Quién se traga el sapo con Massa
A esta cuarta versión del kirchnerismo se le acabaron los stocks, llegó el tiempo de las soluciones impopulares; el nuevo ministro de Economía debe demostrar que sus vaticinios sobre “los ñoquis de La Cámpora” no eran más que bravuconadas de campaña
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La noche anterior a que se confirmara la designación de Massa en el Ministerio de Economía, el plan de Alberto Fernández era otro. No muy distinto, pero tampoco exactamente igual al que se terminó concretando. El mismo Presidente lo había conversado con Gustavo Beliz, todavía funcionario incondicional: Massa sería jefe de Gabinete y algunos de los que finalmente se fueron, Beliz incluido, seguirían en sus cargos. Por eso al secretario de Asuntos Estratégicos lo sorprendió que, a la mañana siguiente, anteayer, Julio Vitobello le comunicara que, por pedido del líder del Frente Renovador, debía dejar el Gobierno. Muy molesto, sin siquiera hablar con el jefe del Estado, redactó entonces su breve renuncia. “Dios los guarde”, terminó el texto, escrito a mano.
La fórmula elegida para la despedida llama la atención. No por la invocación al Creador o porque pueda recordar a “Españolito”, el poema de Machado que canta Serrat, sino porque supone una grave advertencia sobre lo que viene: casi no hay colaborador de Alberto Fernández que le augure a la gestión del Gobierno un final feliz. Y también porque, a diferencia de aquellos versos de Machado, el saludo de Beliz está en plural: él y toda la Casa Rosada saben desde hace rato que decisiones drásticas como la designación de Massa o el despido de un secretario de confianza no dependen solo de la voluntad del jefe del Estado.
Son razones que deberían servir para aplacar el malhumor que esta semana exhibían en simultáneo varios exonerados: Scioli, Silvina Batakis, Julián Domínguez, Eduardo Hecker. La ministra de Economía parecía más preparada para la novedad, tal vez porque lo venía intuyendo antes de volver de Washington. “No sé nada, me voy a enterar mañana”, admitió ante un curioso en la noche del miércoles. Pero Scioli parecía menos escéptico. Por lo pronto, se había quedado con la promesa presidencial de que los cambios eran solo rumores.
Era inevitable que Massa llegara con exigencias. Por eso una de las incógnitas sigue siendo quién mandará en el Banco Central. Hasta ahora, Pesce continúa. Es un cargo decisivo para los nuevos inquilinos del Palacio de Hacienda. Guzmán, que no abandonó todavía ni la Argentina ni sus ganas de seguir en política, lo repite últimamente en conversaciones con ejecutivos: tuvo ahí el mayor escollo de su gestión, incluso más que en el área energética, porque nunca consiguió influir en la mesa de dinero o acordar la política de tasas. Además de técnicamente relevante, ese puesto es emblemático para Alberto Fernández: Pesce conforma, con Vilma Ibarra y Santiago Cafiero, su último ámbito de confianza. Es el nombre que le falta ceder para convertirse definitivamente en lo que en las empresas sería un “presidente honorario”. Figura institucional sin poder.
Massa avanzó hasta donde pudo. Pero arrancará el martes con la misma incógnita que perturbó a Batakis: hasta dónde llega el respaldo que, se supone, tiene de Cristina Kirchner. No es irrelevante si tácito o explícito: a Batakis no le alcanzó con el aval silencioso. Para aglutinar a críticos como Grabois o Larroque basta en cambio con un tuit de la “jefa”. Pero la vicepresidenta tampoco parece dispuesta a exponerse esta vez. “Ella tiene el dedo mocho, no puede volver a jugar: va a vigilar de lejos”, analizó un sindicalista de buena relación con el Instituto Patria.
El nuevo ministro de Economía deberá trabajar esta relación, que parte de una doble desconfianza. Como en su momento Alberto Fernández, él debe demostrar que sus célebres vaticinios sobre “los ñoquis de La Cámpora” no eran más que bravuconadas de campaña del momento, pero además tomar medidas que no contradigan el discurso partidario en momentos en que conviene cuidar a los convencidos. Guzmán y Batakis, que venían limpios de toda crítica, fracasaron en el segundo objetivo. Es un problema: a esta cuarta versión del kirchnerismo se le acabaron los stocks. Llegó el tiempo de las soluciones impopulares. Grabois, que seguramente lo intuye, volvió esta semana a adelantarse: tal como lo hizo con Batakis, le exigió a Massa antes de que asumiera el salario básico universal.
La raíz de esta especie de resistencia oficialista, toda una novedad, no es tanto la ideología como la escasa fe que le tienen los kirchneristas al mandato de Alberto Fernández: ¿quién quiere tragarse un sapo si hay pocas posibilidades de ganar? ¿No es mejor perder sin confundir a los propios y esperar mejores condiciones para volver? He ahí el principal desafío de Massa. Estas disputas simbólicas perturban a Alberto Fernández desde el acuerdo con el FMI. Alguien que trabajó en el esquema del dólar soja terminó de entenderlas la semana pasada, cuando les propuso al Presidente, a Pesce y a Batakis salir a explicar públicamente y en números las ventajas de esa medida. Entre ellas, que los productores agropecuarios podrían ganar hasta 25% en dólares si liquidaban la cosecha antes del 31 de agosto. La respuesta lo descolocó: “No podemos admitir que le estamos regalando eso al campo”, le dijeron.
Es cierto que, a diferencia de Batakis, Massa arranca la discusión desde una posición de mayor fortaleza. Pero es muy probable que tenga que conformarse con que Cristina Kirchner no le cuestione públicamente el programa. Tiene también una ventaja sobre Guzmán: la vicepresidenta ya no está en condiciones de soportar tantas corridas cambiarias, y hasta es probable que se haya asustado con las últimas: esas turbulencias, efecto y causa de la falta de dólares, amenazan también con sepultar definitivamente la recuperación y las posibilidades en 2023.
Son temas que volvieron a salir esta semana en los foros empresariales. El miércoles, por ejemplo, en la Rural, en la reunión del Grupo de los Seis, la entidad más propensa en adelante a aplaudir las decisiones de Massa. Esa entidad, donde gravita el banquero Jorge Brito, antiguo conocido del nuevo ministro, ya le había enviado señales a Cristina Kirchner una semana antes con la premisa de que la situación no daba para más. Por eso es entendible que los cambios en el Palacio de Hacienda se hayan celebrado en varios ámbitos del establishment económico. En el mundo de la energía, por ejemplo. El jueves, con la bienvenida a Massa, la acción de Edenor, de los empresarios Filiberti, Vila y Manzano, trío de inmejorable relación con el líder del Frente Renovador, saltó más del 20 por ciento.
Por ahora, solo expectativas. Que conviven con problemas reales como la restricción externa. El martes, en su sede de la Avenida de Mayo, el comité de la Unión Industrial Argentina repasó una promesa en la que no termina de creer del todo: Pesce les dijo que, con la mejora en la temperatura de julio y perspectivas similares para agosto, tal vez se requiera menos gas y puedan liberarse algunas importaciones. La frazada es tan corta que surgen tirones inevitables. Matías Furió, presidente de la Cámara de la Industria del Juguete, se quejó esa tarde de que, pese al cepo, todavía entraban en el país productos terminados. Ni Gepetto militó con tanto fervor la autonomía manufacturera.
Alberto Fernández está convencido de que se trata de problemas pasajeros. Como Pesce, ve una luz en el final de agosto. Y, en confianza, delante de empresarios, hasta se atreve a contradecir a Cristina Kirchner: dice que no hay un festival de importaciones, que el porcentaje de ingreso de bienes sobre insumos está en los niveles históricos y que en todo caso se trata de consecuencias del crecimiento en la actividad. Pero son refutaciones que se guarda para la intimidad. Como casi todos en el PJ. La incógnita de estos meses consiste en el modo en que Massa, nuevo ungido, manejará sus desacuerdos dentro del Frente de Todos. Si la tensión escala en el organigrama o, como hasta ahora, sigue provocando enemistades y renuncias hacia abajo.