¿Quiere la Argentina cambiar de verdad?
Tenemos un gobierno marca "Cambiemos" y es verdad que, respecto del anterior (marca "peronismo"), muchas cosas han cambiado. Ya no "vamos por todo", ya no quieren quedarse con la prensa, con la Justicia, con el Congreso; en fin, con todo el poder. Ahora bien, en aspectos muy importantes el gobierno de Cambiemos se enfrenta con una sociedad que de la boca para afuera dice querer cambiar, pero cuando llega el momento de hacerlo, vacila.
El proteccionismo aduanero (abusivo y discriminatorio), el sindicalismo obstruccionista (monopólico y en muchos casos antiproductividad) y el gasto público desmadrado e ineficiente (con sus secuelas de elevada y distorsionante presión impositiva, un endeudamiento que ahoga y/o alta inflación) son los tres principales factores que explican por qué desde mediados del siglo XX cuesta tanto exportar desde estas costas o competir aquí con importaciones. Son también los factores que explican por qué nuestro nivel de vida ha retrocedido y por qué tantos cruzan a Chile o Paraguay para comprar ropa o electrónica.
El Gobierno actuó con velocidad en varios frentes (cepo, default, tarifas), pero no oculta que en los temas de proteccionismo, legislación laboral, gasto público e impuestos recorre un sendero gradual. Economistas, emprendedores y algunas partes de la sociedad que entienden y comparten el diagnóstico urgen al Gobierno a acelerar el paso y temen que en caso de no hacerlo el crecimiento que asoma no sea sostenible y que se perfile una nueva crisis.
Por lo que se sabe, el Gobierno coincide en la necesidad de cambios más profundos, pero se enfrentaría con dos problemas: carece (al menos por ahora) del poder necesario para atacar a fondo las distorsiones mencionadas y no tiene un consenso social amplio, aunque se trata de un diagnóstico avalado por muchas opiniones y estudios.
Hay dirigentes y sectores que desde su ideología no comparten esta visión. Están luego los que han logrado beneficiarse de las distorsiones y obstaculizarán los cambios. También los que creen que la pesada estructura de proteccionismo, gasto público y legislación laboral es el precio a pagar por la paz social. La Iglesia, por ejemplo, comprometida con los más débiles, y pese a que los resultados del modelo populista en materia de pobreza son desastrosos, parece mirar con desconfianza cualquier iniciativa contraria a las que se presentan como banderas del peronismo.
Finalmente, si bien gobiernos de varios signos (radicales, militares) participaron en la construcción de las desmesuras, éstas son principalmente "marcas registradas" del peronismo. Hoy, dirigentes modernos que podrían coincidir con el diagnóstico (como Sergio Massa, Juan Schiaretti y Manuel Urtubey), temen desprenderse de la marca "peronismo" y tienen que hacer pininos para no ser corridos por izquierda y hasta tildados de traidores. Algo parecido quizá les ocurra a ciertos radicales que parecen estar en Cambiemos de un modo vergonzante.
El futuro de la Argentina, entonces, no depende sólo de lo que piense el actual gobierno, sino de su capacidad para vencer resistencias y argumentos muy enraizados en la sociedad. Si buena parte de la dirigencia peronista y radical no es capaz de asumir el diagnóstico y la lectura de la historia ensayado más arriba y no se pone con decisión de parte del cambio, nuestro futuro puede seguir siendo gris.