¿Realmente sabemos economía?
Mucha gente no tiene idea: la economía que se enseña en los colegios y en muchas carreras universitarias es la de la escuela neoclásica y de la keynesiana. Poco o nada se ve sobre otros enfoques. Para entender la realidad y vislumbrar el futuro, la economía se enriquece mediante varias perspectivas. Y por más números que se vean, es una ciencia social.
En algunos centros todavía se estudia el estructuralismo latinoamericano, muy vigente en la década de 1970, que parte de la idea de que lo que funciona en los “países centrales”, no lo hace en los “países de la periferia”. Este enfoque habla de las estructuras productivas de los países industriales, muy diferentes a las que tiene un país exportador primario en proceso de industrialización (Argentina), con distintas variantes cercanas al marxismo. Allí anida la política de industrializar mediante la sustitución de importaciones. Este enfoque rigió casi toda la segunda parte del siglo pasado y buena parte del actual, muy especialmente durante los gobiernos kirchneristas. En este enfoque se advierte, un considerable grado de resentimiento por el cuadro de subdesarrollo sin erradicar.
Como solía decir mi profesor de Crecimiento Económico en la UBA, Guido Di Tella, en los años 70: “las estrategias aplicadas tienen un componente psicológico, es una especie de descargo el atribuir a algo que está más allá de nuestros medios la causa de nuestros males; así podemos justificar entre nosotros nuestra situación presente”.
Según la escuela neoclásica, las personas pueden elegir entre diferentes alternativas y el objetivo de sus decisiones es maximizar su propia utilidad. Es decir que se rigen por el principio de racionalidad: maximizan un resultado con un costo determinado. O, minimizan un costo para un resultado dado. La unidad de análisis es el ser humano y las leyes económicas son universales; y utiliza las herramientas matemáticas como un lenguaje consistente.
Keynes se focaliza en la macroeconomía, mientras que la escuela neoclásica, en la micro. Y afirma que la inflación surge cuando hay pleno empleo. Defiende el intervencionismo estatal mediante políticas fiscales basadas en recursos para el gasto público que estimulen la demanda y el consumo.
Su impacto a fines de los años de 1930 y en la década de 1940 fue impresionante. Pero en la década de 1970, un nuevo fenómeno golpeó duramente: la inflación acompañaba el estancamiento. A ello se lo denominó estanflación. Por ello subió a la palestra el monetarismo (M. Friedman) que afirma que las variaciones de precios son reflejo de las variaciones en la cantidad de dinero en circulación. Pero estas escuelas tienen sus limitaciones: consideran a las instituciones como variables exógenas que no afectan el intercambio ni las decisiones económicas. Por ello, contribuyen decisivamente al conocimiento dos escuelas, poco conocidas: la austríaca de economía y la neoinstitucionalista.
Es curioso, pero es así: los preceptos de la austríaca no se enseñan en las facultades de economía. Según tales preceptos, la economía es parte de una concepción global de los estudios sociales que a su vez son planteados desde su raíz filosófica. El análisis de F. Hayek es un claro ejemplo: con énfasis en la hermenéutica, asume una posición cercana a la de las ciencias sociales interpretativas. El hombre no es un agente racional, solo preocupado por su interés propio; se comporta bajo la fuerza de instintos, hábitos y determinada curiosidad. La tecnología determina las interacciones sociales, mismas que, a su vez, moldean la acción humana (este fenómeno se percibe claramente en las diferencias de comportamiento según las generaciones).
Otro enfoque es el de la nueva economía institucional. Plantea, entre otras cosas, que la elección individual se ve influenciada por las instituciones. Viene a complementar así al neoclásico, con una visión más próxima a la realidad.
Para los institucionalistas, a diferencia de los neoclásicos, la plena racionalidad no existe, pues el ser humano puede no tener información suficiente o estar sometido a dificultades para procesarla. Además, pueden actuar en forma oportunista o estratégica, es decir, incumplir los pactos o aprovechar en su propio beneficio las imprecisiones de los contratos.
Así, cuando no existen instituciones que garanticen un intercambio eficiente, surgen incentivos para la trampa y el oportunismo. Para que el intercambio funcione eficientemente deben especificarse claramente los derechos de propiedad. De lo contrario, el intercambio se efectuará sobre costos de transacción altos y no habrá incentivos para lograr una asignación eficiente de los recursos.
Que el lector, por favor, no se sienta desorientado con estas líneas. Vale recordar lo que alguien, una vez, dijo: “la economía es el único campo donde dos personas pueden recibir el premio Nobel por decir exactamente lo opuesto”. Esto es exactamente lo ocurrió en 2013, cuando Eugene F. Fama, Lars Peter Hansen y Robert J. Shiller obtuvieron tal galardón.
Economista