Balance 2016. ¿Quién quiere liderar el mundo?
EE.UU. vs China; Occidente vs el resto; populistas y globalización. Tres conflictos y un dilema: cómo lograr el cambio pacífico
El año 2016 será sin duda el año del Brexit y de Donald Trump. Pero vayamos más atrás. El ascenso notable de China en la última década, la crisis económica de 2008 y el triunfo de Donald Trump en noviembre pasado suelen ser vistos como una cadena de circunstancias que ponen en jaque el orden internacional liberal. Se trata, claro, de elementos bien distintos.
El ascenso de China es un cambio estructural; la crisis económica y sus impactos es un proceso y el triunfo de Trump es un evento. La incertidumbre yace precisamente en que no sabemos de qué manera se articularán estos tres elementos y qué impacto tendrán en la gobernanza global. Los expertos, por ahora, hablan de tres cosas: de un conflicto entre Estados Unidos y China; de un conflicto entre Occidente y el resto; y de un conflicto entre populistas y globalización.
El primero es una historia conocida: un poder sube, el otro declina, en el medio del camino se encuentran y puede pasar dos cosas: o se acomodan mutuamente o van a la guerra. El segundo incluye la lógica del poder, pero agrega elementos ideológicos, sociales y religiosos en donde China es apenas una parte del cambio tectónico más profundo que va del Atlántico al Pacífico. Y el último es una nueva versión de una tensión muy antigua entre nacionalismo y cosmopolitismo.
Son tres dinámicas distintas pero que convergen en uno de los problemas más perennes de la política, nacional e internacional: como alcanzar el cambio pacífico. Muchos años atrás, el historiador E. H. Carr en su magnífica obra La crisis de los veinte años, afirmó que el desafío del cambio pacífico a nivel nacional es cómo alcanzar el cambio necesario y deseable sin caer en la revolución y, a nivel internacional, cómo lograr el cambio sin terminar en la guerra. La defensa del status quo en la política internacional, decía E. H. Carr, no puede durar para siempre con éxito. Terminará en guerra, así como el conservadorismo rígido terminará en revolución.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la constelación Occidental diseñó un orden global dirigido en lo más fundamental a desarrollar inhibidores del cambio violento: globalización e interdependencia económica; cooperación institucionalizada; normas contra la intervención y el uso de la fuerza; esferas de influencia; predominio de la disuasión en la tecnología militar, y ausencia de nacionalismos intensos o de ideologías expansionistas entre las potencias que suben o caen, entre otros.
Pocas veces este diseño ha sido tan cuestionado como hoy. Desde el Norte y desde el Sur. Desde los países centrales y los periféricos. Desde la izquierda y la derecha. Desde Dios y el humanismo. Desde la razón y la pasión. Estados Unidos se pensó como el garante de este diseño, pero hoy es una parte central del problema. China es el desafío desde hace varios años, pero tendrá la presión cada vez mayor de convertirse en parte de la solución. Esta doble incógnita, la dirección de Estados Unidos y de China, será el punto focal del próximo año. Hasta entonces.