¿Quién no le teme a Cristina Kirchner?
Nunca antes en la Argentina democrática alguien con tantos flancos débiles y cuentas pendientes despertó tanto temor político y, a la vez, acumuló tanto poder. Como enseñó Maquiavelo, es el miedo antes que la habilidad y el convencimiento el que permite que Cristina Kirchner se autoabsuelva y se proponga alcanzar la suma del poder público.
La vicepresidenta prefirió no dirigir el tramo de la sesión en la que el Senado aprobó su deseo de sacar de sus cargos a tres jueces que intervienen en la investigación de sus presuntos crímenes y en su juzgamiento. Lo que votó el Senado apenas horas después fue validado por un decreto del Poder Ejecutivo. Congreso y Gobierno, unidos, para cumplir una parte del plan de autoprotección de la líder del oficialismo. Las necesidades personales de Cristina siempre se resuelven muy rápido en una administración criticada por la inacción en sus ministerios.
La jefa espera que el martes la Corte valide su castigo a los magistrados que se atrevieron a aprobar los procesamientos en su contra. No es solo contra tres jueces. Es una advertencia directa, por si hiciera falta, de que de la Justicia solo espera impunidad para ella y su familia, convertida en millonaria mientras gobernaba una provincia y el país. ¿Alguien podría explicar cómo se logra esa hazaña? Nadie.
Antes de resolver sobre el destino de magistrados que afectaron a Cristina, los jueces de la Corte vieron cómo, al impulso de la vicepresidenta, se creó una comisión integrada hasta por su propio defensor (Carlos Beraldi) que debe decidir si la actual composición del cuerpo queda desfigurada por el desembarco de nuevos miembros. El temor a Cristina también se puede medir en acciones concretas.
El de la corrupción es un flanco abierto que la propia vicepresidenta se empeña en cerrar sin dejar de lado ningún recurso del Estado. Pero no es su único costado expuesto.
Si bien precisó correrse del primer lugar para recuperar el poder, desde el comienzo del mandato de Alberto Fernández ella viene cercenando una tras otra las hipotéticas habilidades que el Presidente tenía para ocupar el cargo.
Empezó por borrar los intentos de consenso que Fernández usó como contracara de su estilo cortante. En poco más de 10 meses, el Gobierno responde al estilo de su verdadera líder: de diálogo poco; de acuerdos, nada.
Fernández es el primero que teme y obedece a Cristina, aunque sus órdenes supongan destruir sus propias posibilidades. La vicepresidenta ordenó volar los puentes con Horacio Rodríguez Larreta en una señal que indica que no desea dialogar con nadie que no sea ella misma.
No es poco anular toda posibilidad de acuerdos cuando la Argentina registra indicadores económicos y sociales peores que los de los aterradores 2001/2002. La pandemia del coronavirus fue el golpe de gracia de un largo ciclo de desatinos que no se limita a los dos años finales en los que Mauricio Macri liquidó su ciclo.
Lo pobreza ya supera el 45 por ciento y perdieron su empleo más de 3,5 millones de personas durante la cuarentena más rígida del mundo, mientras el PBI se despeñó 19,1%. Con esos datos, Fernández tiene prohibido negociar con la oposición.
Cristina insiste con la misma receta de sus años de presidenta. Cepo cambiario, más impuestos a sus enemigos rurales, estatización de empresas claves (Vicentin fue apenas el primer intento fallido), coparticipación arrebatada por decreto, economía cerrada y culpas a los opositores y al periodismo. Fernández es ejecutor de un plan que ya fracasó. Mientras, en la calle, una oposición sin dirección marcha por algo tan básico como defender el nombre del país: república.
¿Nada tiene que ver con este presente Cristina y sus dos mandatos, en los que disparó déficits, inflación y pobreza, enmarcada en una radicalización política que aisló al país del mundo y lo aproximó a la dictadura venezolana? Una parte significativa del electorado ya absolvió a Cristina y volvió a elegirla en forma legítima el año pasado. Ella no está sola con sus acusaciones de coimas y enriquecimiento y con sus torpezas políticas y económicas. Hay millones de votantes que la acompañan.
"Todos los problemas son problemas de educación", decía Sarmiento. La forma de votar, también.