¿Reconocemos los argentinos los valores de Francisco que conmueven al mundo?
Hay una diferencia filosófica, y también de hecho, entre un gesto y una acción. En el caso de Francisco la complementariedad de ambas es lo que da encanto a cada paso de su Pontificado. Él le habla a la humanidad con un mensaje claro de fraternidad en cada encíclica y lo traduce en acciones fuertes y contundentes que nos interpelan. Como su primer viaje a Lampedusa, lugar que encarna una de las tragedias humanas más dolorosas de esta época, o el último a Irak, sin dudas de una audacia indiscutida para mostrarnos con su ejemplo qué es la fraternidad humana, la búsqueda de paz, el resignificar lo espiritual y construir una sociedad humanista. El verdadero camino a seguir.
Él nos habla en sus encíclicas Laudato Si y Fratelli Tutti, como en sus homilías, cartas, etc., de una humanidad que debe discernir su rumbo, que debe hermanarse, que debe poner en el centro de todas las cosas el corazón del hombre y nos interpela como humanidad con su concepto de casa común o su imagen del poliedro. Sus mensajes y sus gestos no le hablan solamente al pueblo cristiano sino a la humanidad toda mostrándonos la brújula que podría guiarnos a una nueva era de valores globales que debemos abrazar como humanidad.
Desde las miradas a veces inmaduras y pequeñas que desde Argentina leemos o escuchamos de supuestos traductores de sus acciones, nos estamos perdiendo su verdadero mensaje que derrama al mundo. Mensaje que cuando lo teníamos entre nosotros como Arzobispo de Buenos Aires nos regalaba y nos conmovía. Tuve la bendición de trabajar con él y aprender a su lado durante diez años; fui testigo y puse en acción -junto a otros laicos y sacerdotes- numerosos y profundos gestos como sus homilías en el Tedeum alertando sobre las inequidades sociales, o acompañando a las familias de Cromañón en su dolor y advirtiéndonos que la corrupción se lleva consigo vidas. O cuando reunió por primera vez en Argentina a los líderes de todos los credos y plantó junto a ellos el árbol del Olivo que aún está en nuestra Plaza de Mayo como símbolo de diálogo fecundo, de riqueza de la diversidad, de necesidad y camino para sanar las heridas que nos dividían en aquel momento histórico de nuestro país. Hoy el árbol está hermoso pero la placa que lo recuerda, destruida. También en la instalación de la carpa por la paz en la Plaza de Mayo cuando en 2003 se desató la guerra en Irak y propició que miles de argentinos se reunieran alrededor de tres simples carteles que nos interpelaban. La única consigna escrita fue: Paz, Shalom, Salam. Es el mismo que creó “Escuela de Vecinos” para darles voz, espacio de participación y contención a miles de jóvenes, incentivando la importancia de comprometernos con lo público, con lo de todos, con el bien común. Invitándonos a no balconear la vida. Sus caminatas por los barrios populares acompañando a sus sacerdotes con olor a oveja, creando estrategias concretas para evitar el flagelo de la droga en nuestros barrios, etc.
Ese Bergoglio, Padre Jorge, ese argentino hoy continúa interpelándonos. Ahora a la humanidad toda eligiendo el nombre y el espíritu del Pobre de Asís: Francisco. Replicando o amplificando esos gestos que nos regalaba en su entrañable Buenos Aires. Él sigue siendo ese Pastor.
Van ocho años en los que le mostró al mundo su cercanía de siempre con los pobres, los descartados, su preocupación por la educación, el medioambiente, la cultura del descarte, etc. Nos habla a todos sin importar nuestra raza, credo, condición económica o lugar donde nacimos mostrándonos los volquetes existenciales que frecuentamos, nuestra sequedad espiritual y el daño que nos causa. Nuestra imposibilidad de respetar nuestras diferencias y caminar juntos en lo que nos une: la construcción de una casa común en la riqueza de la diversidad. A todos, ricos y pobres nos guía en cada palabra y en cada gesto.
El hace ocho años Papa Francisco nos muestra la periferia de la sociedad y nos invita a todos a cambiar el rumbo. El pobre de Asís nos está hablando en este tiempo, nos invita a un auténtico amor fraterno que sane y supere las heridas de la humanidad. Nos invita a construir y encarnar nuevos valores globales. No nos ceguemos más con supuestos intérpretes, no lo miremos desde la realidad solamente argentina, no nos perdamos al Papa Francisco.
Diputada nacional por CABA (Pro-Juntos por el Cambio)