Recordando el Holocausto: la historia de Berl, un legado de memoria y educación
Dice un viejo poema escrito tras el Holocausto: “Todo hombre tiene un nombre que Dios le dio, que sus padres le dieron. Todo hombre tiene un nombre que su altura y su sonrisa le dieron, que sus vestiduras le dieron. Todo hombre tiene un nombre…”. Berl fue mi bisabuelo, vivió y murió en Kobryn, un pueblo de Bielorrusia a tan solo 100 kilómetros de la ciudad de Varsovia. Cumplía las funciones de shamash y gabai de la sinagoga (administración y funcionamiento de la casa de rezo y de la comunidad).
Berl es en idish. El idish ha sido históricamente el idioma de los askenazíes, los judíos de Europa central y oriental, y de sus descendientes en todo el mundo. Tal como decía el Premio Nobel Isaac Bashevis Singer, el idish es el idioma de la diáspora, sin tierra, sin límites, que no depende de ningún gobierno. Berl castellanizado es Bernardo. Mi primo Sergio, fallecido muy joven, y yo heredamos su nombre. El diminutivo de Berl es Berele y así fue como me crié. De esa manera me llamaban en el shule, la escuela judía, y en mi comunidad.
Sus hijos León -mi abuelo- y David llegaron a la Argentina entre guerras. Mi papá Pedro nació aquí en 1929. Mi bisabuelo Berl lo conoció cuando tenía 7 años. Hay una foto típica de la época, de las que se sacaban en estudios de fotografía, que inmortalizó ese día. Berl había venido a traer a Eñe, quien sería la esposa de su hijo David. Era el año 1936.
Los nazis ya estaban en el poder, su amenaza contra las libertades, las democracias y en especial a los judíos se convertían día a día en trágicas realidades. Su antisemitismo sangriento infectaba toda Europa, segregaba, deportaba y asesinaba con el silencio y la complicidad de gobiernos y sociedades. La valentía, solidaridad y resistencia fueron excepciones.
Berl desoyó los pedidos de sus dos hijos y nietos. No quiso quedarse en Buenos Aires, en Kobryn lo reclamaban su familia: esposa, hijos, hermanos y sobrinos y la comunidad a quien se debía.
Murió en el Holocausto. No sé cómo, dónde, ni la fecha. Pudo ser en el gueto que los nazis establecieron en las afueras de Kobryn, o en las fosas comunes que ellos mismos fueron obligados a cavar antes de ser asesinados, o bien enviados a un campo de exterminio.
Su voz, como la de los 6.000.000 de judíos asesinados, claman desde sus tumbas por justicia, memoria y educación.
Supe mi historia no hace mucho, sólo algunos meses atrás. Pablo Sirvén, enterado de esto, escribió entonces un comentario y lo tituló “Duelo demorado”. Nada más indicado para describirlo.
Hoy los judíos del mundo conmemoramos Iom Hashoa Ve Hagvura, su traducción literal es Día del Holocausto y el Heroísmo. Lo hacemos en este día desde 1951, cuando se decidió tomar como fecha emblemática de la larga y trágica noche del genocidio perpetrado por los nazis, el inicio del levantamiento del gueto de Varsovia que se produjo la noche del 27 de Nisan, del calendario hebreo del año 1943. En la víspera de Pesaj. Los judíos llevamos heridas profundas. Huellas que el nazismo nos dejó. Las tenemos individualmente y como pueblo, que se agregaron a la larga y profusa historia del antisemitismo y las persecuciones que en su nombre soportamos. Las hemos curado apegándonos a la vida, inspirados en la búsqueda de la justicia, en la defensa de la libertad y el cuidado y salvaguarda de nuestra dignidad. Apostamos a la educación, a construir un mundo sostenido en valores, donde nos reconozcamos y respetemos mutuamente, honrando y celebrando la vida día a día. Mi bisabuelo Berl me legó su nombre y mucho más, su voz que nunca se apagó, se hace cuerpo en mí, pues ya no puedo pensar de otra manera mi recorrido involucrado en la educación no formal, en la memoria del Holocausto y en la defensa de los derechos humanos.
Mi historia es una más en la de millones. Cada uno de nosotros nos hacemos cargo de ella, son nuestras raíces e identidad. Las reivindicamos y así nos constituimos permanentemente como pueblo. Nadie y nada queda en el olvido porque sabemos, como escribió Gabriel García Márquez, recordar es fácil para el que tiene memoria, olvidar es imposible para quien tiene corazón. En Iom Hasoa, el día del Holocausto y el Heroísmo, año tras año volvemos a honrar a nuestros héroes y mártires, de la misma manera que cada día damos vida a quienes nos precedieron, tomando sus enseñanzas, mejorando y honrando su legado.
Somos su continuidad y eso nos llena de orgullo. Y yo por primera vez recitaré este día el Kaddish, la oración de duelo y que santifica el nombre de Dios, en memoria de mi bisabuelo Berl Avruj.
Presidente Honorario del Museo del Holocausto