¿Quién le teme a Ayn Rand?
Ignorada en ámbitos académicos, su obra en nuestro país circula entre políticos y gente de negocios, a veces, como un secreto inconfesable
“Los CEO argentinos más inteligentes recién están empezando a descubrir ahora a Ayn Rand; varios la leyeron y se entusiasmaron, aunque no sé a cuántos les gustaría hacerlo público”, informa Eduardo Marty, reconocido como el hombre que introdujo la filosofía randiana en Argentina, a mediados de los ochenta. Fue Marty, actual presidente de Junior Achievement –una ONG dedicada a despertar el espíritu emprendedor en los chicos– quien le recomendó y le dio en mano a Mauricio Macri una de las obras emblemáticas de la escritora rusa, La Virtud del Egoísmo.
Claro que en nuestro país no hay nada comparable con la influencia decisiva que tuvo y tiene Rand en EE.UU., donde –según una encuesta realizada en la prestigiosa Biblioteca del Congreso de aquel país– La rebelión de Atlas fue la obra que más impacto produjo después de la Biblia, no sólo entre los hombres de negocios sino en la formación ideológica del americano medio. En Argentina, por diversas razones, la recepción de su pensamiento es muy distinta. Hay “círculos randianos” sueltos, por así decirlo, o think tanks liberales que, sin definirse tajantemente como randianos, estudian los textos de Rand, entre ellos, además de la ONG de Marty, las fundaciones Atlas y Hayek, el Foro Liberal de Recrear, el partido que fundó Ricardo López Murhpy –quien, al igual que su socio en Pro, también ha leído a Rand–, el Centro de Investigación sobre Instituciones y Mercados (CIIMA) y algunos posgrados ligados al management .
Aunque, como señala Martín Krausse, profesor en Eseade, “el management argentino no fue influenciado por La rebelión de Atlas, y muchos no conocen a Rand”, lo que plantea Marty es igualmente cierto. Algunos CEO empiezan a interesarse ahora y, de hecho, La rebelión y La Virtud, reeditadas en Argentina, figuran en las bibliotecas de importantes hombres de negocios, como los CEO Armando Silberman (Iplan); Claudio Muruzábal (Neoris); Guillermo Yeatts, ex directivo de Sol Petróleo y presidente de la Fundación Atlas ; Jorge Sojo (QBE ART) y el fundador de Apple Argentina, Enrique Duhau.
Tal como ocurrió con el revival del randianismo en España –impulsado por el gobierno de José María Aznar, que se nutrió de jóvenes provenientes del management –, aquí también, el compañero de fórmula presidencial de López Murphy, Esteban Bullrich, es uno de los pocos políticos que han estudiado a Rand, aunque no comparte totalmente sus postulados. Es que Bullrich pertenecía al mundo empresarial cuando conoció al jefe de Recrear, en 2002, cuando aquél organizaba debates con jóvenes que tenían posgrados en el exterior. “Acuerdo con Rand en que no me gusta la idea de Estado como Gran Hermano –explica Bullrich–, pero en países emergentes como el nuestro, el Estado no puede estar ausente en lo social.”
Para el pionero Marty, una de las razones por las cuales la filosofía randiana no terminó de anclar en estas tierras es que los liberales argentinos clásicos están, por lo general, cerca del catolicismo. “Y Rand es una capitalista atea, no encaja en ningún lado”, explica.
Sin embargo, nunca deja de estar en el candelero. La reciente reedición de sus textos en el país, la circulación de su obra entre empresarios y políticos jóvenes –Mauricio Macri es uno de los admiradores locales de la escritora–, el aniversario de los cincuenta años de la La rebelión de Atlas y la noticia de que el año que viene empezará a rodarse la versión cinematográfica –con Angelina Jolie como heroína– son todos signos de un interés que no decae.
Donde no tiene repercusión es en el mundo académico. Muchos a los que podríamos considerar “popes” de la intelectualidad argentina ni siquiera la conocen (lo que resulta un dato en sí mismo) y quienes la conocen comparan la profundidad de su obra con la de un manual de autoayuda. “Pero a mí me gustaría saber cuántos intelectuales argentinos han vendido 20 millones de ejemplares, y creo que me quedo corto con la cifra de lo que ha vendido históricamente La rebelión –dice el consultor Enrique Zuleta Puceiro–. Digo, yo no soy leninista, pero he leído a Lenin y no puedo negarlo”, provoca.
Odios y amores
Claro que las explicaciones maniqueas siempre son tentadoras. Primero, porque son fáciles de creer y, segundo, porque son igualmente fáciles de difundir. Pero la realidad suele ser siempre más compleja. Para los más críticos, su obra alienta el capitalismo salvaje y el egoísmo. Para sus defensores, es una cumbre contra los abusos del colectivismo y una defensa radical de la libertad del individuo ante cualquier totalitarismo.
“A mí el libro me provoca una doble reacción, una de ellas muy visceral –dice Gabriela Michetti, vicejefa porteña electa–. Por un lado, lo empezás a leer y te pega muy fuerte la exaltación de la construcción personal, el heroísmo y la creatividad en el armado de la propia vida, pero a medida que avanzaba en la lectura empecé a sentir náuseas por la crueldad que tiene con el desamparado o con los pobres. Para ella, la solidaridad es un disvalor y, desde ese lugar, creo que a su obra le falta amor”, cuestiona la líder de Pro, que está más cerca del socialcristianisno que de cualquier otra corriente.
El futuro ministro de Educación de Macri, Mariano Narodowski –que dio sus primeros pasos en la vida política en la Federación Juvenil Comunista– confiesa que tiene La Rebelión en su biblioteca pero, según revela, no pudo pasar de la página 25. “Es que el individualismo posesivo me aburre”, explica.
Quienes conocen al futuro jefe porteño aseguran que él odia la queja y el reclamo. “A Mauricio no le gusta esa gente que espera que le caiga el maná del cielo. Valora la superación personal”, cuentan algunos legisladores, que comparten reuniones políticas con el presidente de Boca. “Si todos pusieran su granito de arena, otra sería la Argentina”, machaca el ingeniero en los retiros espirituales de Pro. Y por ese lado, dicen, se enganchó con Rand, cuya máxima vital es que el triunfo es el resultado de la lucha y que el trofeo se mide en función del reto superado.