Rapidez
"Si el FMI quiere que vayamos más rápido, pues entonces que nos ayude con más rapidez".
(Del jefe de Gabinete, Alfredo Atanasof.)
¿El tiempo fluye veloz o despacioso? ¿La vida se disgrega de a poco o se desvanece en un santiamén, como los sueños? El tema es apto sólo para filósofos, poetas y economistas, tres gremios conspicuos dedicados a recordar, a medir y a anotar.
Atanasof es de otro palo y no entiende de sutilezas. Pertenece, a todas luces, a esa porción de la humanidad que encuentra razonable que al pan se le llame pan y al vino, vino. El sabe que hay males, angustias e incertidumbres y desea que todo eso se arregle y pronto. En rigor, la cuestión se reduce a eso: todos dicen lo mismo pero lo interpretan distinto. Atanasof no entiende la ironía de Keynes ni pizca de gracia que le hace. Quiere remedios ya, res non verba , rapidez.
El susceptible Horst Kšhler y la dulce Anne Krueger ven el mundo desde otra perspectiva. Son ajenos a las premuras e improvisaciones y confían todo al paciente cultivo de sus idílicas huertas. "No te apures -dicen al unísono-, pues es vano pretender adelantar las manecillas del reloj." Luego cuelgan sus teléfonos y reanudan sus meditaciones sobre la inconsistencia de las esperanzas juveniles.
Por cierto que esa diferente perspectiva entraña también una distinta disposición de ánimo, una índole sosegada y razonadora que es connatural a los económetras y que jamás podrán entender los seres apasionados e inquietos como Atanasof. Este, en el fondo, al igual que todos los hombres de acción es un incorregible optimista, férreamente adherido a la creencia de que tras ir al médico el enfermo se cura.
No comprende que le están diciendo que no siempre es así. Se resiste a admitir lo riesgoso de los tratamientos de adelgazamiento rápido. Ni siquiera se detiene a pensar en los aleccionamientos de la experiencia inmediata: que después de cada consulta los dolores son más agudos, tanto que en una de ésas más vale considerar las renuencias y lentitudes del Fondo como un acto de piedad.