Raymond Chandler y los chacales de la literatura
Ahí están los agentes, para ponerle un poco de lubricante a la máquina de pensar en bestsellers
¿Qué tienen en común escritores tan diferentes como Martin Amis, Roberto Bolaño, Jorge Luis Borges, William Burroughs, Italo Calvino, Raymond Carver, Philip Dick, Arthur Miller, Yukio Mishima, Vladimir Nabokov, Philip Roth y Susan Sontag? Una y solamente una cosa: comparten el mismo agente literario, Andrew Wylie, conocido con un apelativo que es marca y al mismo tiempo adjetivo: "El Chacal". Retengan este nombre, que en el mundo editorial y literario está lejos de ser una novedad: en una época en que los guionistas de cine parecen haberse quedado sin ideas, y se filman películas biográficas (la palabrita específica, me apuntan, es biopic) sobre tipos tan poco interesantes como Steve Jobs o Mark Zuckerberg, no va a pasar mucho tiempo antes de que alguien decida hacer una sobre Wylie, el agente que se forjó una reputación por su aparente fino gusto en materia literaria (mucha literatura de calidad, Andy, pero poco riesgo verdadero, vamos) y sus modos bestias de hacer negocios con los libros, siguiendo el manual del más salvaje capitalismo.
La de los agentes es tal vez la mayor novedad del negocio editorial en los últimos dos siglos
Pero qué es un agente literario, se preguntará usted. Algo así como un representante de jugadores de fútbol pero que en lugar de traficar con jóvenes deportistas y sus potenciales gambetas lo hace con tipos no muy atléticos y no tan jóvenes y sus potenciales novelas, que consigue comisiones bastante menores que los primeros (si comparamos la cantidad de gente que mira partidos de fútbol y lee libros, la ecuación es clara), y cuyos clientes pueden articular en las entrevistas televisivas un promedio notoriamente más alto de frases sin caer en ripios, repeticiones, cacofonías y estrangulamiento sintáctico. Entonces: de un lado los editores (que imprimen los libros), del otro los autores (que los escriben) y en el medio los intermediarios, es decir, los agentes.
Lo que acá importa es que, como escribió el crítico Ignacio Echevarría, la de los agentes es tal vez la mayor novedad del negocio editorial en los últimos dos siglos. "La función de tercería que los agentes cumplen en las tensas relaciones entre autores y editores los hizo aparecer como intrusos en la vida de una pareja. Pero actúan más bien como celestinas o alcahuetas: sirven tanto como para componer bodas como para pactar en secreto ilícitos encuentros", decía Echevarría en referencia a la "estrecha connivencia entre las agencias literarias y el corrupto tinglado de los premios literarios comerciales, que en buena medida se sostiene gracias a ellas". El negocio del libro necesita, como muchos otros, de figuras y productos exitosos, campañas de publicidad y marketing, giras promocionales y premios, y ahí están los agentes, para ponerle un poco de lubricante a la máquina de pensar en bestsellers.
Wylie es algo así como el tipo al que todos envidian y temen al mismo tiempo. Le gusta mostrarse como un dandy y un adalid del buen gusto
El trabajo de los representantes de escritores está muy difundido en los Estados Unidos e Inglaterra, en Alemania, Francia y España, pero muy poco en la Argentina (de hecho el único agente literario argentino relevante, Guillermo Schavelzon, atiende en Barcelona). De todos ellos, Wylie es algo así como el tipo al que todos envidian y temen al mismo tiempo. Le gusta mostrarse como un dandy y un adalid del buen gusto, miembro de una familia de editores y de banqueros, que no ve problemas en conciliar la plusvalía y el pathos artístico. El guión de la película de su vida comenzaría con su infancia, rodeado de bibliotecas y cinco hermanas, y daría un salto adelante a la Nueva York de 1970, donde primero manejó un taxi y después abrió una pequeña librería, a la que iban John Cage y Bob Dylan. Más tarde conoció a Andy Warhol, comiendo pollo frito gratis en el Max Kansas City (mítico refugio de la bohemia de la época), y se hizo amigo de Lou Reed y de Susan Sontag. El subtítulo de la película podría ser "de cómo estar en el lugar adecuado en el momento justo, y establecer relaciones personales con las personas indicadas". En 1980 fundaría la Wylie Agency, con oficinas en Manhattan y Londres, y desde entonces representaría a más de 700 autores, entre ellos también a músicos, cineastas y ex presidentes como Nicolás Sakozy. A partir de este punto, ningún guionista medianamente talentoso debiera tener problemas para sacar la película adelante.
En 1952, Raymond Chandler, que ya se había convertido en el padre de la novela policial moderna y trabajado como guionista en Hollywood, publicó el ensayo "El diez por ciento de tu vida", que acaba de editarse con traducción de César Aira y Juan Manuel Ibeas en un libro titulado A mis mejores amigos no los he visto nunca. Cartas y Ensayos selectos (solo disponible en ebook). El artículo está dedicado a analizar el trabajo y la figura ascendente de los agentes literarios de Hollywood (el título hace referencia a la comisión que le cobraban a los autores por entonces; ese porcentaje subió hoy a un 15 y hasta a un 20 por ciento).
En el comienzo del ensayo, Chandler escribe: "Quizá lo más sensato sería apechugar y reconocer que a lo largo de la historia del comercio a nadie le han gustado nunca los comisionistas. Su función resulta demasiado imprecisa, su presencia casi siempre parece estar de sobra, sus ganancias parecen muy fáciles, e incluso cuando admites que su función es necesaria, tienes la sensación de que dicha función es, por así decirlo, una personificación de algo que no debería existir en una sociedad ética. Si la gente pudiera tratar honestamente con los demás, no se necesitarían agentes. El agente no crea nada, no fabrica nada, no distribuye nada. Lo único que hace es cortarse un trozo del pastel". Y hacia el final agrega: "Allí donde haya dinero acudirán los chacales, y donde se juntan los chacales suele morir algo".
La referencia zoológica es del todo casual: Chandler y Wylie no pudieron haberse conocido. Pero la frase, o alguna de sus partes, ahora que lo pienso, podría servir como un buen título para la película sobre su vida. Lo que habría que determinar es qué o quién muere en el film (¿un agente rival, un escritor, la industria editorial, la literatura?), porque toda película comercial que se precie debe tener un poco de sexo, algo de traición y algún que otro asesinato.