Realismo, unidad y firmeza, las claves para derrotar la dictadura de Venezuela
Quienes amamos la democracia anhelamos una Venezuela sin represión, con libertad y sin miseria. Sin embargo, para ser realistas, debemos admitir que Maduro y sus secuaces no dejarán el poder por las buenas.
Al asumir esta realidad, el panorama se aclara y se logra una visión despojada de ingenuidad de lo que es posible y lo que no para sacar al país del atolladero.
Venezuela no debe ser tratada como un país “normal”, es un estado controlado por el crimen organizado. El gobierno de Venezuela es una mafia disfrazada de revolución que controla el país desde hace 25 años. Aquellos que sostienen que Chávez era mejor que Maduro, que era un estadista, que dejó un legado, están completamente desenfocados. Chávez dejó destrucción del aparato productivo del país, persecución, violencia, supresión de libertades, pobreza extrema y un sistema perverso que ha llevado a 8 millones de venezolanos a salir del país. No hay orgullo en ese legado.
Venezuela es un narco-estado con todas las letras, donde los militares y otros funcionarios controlan el tráfico hacia Estados Unidos y Europa de gran parte de la cocaína colombiana. Para ello han hecho alianzas con las FARC. También operan en tráfico de armas, extracción ilegal de oro y provisión de pasaportes a terroristas, entre otros.
El Cártel de los Soles, catalogado como organización criminal por el Departamento de Justicia de Estados Unidos incluye en su conducción cerca de 75 altos mandos de las Fuerzas Armadas.
La dictadura se sostiene por tres patas muy firmes. La primera es la caja que sale del crimen organizado, sólo la droga que se exporta año a año tiene un valor en la calle de alrededor de nueve mil millones de dólares.
La segunda pata son los estados aliados: Cuba, Rusia, China e Irán, cada uno con sus diversos intereses.
Cuba, parásito del chavismo, recibe recursos a cambio de entrenamiento en inteligencia y gestión dictatorial. Se estima que miles de cubanos operan tras los bastidores del régimen. Cuba entraría en una crisis terminal y caería si Venezuela se vuelve democrática y, a continuación, el tablero de las dictaduras filo cubanas de la región como Nicaragua y Bolivia. Por eso, hará lo necesario para impedirlo.
Rusia, además de ser el principal proveedor de armas del régimen, da apoyo estratégico y militar y de paso amenaza a Estados Unidos en su “backyard” o zona de influencia geopolítica. Si se produce algún conflicto entre las dos potencias, resultaría una gran ventaja la posibilidad de operar desde Venezuela.
China, con 23 mil millones de dólares en deuda pendiente, ve a Venezuela como clave en su estrategia en América Latina. Además, coopera en ciberdefensa y control total de las comunicaciones y ha sido involucrada en el enmascaramiento del fraude electoral del 28 de julio.
Finalmente, para Irán, Venezuela es una cabeza de playa en su penetración en América Latina y un santuario para la expansión fuera de Oriente Medio de los grupos terroristas que patrocina, comenzando por Hezbollah. Hay otros intereses en juego, como el contrabando de petróleo y mecanismos para eludir las sanciones impuestas a ambos países.
La tercera pata es la inacción internacional. Las condenas han sido retóricas y las sanciones se han ido aliviando, buscando soluciones dialogadas que nunca llegan. La dictadura va ganando por cansancio.
Un comentario especial merece la posición de los Estados Unidos. Trump aplicó máxima presión con sanciones severas, mientras que Biden realizó concesiones como parte de los esfuerzos para lograr elecciones limpias. Todo se desmoronó cuando como era de esperar Maduro proscribió el pasado junio, a María Corina Machado, la candidata natural de la oposición.
Esto no debe sorprender; desde 2014 hubo al menos cinco intentos de diálogo entre el régimen y la oposición, todos frustrados por responsabilidad de la dictadura. Si gana Trump la elección presidencial en Estados Unidos, podría volver la estrategia de mayor presión, pero de todos modos, su efecto sería limitado. Estados Unidos, con tantos conflictos abiertos a nivel global, no desea ni está en condiciones de dar pasos drásticos, por ejemplo el del uso de la fuerza para torcer el destino de Venezuela.
En América Latina, las aguas están divididas entre los que condenan y los que toleran la dictadura. Colombia y Brasil enfrentan un dilema extraordinario ante la expectativa de una avalancha migratoria, dada la represión posterior al escándalo electoral. Sin embargo estos gobiernos, junto con el México de AMLO y sucesora Sheinbaum priorizan la afinidad ideológica con el régimen antes que condenar sus actividades criminales. Por ello es difícil que una negociación que involucre a dichos países produzca resultados positivos trascendentes.
En el ámbito multilateral global, la Corte Penal Internacional (CPI) tiene en curso dos investigaciones sobre crímenes de lesa humanidad en Venezuela desde 2018 y 2020. Hay pruebas suficientes, pero la lentitud es pasmosa. Además, la Corte no admite el juicio en ausencia, lo cual requiere que si los casos avanzan, Maduro y otros imputados comparezcan en persona. Una razón más para que los jerarcas desestimen toda posibilidad de abandonar el país y el esquema de protección montado.
Por otra parte, el Consejo de Seguridad de la ONU, que hasta podría habilitar una misión militar de restablecimiento de la paz, está paralizado por las divisiones internas de siempre. Todos los proyectos de resoluciones condenatorias contra el régimen han caído por el veto de Rusia y China, que argumentan que la situación en Venezuela es un asunto interno. Una gran hipocresía por cierto.
La limpia victoria electoral de la oposición abre una brecha de esperanza, marcando un cambio de época. Sin embargo, el camino no será fácil, ya que las patas que sostienen a Maduro aún no se han debilitado lo necesario.
La comunidad internacional debe, en conjunto, desconocer y rechazar por ilegítimo al gobierno de Nicolás Maduro, y reconocer a Edmundo González Urrutia como el legítimo presidente electo. Es crucial redoblar las sanciones económicas y diplomáticas, aunque por sí solas no serán suficientes.
El colapso del régimen puede lograrse desde adentro, afuera, o en combinación. La clave es que el pueblo mantenga la presión en las calles, forzando una ruptura en las Fuerzas Armadas. La oposición debe trabajar en esta línea con apoyo internacional.
Desde afuera, se debe ir más allá de lo declaratorio. Es crucial reforzar la presión a través de nuevas sanciones, financiamiento a la oposición y ayuda humanitaria. Los múltiples conflictos abiertos en el mapa global hacen impensable una intervención humanitaria en plazos razonables, pero la lucha no debe cesar. La oportunidad se perdió cuanto en 2018 la legítima Asamblea Nacional con mayoría opositora pudo haber solicitado dicha intervención invocando la Constitución nacional, no sucedió.
Reconocer que Maduro no dejará el poder voluntariamente es fundamental para guiar los esfuerzos actuales y futuros. La tragedia de Venezuela nos convoca a rechazar el autoritarismo y a solidarizarnos con su pueblo en su lucha por la libertad. No podemos ignorar el desafío que representan la corrupción y el crimen organizado que sostienen dictaduras en nuestra región.
Venezuela es asunto de todos. Como dijo Martin Luther King Jr. ‘La injusticia en cualquier lugar es una amenaza a la justicia en todas partes’. La esperanza de los venezolanos es nuestra esperanza, y su lucha nos interpela a mantenernos firmes y unidos. Si mantenemos nuestra firmeza, construiremos un futuro donde las dictaduras sean cosa del pasado en América Latina.
Presidente de Iniciativa Republicana