Recertificación médica, un control de calidad periódico que debería ser obligatorio
El conocimiento en medicina avanza a un ritmo tan vertiginoso que obliga a observar la actualización permanente que requiere el ejercicio de la profesión para cumplir con los estándares mínimos exigibles
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La evolución del conocimiento en medicina avanza a un ritmo tan vertiginoso que obliga a poner el foco en la actualización permanente que requiere el ejercicio de la profesión para cumplir con los estándares mínimos exigibles. Mientras que en 1950 llevó alrededor de 50 años que el total de la información médica se duplicara, en 1980 se aceleró a un estimado de 7 años; en 2010, a 3,5 años, y a solo 73 días en 2020 (Ian Chuang, “El dinamismo del conocimiento clínico”). El principio de equidad en la atención de la salud impone la necesidad de que todo paciente tenga garantizado el acceso a prestaciones médicas de calidad y actualizadas.
Todos aceptamos (y nos parece razonable) que se nos imponga una evaluación periódica de conocimientos viales y de aptitud psicofísica para determinar nuestra capacidad para conducir vehículos. El bien jurídico a resguardar son la salud y la vida. ¿Qué elementos objetivos tiene un paciente para conocer el grado de actualización de conocimientos y destrezas del profesional que lo va a asistir ? En otras palabras: ¿qué referencia ofrece el Estado a los pacientes respecto del grado de competencia profesional actualizada del médico que lo atenderá? ¿Qué debería hacer el Estado para atenuar esa situación de incertidumbre desde la perspectiva del paciente?
La respuesta es tan obvia que es incomprensible que aún no se haya implementado: debería ser obligatoria la evaluación periódica de conocimientos y destrezas denominada recertificación (revalidación de la certificación). Hasta el momento (y desde hace 30 años) la recertificación médica se hace en forma voluntaria, y si bien no hay datos unificados en el nivel nacional, un punto de referencia son las cifras de la Academia Nacional de Medicina, cuyo Consejo de Certificación de Profesionales Médicos otorgó (desde 1991) 5047 recertificaciones de primera vez, y la Asociación Médica Argentina, por intermedio de su Comité de Recertificación, que emitió (desde 1994) 7000 recertificaciones iniciales. Significa que el 6% de los 200.000 médicos se recertificó al menos una vez en esas instituciones. A esta cifra hay que agregar las recertificaciones otorgadas por otras instituciones médicas. Es importante aclarar dos términos: certificación y recertificación (revalidación).
Antes de la primera recertificación cada profesional cumplió tres etapas: egresó de una Facultad de Medicina obteniendo un título de grado (que en nuestro país es habilitante), se matriculó en una jurisdicción (por la organización federal de nuestro país) y obtuvo su certificación del título de especialista. (Políticas en educación y salud).
De acuerdo con la resolución N° 498/99 del Ministerio de Salud de la Nación, la recertificación es el resultado de un acto por el que una entidad competente, aplicando criterios preestablecidos, asegura a través de un proceso de evaluación transparente que un profesional de la salud debidamente matriculado, y previamente certificado, mantiene actualizados sus conocimientos y habilidades, y desarrolló su actividad en el marco ético adecuado, de forma acorde con el progreso del saber y del hacer propios de su especialidad, en un período determinado.
En el proceso de recertificación, se evalúan la actividad asistencial desarrollada en los últimos 5 años, sumada a la participación en actividades de educación médica continua (actualización de conocimientos en cursos, congresos, entrenamiento en simuladores), la eventual actividad docente y/o científica (publicación de artículos científicos), la eventual actividad comunitaria y societaria científica y sus valores ético-morales (sanciones).
Un artículo del Dr. Eduardo Durante referido a la evaluación de los conocimientos en medicina comienza con una inquietante pregunta: “Lo que parece ser ¿es realmente lo que es?”. En dicho texto se hace referencia a la Pirámide de Miller. Se trata de “un modelo para la evaluación de la competencia profesional organizada como una pirámide de cuatro niveles”. En los dos niveles de la base se sitúan los conocimientos (saber) y cómo aplicarlos a casos concretos (saber cómo). En el nivel inmediatamente superior (mostrar cómo), se ubica la competencia cuando es medida en ambientes in vitro (simulados) y donde el profesional debe demostrar todo lo que es capaz de hacer. En la cima se halla el desempeño (hacer), lo que el profesional realmente hace en la práctica real, independientemente de lo que demuestre que es capaz de hacer (competencia).
En palabras de Martín Zurro, “se trata de generar una cultura de la evaluación positiva, no punitiva o persecutoria, ayudando a los profesionales a subsanar posibles déficits objetivados y contribuir con ello a perfeccionar su competencia”.
Imponer la obligatoriedad de la recertificación médica es un paso ineludible en el marco de lo que se ha definido en el nivel del Ministerio de Salud de la Nación como el Programa Nacional de Garantía de Calidad de la Atención Médica (decretos 1269/ 1992 y 1424/ 1997). Este programa incluye también la habilitación, categorización y acreditación de los establecimientos asistenciales (además de la certificación y recertificación de los profesionales). Sus objetivos rectores fueron el “desarrollo de un sistema basado en criterios de equidad, solidaridad, eficacia, eficiencia y calidad”. El Ministerio de Salud (Subsecretaría de Calidad, Regulación y Fiscalización) dio un gran paso con la resolución 24/2023 al aprobar un documento para la metodología de la revalidación. Solo falta dar el paso final disponiendo la obligatoriedad de la recertificación (revalidación).
La contraprestación que la sociedad debería brindar a los médicos debería ser una rejerarquización significativa de sus sueldos y honorarios profesionales. El concepto de “tiempo de capacitación”, es decir un tiempo semanal que el empleador le reconoce al profesional para que este asista a actividades de educación médica continua (“desarrollo profesional continuo”), debería estar contemplado en todas las relaciones laborales de los médicos. Esto ocurre actualmente en los hospitales públicos de la CABA. Paralelamente, las sociedades médicas científicas ofrecen permanentemente actividades de capacitación virtuales y presenciales que permiten a los médicos lograr los créditos que requiere la recertificación. Se debería, además, contemplar qué aspectos formativos debe reforzar cada profesional personalizando la tarea de desarrollo profesional continuo. Ese trayecto y monitoreo de capacitación durante cada período de 5 años permite al profesional arribar a su revalidación en adecuadas condiciones para aprobar.
La cuarta revolución industrial motorizada por la inteligencia artificial (IA) está incorporando un nuevo enfoque al concepto de capacitación. Según Levy Yeyati (coautor de Automatizados), “casi todos, si no todos los trabajos, van a poder ser potencialmente sustituidos. Competir con la tecnología, es decir, competir formándose para hacer lo mismo que puede hacer la IA es una apuesta sin futuro”. El aspecto de la IA vinculado al tema que nos ocupa lo podemos conectar con un efecto paradojal denominado “prima por calificación”, al ser reemplazada la calificación por el programa. “La calificación aumentaba el salario, pero ahora la provee la tecnología”. Esto hipotéticamente “igualaría para abajo” al neutralizar la diferencia remunerativa sobre la base de la calificación obtenida por experiencia y actualización. La buena noticia (al menos para los médicos) es que “la tecnología –según Yeyati– nos va a obligar a buscar y a dedicarnos a aquello que resulta más esencialmente humano”. Vamos a demandar que el docente de nuestros hijos sea humano y que nuestro médico también lo sea (más allá de que el programa haga el diagnóstico).
La inequidad de nuestro sistema de salud fue graficada por un lema del sanitarismo argentino que expresa que el destino de un paciente está ligado a su “código postal” y a su tipo de cobertura. Allí hay un elemento íntimamente vinculado a la recertificación de los médicos. Ese elemento es disponer de cierta garantía respecto de la idoneidad del profesional que el destino (o una cartilla) pone en nuestro camino. La recertificación periódica y obligatoria de los médicos, producto de un proceso de evaluación adecuadamente implementado, sería un instrumento que nos acercaría al ideal de lograr una “garantía de calidad” en la atención de nuestra salud.
Profesor consulto de la cátedra de Oftalmología de la Facultad de Medicina de la UBA; doctor en Medicina (UBA), Hospital de Clínicas (UBA)