Reseña: Verano interminable, de Claudio Zeiger
Los títulos de los libros de Claudio Zeiger –Nombre de guerra, Redacciones perdidas, Adiós a la calle– son el bisturí con el que, sin anestesia, adelanta al lector el realismo de sus tramas: una primera frase que por golpear primero, como la música de una canción, golpea dos veces.
Zeiger (Buenos Aires, 1964), un autor con un largo y singular recorrido también en el periodismo, suele ocuparse de hacer foco en alguna tradición nacional. Aun cuando puedan tomar su camino, no deja de mirar las raíces que, en el caso de estos cuentos, parece ir un poco en la línea de Fogwill, por la simultaneidad de registros, la elaboración de atmósferas y el latigazo de algunas frases: "un muchacho anarquista, pero con capacidad de sonreír" del cuento "El hijo póstumo". O "ahora la gente se divide entre los que ven y no ven televisión como dos especies que ya no se reconocen en el ecosistema de la vida cotidiana" en "La noche de Ricky Mansard".
Además del verano podría pensarse que también el arte de titular va hilvanando estos cuentos: en "El hijo póstumo", cuando decide publicar dentro de las obras completas de su padre algunas misceláneas sobre casos clínicos y diálogos ajenos, el protagonista "no puede resistirse a agruparlas bajo el título de Locos lindos". Títulos que parecen configurar de antemano argumentos como el de "El futuro de la literatura gay", relato profundamente porteño donde el título civil que da a la pareja de Jorge y Enrique el matrimonio igualitario termina generando múltiples y previsibles consecuencias.
Pero es en "Lucía y el mar", el primero y uno de los más logrados del libro, donde esa cuestión tiene más peso. Una de esas típicas relaciones llenas de idas y vueltas es contada a partir de las frases dichas, entredichas y hasta calladas: sentencias como "leer a Freud también es autoayuda" o "el matrimonio es la tumba pero yo no pienso inmolarme en el crematorio" se lanzan como relámpagos que anuncian tormentas no solo de este cuento.
Tan variados como elusivos, los personajes de Verano interminable parecen moverse en casi todas las direcciones posibles: están los que aparecen en varias historias como Ricky Mansard, los que salen de los libros como el de la pensión de El juguete rabioso y también los que, por el contrario, al ser rechazados como creadores, se vuelven carne literaria.
Eso sí: a diferencia del triple mandamiento de "Naranjo en Flor", la mayoría de ellos tardan demasiado en aprenden a sufrir y no dejan a tiempo esa calle de estío que, en las antípodas de los ostentosos y superficiales amores de verano, pareciera que no los toca pero, en verdad, los marca para siempre.
VERANO INTERMINABLE
Por Claudio Zeiger
Emecé. 209 páginas, $ 780