Rambo herido y un país prendido fuego
Las escenas de colectiveros golpeando al Ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires son un ícono de algo triste. Son un símbolo de una Argentina que se está deshilachando delante de nuestros ojos.
El tejido social está pegado con saliva. “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, cantaban los colectiveros luego de que Berni fuera rescatado con ayuda, paradojalmente, de la Policía de la Ciudad.
Uno de los colectiveros se acercó a una reportera, le pidió el micrófono y dijo algo que podría amplificar el decir de una Nación: “Estamos en la deriva de todo, nosotros. Salimos y no sabemos si volvemos. Mi compañero tiene un nene de once años, salió a laburar; lo va a recibir en un cajón. No es justo esto. Es muy doloroso, tenemos una bronca, una impotencia. Nadie nos cuida a nosotros. Nos largan así como si nada.”
De fondo, uno de sus colegas con una trompeta tocaba el Himno Nacional. Entonar la estrofa del “¡Oh! Juremos con gloria morir” puede ser motivador y emocionante en Qatar, pero en el conurbano tiene otro cariz, allí la muerte es sin gloria, pero muerte al fin.
El país está ignífugo, instalado en una especie de diciembre constante que pasa en modo lento. Hoy fueron los colectiveros, ayer el narco en Rosario, antes de ayer la cifra de pobres y, siempre de fondo, la inflación llena de helio.
La pandemia de desilusión y tristeza en la que está sumida la sociedad no parece tener precedentes. De desesperanza también se puede morir.
La subestimación del clima que se vive en la calle es el peor de los síntomas, especialmente si el Presidente se jacta de darle sugerencias a Putin o a Biden, mientras no puede controlar ni siquiera veinte manzanas de una villa miseria en La Matanza.
El poder está desmadrado desde todos los puntos de vista posibles. La interna feroz y mezquina dentro del partido gobernante deja a los ciudadanos acéfalos, sin referencias, ni norte.
Si algún valiente quisiera preguntar: “¿Hacia a dónde va este barco?” Nadie tendría la menor idea qué contestar. El plan es el no plan. El destino final parece ser incrustarse contra aquel iceberg hacia el que se navega despacio.
Así, la desconexión entre buena parte de la política y la sociedad ha logrado niveles asustadores.
La Argentina de hoy da miedo. Ese mismo miedo que temblaba hoy en las gargantas de los colectiveros fortachones que recorren ese cuento de ciencia ficción llamado conurbano bonaerense.
La gente está harta. Hoy, infelizmente, Berni sintió en su rostro la bronca que está instalada. Un episodio lamentable que dice mucho -demasiado- de una Argentina que se degrada delante de nuestros ojos.
Tal vez, “que se vayan todos”, no son cuatro palabras elegidas al azar, sino el termómetro profético de un malestar que no encuentra oídos.