el valor del goce de la tarea empresarial. Es el placer de hacer crecer una organización por los méritos del esfuerzo y la creatividad y la dignidad del fracaso, si tocase. Sí, la dignidad del fracaso, la dignidad de haberse equivocado, de enfrentar un profundo dolor sin actitudes victimistas, ser dueños de nuestras acciones y responsables de sus consecuencias.
La dignidad de la persona reclama reconocimiento cultural, un reconocimiento que se le debe en justicia por el esencial e insustituible valor de su tarea. Para volver a construir un país próspero es esencial recuperar el orgullo empresarial. Argentina será un país con un sector empresarial vibrante, o seguirá siendo un proyecto fallido de nación.
Profesor IAE Business School, Universidad Austral