Radiografía del gobernante paranoide
¿Cómo funciona la cabeza de quienes suponen que los fenómenos que observamos están hilvanados, en una instancia oculta, por una mano conspirativa? ¿Qué consecuencias tiene esa premisa para el ejercicio del poder? ¿Cómo se relacionan con sus entornos los líderes que piensan así?
Estas preguntas están alcanzando una vigencia inesperada en el país desde que el poder comenzó a explicar la dinámica pública como el resultado de un complot. Entre la crisis con el agro, provocada por la resolución 125, y la tormenta actual, originada en el intento de apropiación de las reservas del Banco Central, hay muchas diferencias. Pero en ambos casos los gobernantes interpretaron los sucesos como la manifestación visible de una conspiración oculta.
En el caso del conflicto con el campo, los chacareros, los grandes terratenientes y los pools de siembra se habían combinado para producir un shock de desabastecimiento que, alentado por los medios de comunicación, sería aprovechado por el duhaldismo para producir un levantamiento social en el conurbano. En la turbulencia actual participan más actores: el presidente del Banco Central, los "fondos buitre", el vicepresidente de la Nación, el "partido judicial", el procurador del Tesoro, la oposición y, otra vez, los medios de comunicación. Como en la rebelión de los chacareros, la disidencia enmascara la intención inconfesable de acorralar al oficialismo y producir un golpe.
Las ciencias sociales han indagado en este tipo de discurso desde distintos puntos de vista. Algunos estudios lo analizan en relación con el sistema de creencias al que está asociado. Otros lo vinculan con un estilo de liderazgo.
En los últimos años se han multiplicado también los trabajos que agregan otra dimensión: interpretan que esas visiones se corresponden, de modo bastante sistemático, con ciertas estructuras de la personalidad.
Uno de los investigadores más prestigiosos en este campo es Jerrold Post, director del Programa de Psicología Política de la Universidad George Washington de los Estados Unidos. El currículum de Post es interesante. Ahora es profesor en las cátedras de Psiquiatría, Psicología Política y Relaciones Internacionales. Pero antes había trabajado, durante 21 años, al frente del Centro para el Análisis de la Personalidad y la Conducta Política de la CIA.
Post inauguró esa posición elaborando los perfiles de Anwar el Sadat y Menahem Begin, perfiles que le sirvieron a Jimmy Carter para manejarse en la conferencia de Camp David. En los últimos años, los intereses de este politólogo se centraron en el análisis psiquiátrico del terrorismo.
El libro más completo de Post es The psychological assessment of political leaders ( La evaluación psicológica de los líderes políticos ), que la Universidad de Michigan publicó en 2003, y a cuya versión electrónica se puede acceder en http://babel.hathitrust.org/cgi/m/mdp/pt?view=image;size=100;id=mdp.39015052304923 . Allí el autor sistematiza el modo como el fenómeno del poder y el liderazgo fue abordado por las principales escuelas psicológicas.
También analiza los casos de Bill Clinton y Saddam Hussein. Pero antes de exponer sus perfiles propone una caracterización de tres tipos psicológicos, en su relación con el gobierno, los entornos, la autoridad. Uno de esos tipos es el que Post denomina "mentalidad suspicaz" o "paranoide" (los otros son el narcisista y el obsesivo-compulsivo).
Antes de caracterizar a esta clase de políticos, el autor formula varias advertencias. La más relevante es que ningún individuo se ajusta a un solo modelo de personalidad, sino que, en general, se manifiesta sólo una tendencia dominante. También señala que la tipología no incluye patologías. Es decir: presenta los rasgos que aparecen en gente sana, aun cuando puedan tener algún trastorno psíquico. Esto vale en especial, dice Post, para el caso de los paranoides. Es difícil, si no imposible, que su versión enferma, el paranoico, pueda mantenerse demasiado tiempo en el poder. Otra salvedad del autor es que las características psicológicas no pueden ser evaluadas fuera del contexto biográfico, histórico, social, familiar y político en el que operan. También la edad determina peculiaridades.
Hechas estas acotaciones, Post describe el tipo de personalidad y estilo de liderazgo que se asocian con el discurso conspirativo. Según él, la nota distintiva de la modalidad paranoide es la convicción de que existe un enemigo oculto alrededor del cual se organiza la realidad. No es la conclusión de una serie de evidencias. Es un postulado. En consecuencia, sus características esenciales son "la persistente sospecha y desconfianza en la gente en general".
Los individuos con esta propensión "son hipersensitivos y se sienten fácilmente menospreciados". Ellos "continuamente escanean el ambiente detrás de pistas que validen sus prejuicios originarios".
Post cita a otros autores, como David Shapiro, autor de Neurotic Styles ( Estilos neuróticos ) para afirmar que un rasgo muy relevante de la mentalidad suspicaz es su rigidez. Ese tipo de gente, según dice, "no ignora nuevos datos, pero los examina con extremo cuidado.
El objetivo de ese examen es encontrar confirmación para sus suposiciones, descartando las evidencias que desmienten sus temerosas visiones y tomando aquellas que las confirman". En muchas circunstancias, admite el autor, estar en guardia es apropiado. Pero los individuos paranoides "tienen una firme conclusión en busca de evidencias. Hostiles, tercos y defensivos, ellos rechazarán los datos que desaprueben sus sospechas. En cambio, los intentos bienintencionados de tranquilizarlos o razonar con ellos provocarán, habitualmente, agresividad, y el comedido puede devenir objeto de la sospecha".
Las personas con estas propensiones, dice el autor, suelen estar poco dispuestos a los compromisos: "El suyo es un mundo de motivaciones ocultas y significados especiales. Ellos están listos para contraatacar contra lo que perciben como una amenaza". Los paranoides, sigue Post, "evitan la intimidad, excepto con aquellos en los que confían absolutamente, una población diminuta. Ellos muestran una exagerada necesidad de ser autosuficientes, sin confiar en nadie. Evitan participar en un grupo, al menos que estén en una posición dominante".
Insiste Post: no son gente enferma. Sus ideas, por lo tanto, no son el resultado de una imaginación hiperactiva, sino de una observación intensa y penetrante. Y se pregunta: "¿Cuál es la premisa a ser confirmada por esa atención?" Respuesta: "La premisa del peligro exterior. La característica principal de la comprensión del mundo que tiene un paranoide es la rígida e intencionada búsqueda de un peligro exterior".
La contracara de esa rigidez es la baja capacidad de estas personas para relacionarse con las sorpresas. Cuando suceden cosas inesperadas, "el mundo ha sido perturbado, y su estructura, deshecha". Esa labilidad se debe a la sensación de que algo que debía estar controlado fue puesto fuera de control.
Una consecuencia de esta propensión a recortar los datos que confirman la premisa del peligro externo es que la evaluación de la realidad de las personalidades paranoides suele ser sesgada.
Otra nota sobresaliente de la mentalidad suspicaz es, según Post, una exagerada necesidad de autonomía: "Los paranoides están constantemente buscando evidencias del peligro de que otros los sometan a su control o los traicionen". Dicho miedo se proyecta sobre su entramado emocional. Este tipo psicológico tiende a controlar sus sentimientos, "especialmente la calidez o la suavidad, para evitar la sumisión, para evitar ceder a otro".
En el centro del sistema de creencias de este tipo de personalidad está el adversario, que es visto "como inherentemente malvado y como la mayor e incorregible amenaza contra el propio interés". Si ese adversario se muestra conciliatorio no debe generar duda alguna. Sólo está tratando de sacar ventaja. "El universo del paranoide es un universo maniqueo, dividido en dos campos: aliados y adversarios. Los neutros son imposibles."
Otra tendencia que Post señala en este tipo mental es que exagera las virtudes y capacidades de su adversario. "Tiende a ver al adversario como altamente racional, altamente unificado, en total control de sus acciones".
Al investir al adversario de esa superioridad, las mentalidades suspicaces viven con miedo a que ese peligro se infiltre en su entorno. Así se explica que estén siempre detrás de información sobre el "enemigo interno", el "quinta columna". Es una preocupación que condiciona la relación entre el líder y su entorno. Los jefes políticos en quienes predominan estas tendencias suelen seleccionar a sus colaboradores con el criterio casi exclusivo de la lealtad.
La desconfianza, además, los lleva a someter a prueba una y otra vez a quienes están cerca, controlándolos y chequeando su fidelidad mediante pequeñas humillaciones o malos tratos. Este sistema de creencias determina, según este análisis, la relación de este tipo de gente con la información. La búsqueda de novedades es sólo táctica. Como los objetivos de largo plazo del adversario resultan siempre conocidos, no hay nada que pueda cambiar demasiado lo que ya se conoce. También el modo de tomar decisiones es peculiar: "Manifiesta una tendencia a actuar rápido para evitar el ataque inminente del otro; piensa que el que duda está perdido".
Las personalidades paranoides, enseña Post, son muy manipulables. En el gran friso de la historia, el ejemplo clásico es el del jefe de la policía secreta de la Unión Soviética, Laurenti Paulovich Beria, en su trato con Stalin. "El subordinado manipulador puede sacar ventaja de las suspicacias del líder plantando sospechas sobre sus rivales dentro de la propia burocracia, como hacía Beria con Stalin". En un sentido más general, la ansiedad con que buscan información sobre movimientos conspirativos establece una dependencia muy marcada entre estos caudillos y los aparatos de espionaje e inteligencia.
"Su cuidado hipervigilante y disposición a tomar represalias a menudo generan miedo e intranquilidad en otros. Uno tiende a pisar con cuidado alrededor de un paranoide, «camina sobre cáscaras de huevo», no vaya a ser que se moleste", describe Post.
Estas premisas explican el estado de querella permanente en que viven las personas con rasgos paranoides. El mundo es muy conflictivo. Y el enemigo es incorregiblemente agresivo y políticamente tortuoso.
A partir de estas premisas, el líder paranoide decide un método: siempre será mejor usar la fuerza en lugar de la persuasión. ©LA NACION
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