¿Quién se acuerda del genocidio armenio?
La frase del título fue gritada por Adolf Hitler para excusar sus propias matanzas. Ya es indiscutible que ese crimen fue realizado por los nacionalistas "Jóvenes Turcos". Contra ellos se opuso Kemal Ataturk, que bregaba por un país moderno. Perdió muchos territorios, pero ganó el avance de la civilización. No hubo error al convertirlo después en el héroe máximo de ese país.
El extermino de un millón y medio de armenios con sádicos métodos anticiparon la crueldad que mancharía de sangre todo el siglo XX. El primer libro que denunció de forma impresionante semejante brutalidad se llama Los cuarenta días de Musa Dagh. En su momento electrizó al mundo entero. Pero el mundo entero, como por desgracia sucedió, borró de su memoria semejante horror. La denuncia de esa obra fue tan intensa que la convirtió en una de las más frecuentadas de su época.
En medio de la ignorancia, la censura y ajenas urgencias, un planificado asesinato de todos los armenios había quedado en el más oscuro rincón de las agendas.
Es interesante el apoyo que durante esa tragedia les brindó el pastor alemán Lepsius, quien mantuvo un esclarecedor diálogo con Ever Pashá, comandante turco. Ese jefe explicó sin cortapisas las razones (o sinrazones) de su gobierno para deportar o asesinar a "los piojos". Alrededor de la montaña Musa Dagh se produjo la bíblica resistencia de unos pocos héroes, hasta que acudió a rescatarlos una fracción de la armada francesa.
El autor del libro Los cuarenta días del Musa Dagh se basó en hechos reales. Se llamaba Franz Werfel. Era narrador, dramaturgo y poeta. Nació en Praga, en 1890. Integra la vasta lista de los grandes creadores de la Europa central de aquella época y se lo suele asociar con la corriente expresionista. Su vida fue de novela. Sirvió en el ejército austrohúngaro durante la Primera Guerra Mundial, con tareas militares en el frente ruso y como agente de prensa. Pero no pudo evitar que se lo condenase por traición a la patria debido a su provocador pacifismo. Las obras que empezó a publicar lo bendijeron con una rápida fama. En 1929 se casó con Alma Mahler.
Armenia, por su ubicación geográfica, por haber sido la primera nación en convertirse al cristianismo y por insistir en sus reivindicaciones sociales, se convirtió en un escollo para el hipernacionalismo turco
Es curioso que Los cuarenta días del Musa Dagh haya sido publicado en el mismo año que Adolf Hitler capturó el poder de Alemania. También es curioso que, pese a que la obra alcanzó una acelerada aceptación planetaria, Hitler avanzó con sus siniestros planes antisemitas repitiendo la frase "¿quién se acuerda del genocidio armenio?"
Cuando en 1938 se produjo la anexión de Austria al Tercer Reich (con el júbilo irresponsable de la inmensa mayoría del país), Werfel, su esposa y sus hijos –lo mismo que Freud y otras celebridades- tuvieron que dejar Viena. Se dirigieron a Francia, donde fueron testigos de la invasión nazi. Entonces Werfel con su familia se desplazó hacia el Sur, hacia Lourdes, que había quedado bajo el gobierno cómplice de Vichy. Parecía que la furia genocida inaugurada en el siglo XX con los armenios no llegaría tan lejos. Werfel fue acogido por los monjes del santuario, pero llegó el momento en que ningún judío se podía considerar a salvo dentro de la Francia ocupada ni de la Francia sometida.
Consiguieron embarcarse a los Estados Unidos, donde compuso la famosa "Canción de Bernadette", en la que narra los milagros de la Virgen, obra que pronto fue llevada al cine y obtuvo un Oscar. Corresponde, por lo tanto, señalar que fue un judío quien compuso la primera y electrizante historia sobre el genocidio armenio y que fue ese mismo judío quien dotó de verosimilitud, ternura y espiritualidad al milagro de Lourdes.
Armenia, por su ubicación geográfica, por haber sido la primera nación en convertirse al cristianismo y por insistir en sus reivindicaciones sociales, se convirtió en un escollo para el hipernacionalismo turco. El 24 de abril de 1915 estalló la espantosa manifestación del delirio nacionalista con el arresto de las 235 personalidades armenias más relevantes -científicos, escritores, sacerdotes, docentes, líderes políticos-, conforme a una lista previamente confeccionada. Ese número pronto ascendió a ocho centenares. Era una decapitación que pretendía privar al pueblo de una orientación confiable e impedir que las noticias cruzaran las fronteras. Al mismo tiempo se organizaron "brigadas de trabajo" con hombres de 16 a 60 años, destinados a construir caminos y trincheras en los que luego se los ejecutaba. Muchos morían por extenuación física, carencia de alimentos, castigos brutales y falta de higiene.
También en 1915 empezó la salvaje etapa de empujar niños, mujeres y ancianos hacia el desierto que ahora pertenece a partes de Siria, Irak y Arabia Saudita. Los hacían marchar semidesnudos, descalzos, hambrientos, infectados, heridos, sedientos y aterrorizados. Iban cayendo sobre las arenas que servían de sepulcro, sin que se necesitase gastar pólvora. No conformes con esa "limpieza de piojos", buscaron a quienes se habían escondido en orfelinatos o en el interior de las viviendas donde familias turcas decentes les brindaban asilo.
Después de la guerra, la comunidad internacional condenó ese genocidio, en el que fueron asesinados un millón y medio de personas. Varios países habían advertido, ya en 1916, que los Jóvenes Turcos serían acusados por el extraordinario crimen. En la actualidad solo fanáticos son capaces de negarlo. Pero aún la cuestión sigue abierta, porque el gobierno de Turquía se resiste a reconocer su responsabilidad. Contra esa posición se han manifestado grandes intelectuales turcos, incluido el premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk.
A partir de esa masacre creció la llamada diáspora armenia, que ha producido incontables figuras de gran prestigio en todos los campos de la actividad humana. Cuando Franz Werfel publicó en 1933 su obra sobre la resistencia ejemplar en torno a una montaña, no podía sospechar que ese pueblo era en sí mismo una montaña difícil de abatir.
Ahora, en que Erdogan, dueño de Turquía, sueña con reconstruir el Imperio Otomano bajo su delirante ambición, negándose siempre a reconocer el genocidio que inauguró las masivas matanzas del siglo XX, las organizaciones mundiales tratan de ayudar al pueblo armenio contra la agresión que sufre bajo la encubridora lucha por Nagorno Karabaj. Pero es notable cómo los entretejidos burocráticos y las subterráneas negociaciones olvidan las amputaciones que ya se hicieron a la histórica Armenia, el hecho de ser el único país de la región con mayoría cristiana y la debilidad que padece por sucesivas opresiones.