Quién es Òscar Camps, el héroe de las crisis humanitarias en Europa, que dedica su vida a rescatar refugiados
Es guardavidas y en 7 años, tras la catástrofe migratoria de 2015, surgió como figura pública, puso a la ONG Open Arms al frente del rescate de refugiados, y se convirtió en la voz de la conciencia de la política europea
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Cuatro minutos son una eternidad. Cuatro minutos, dice Òscar Camps, es lo que tarda una persona en morir ahogada. “Los niños, un poco menos”, aclara. Y es como si todo lo que vio estuviera allí: rostros desencajados, chapoteos, brazos que se estiran inútilmente mientras los ojos, abiertos y espantados, se hunden. Veloz y atrozmente lento.
Òscar, guardavidas de profesión, vio repetirse de a decenas, centenas, miles, esos malditos cuatro minutos. Hombres, mujeres, chicos, bebés. El agua fría que anunciaba el otoño boreal, las islas griegas desprovistas de belleza y allí, a metros de la costa, los brazos que se agitaban inútilmente, el padre que intentaba sostener a su hijito hasta el último instante, los ojos abiertos, cuatro minutos.
Septiembre de 2015. En Barcelona terminaba la temporada de verano y Òscar, director de una compañía de guardavidas, se preparaba para ir guardando en el almacén equipos, chalecos, recursos varios. Y fue entonces que vio la foto de Aylan Kurdi.
Un niño, casi un bebé, yacía ahogado en las playas de Turquía. Su imagen fue como un dardo dirigido a los ojos de todo Occidente. El bote con el que su familia había hecho un intento desesperado por llegar a Europa estaba destrozado, sus restos hundidos en algún lugar del fondo del Mediterráneo.
Era septiembre, la temporada había terminado y Òscar pensó: “un mes”. Tomarse treinta días, ir a Lesbos –uno de los puntos álgidos de la crisis migratoria exacerbada por la guerra en Siria– ofrecer sus servicios, dar una mano, regresar a casa.
Lo acompañaron dos amigos. Llevaba una mochila, el traje de neopreno, las patas de rana. Esperaba llegar y encontrarse con dispositivos de ONG internacionales o alguna autoridad a la cual pedir orientación. No había nadie. Nada. Solo las decenas, centenas, miles, de brazos que se agitaban en el agua, el frío, los botecitos mal hechos, los gritos, el miedo. Se arrojó al agua –brazada, patada, respiración, brazada– y se puso a hacer lo que casi treinta años de ser socorrista le habían enseñado. Todavía no lo sabía, pero su vida ya había cambiado.
Saltos grandes, saltos pequeños
En la recepción de un hotel de Buenos Aires, durante una fugaz estada en la Argentina, Òscar Camps enumera: 1700 refugiados ucranianos rescatados, 96 toneladas de alimentos llevadas a las cercanías de Odessa, 400 personas salvadas de naufragar en el Mediterráneo hace apenas unos días.
El hombre que hace siete años se lanzaba a las aguas de la costa griega con nada más que sus brazos y la imagen de un niño ahogado en la mente, hoy es el líder de Open Arms, una ONG que, además de las acciones humanitarias en el Mediterráneo, está trabajando en medio de la crisis ucraniana –aquí fue crucial la alianza con Solidaire, la ONG de Enrique Piñeyro–, también impulsa tareas de concientización en las escuelas españolas, y lanzó un proyecto educativo en Senegal, donde buscan dar a los jóvenes una alternativa distinta a las pateras que periódicamente se hunden frente a las costas europeas.
De aquella mochila con la que partió a Lesbos, hoy Òscar, nacido en Barcelona hace 59 años, pasó a sostener una organización que tiene presencia en Grecia, Italia, Ucrania y Senegal, dispone del Boeing 787-8 de Solidaire para los rescates aéreos de refugiados ucranianos, y cuenta con tres embarcaciones: el remolcador Open Arms (cuya última misión fue llevar alimentos a Odessa), el velero Astral (que realiza rescates en aguas internacionales del Mediterráneo) y el Open Arms Uno, flamante adquisición que Piñeyro cedió a la ONG del rescatista catalán.
"“En Italia se dice que la oposición a la extrema derecha no es la izquierda, sino Open Arms –dice, tajante–. Somos los únicos porque nos pusimos serios, somos estrictos en el cumplimiento de los convenios internacionales, la constitución italiana y el derecho marítimo”"
Òscar Camps
–El salto fue enorme. Un guardavidas trabaja en la costa, y…
–Y ahora estamos en aguas internacionales. Hemos tenido que aprender mucho. Es un salto grande, pero fueron muchos pequeños.
En Lesbos, Òscar y sus colegas al principio hacían los rescates a puro nado. Luego incorporaron alguno de los botes que quedaban arrumbados en la playa. “Era una locura. Imagínate 100 pateras llegando a una costa de 14 kilómetros cada día”, rememora.
Hasta que llegó la prensa, y “los españoles que estaban en Lesbos” fueron noticia internacional. “Cuando se empezó a publicar lo que estábamos haciendo tuvimos que organizarnos. Si no, el gobierno griego nos iba a echar, ¿qué hacían unos turistas salvando vidas?”, explica Òscar.
Cuenta que llamó al abogado de su empresa de guardavidas y no se anduvo con vueltas: “Oye, móntame una asociación porque aquí estamos en precario y cualquier día nos echan”. El abogado cumplió. Se armó la estructura de una ONG, buscaron un nombre, se pusieron al frente Òscar, el director financiero de su compañía y, cómo no, el mismísimo abogado. Solo pretendían una cobertura legal para estar tranquilos durante aquel mes de salvatajes que iba a ser tan largo.
La rueda había comenzado a rodar. La voz y el rostro de Òscar Camps salieron en CNN, The New York Times, The Guardian, Al Jazeera. La historia conmovió a sectores de considerable poder adquisitivo: la recién nacida Open Arms comenzó a recibir donaciones llegadas de los Estados Unidos.
Primero compraron un gomón. Luego, un millonario italiano les obsequió un velero. Poco después, un empresario español les regaló un remolcador de altura. Los pequeños pasos se sucedían a una velocidad de vértigo. Había que aprender nociones de navegación, los códigos de un mar distinto. Sobre todo, había que aprender mucho sobre leyes.
“Tener en el banquillo de los acusados a una autoridad de un país europeo, que tuvo el control del servicio de inteligencia de ese país, la policía, la aduana... Es mucho poder y a ti no te protege nadie. Tienes que ir con cuidado”. Òscar se refiere al juicio, iniciado el año pasado, contra el exministro del Interior italiano Matteo Salvini, acusado del delito de secuestro de personas e incumplimiento de funciones por impedir, en 2019, el desembarco de 147 migrantes que estaban a bordo del Open Arms. El barco debió permanecer 20 días detenido frente a la isla de Lampedusa, en una situación que se tornaba cada vez más precaria y desesperante.
“En Italia se dice que la oposición a la extrema derecha no es la izquierda, sino Open Arms –dice, tajante–. Somos los únicos porque nos pusimos serios, somos estrictos en el cumplimiento de los convenios internacionales, la constitución italiana y el derecho marítimo”. Y procede, con una energía que explica todo lo gestado en estos últimos siete años, a explicar la gran fórmula de unas acciones que le valieron unos cuantos conflictos con los Estados europeos: atenerse a la letra de la ley. “Se nos acusa de todo, de que incentivamos la migración, de que somos efecto llamada... Perdonen, no hay que dejar morir a nadie. Estamos en aguas internacionales, son náufragos, los rescatamos y entregamos a la administración que corresponda”. Y sigue, torrencial: “¿Sabes qué les digo a todos ellos? ‘Cumplan con los convenios internacionales o abandónenlos; tengan el valor de romper la carta de los Derechos Humanos, el estatuto de refugiados, el convenio SAR’. Se generan discursos tóxicos, los llaman ‘migrantes ilegales’... Pues no, para empezar, en aguas internacionales no hay migrantes, esas aguas son de todos. Si hay un náufrago, hay que rescatarlo. Hemos firmado unos convenios, es el siglo XXI, estamos buscando agua en Marte, tenemos los recursos para sacar a esas personas de ahí. Un barco de finlandeses no estaría tres días flotando a la deriva, estaría tres horas. Pero eso no ocurre con una patera. Al contrario, se criminaliza a los que están en ella, y se criminaliza a los que los ayudan”.
–¿Por eso promueven la campaña “Cada vida cuenta”?
–Es el contraste entre los ucranianos y los negros. Nosotros decimos que están muy bien los rescates en Ucrania, es lo que se debe hacer. Pero los que huyen de los 65 conflictos que hay en el mundo, la mayoría en África, también tienen derecho a ser refugiados. Tienen derecho a ese estatus, ¿por qué no se les reconoce? ¿Por qué a los ucranianos sí y a estos no? El establishment no quiere negros ni musulmanes. No te lo dicen cantando, pero te lo dicen silbando”.
El celular de Òscar Camps se ilumina e imprime a la mesa de café la inconfundible vibración del mensaje de WhatsApp. Lo toma, lo mira unos segundos y lo vuelve a apoyar, esta vez boca abajo. “Es que si no... –sonríe–. Estoy con la empresa, con la ONG. El juicio, el Mediterráneo, Ucrania, España.”
–¿Y la vida personal?
–No tienes vida. Tu vida es esto.
“Esto” es, desde ya, la empresa de guardavidas que siempre siguió en paralelo, los conflictos inesperados o no tanto, la ONG que no para de crecer y demanda tiempo, cuentas, organización, previsión, obtención de recursos, campañas de donaciones y un permanente monitoreo de proyectos. Pero “esto” es, también, la asunción de que Òscar Camps es, desde hace algunos años, el hombre que está a cargo de todas esas múltiples esferas y, además, una figura pública.
A Òscar Camps lo denostan Salvini y Santiago Abascal, el líder de VOX. Lo tildan de ególatra, le llegan amenazas, acusaciones y sospechas de todo tipo. También le llegan reconocimientos, artículos en medios internacionales, premios: Catalán del año en 2015, Premio Unicef en 2017, Ciudadano europeo y Medalla de Honor del Parlamento de Cataluña en 2019. To Kyma. Rescat al mar Egeu, un documental emitido por una cadena televisiva catalana, impulsó su popularidad. Y un cineasta español, Marcel Barrena, se inspiró en aquel otoño de 2015 en Lesbos para filmar Mediterráneo, una película de ficción que obtuvo tres premios Goya, estuvo entre las candidatas a representar a España en los Premios Oscar de este año (finalmente la seleccionada fue El buen patrón), y donde el actor Eduard Fernández interpreta al mismísimo fundador de Open Arms.
“Mi vida tiene que ser transparente, ¡hicieron una película con ella! –se explaya–. Yo lo único que pedí es que a los refugiados se los tratara con dignidad y no se explotara la lágrima fácil. Porque en la película los extras son refugiados de verdad, de Siria. Los productores fueron al campo de refugiados y los contrataron; hacen de ellos mismos en un campo creado para la ficción. Que estaba mejor que el suyo, que el real. Los actores lloraban, porque los extras venían, hacían su papel y volvían al campo. Y los actores se iban a un hotel cinco estrellas”.
–¿Cómo maneja las emociones un socorrista?
–Eso sale en la película. Yo me enfrento a todos y digo “no”. Porque te das cuenta de que empatizas con las personas que rescatas y les darías todo, dinero, comida, tus zapatos. Pero no puedes hacer eso con todo el mundo. Entonces, les dije a los demás: “no hay que entrar en conversación”. Los sacas del mar, los dejas en tierra, y que se ocupen otras organizaciones. En tierra, además, ellos pueden arreglárselas. Pero en el mar son débiles. Y ahí estamos nosotros.
“Porque te das cuenta de que empatizas con las personas que rescatas y les darías todo, dinero, comida, tus zapatos. Pero no puedes hacer eso con todo el mundo”
–Están los principios. ¿También está la adrenalina?
–No es tanto la adrenalina como la responsabilidad que hemos tomado con la ciudadanía. No les puedes fallar. ¿Quién se ha apoderado de mí? El personaje. ¿Por qué? Porque cuando ves un chaval de 15 años que va a la escuela con un buzo de Open Arms dices hostia, no puedo fallarle, hay que seguir. Ya no estoy tanto en la primera línea de los rescates, sino empujando la organización.
Allá por los comienzos, mucho antes de este presente donde el instinto del empresario se fusionó con el del activista, hubo una playa en Badalona. El Òscar niño conoció la grisura de los últimos años de la dictadura franquista y la luz de un abuelo que lo llevaba todos los días a jugar junto al mar.
A fines de los setenta, y en la estela del auge del cómic español, no fueron las olas sino los lápices los que lo encandilaron. “¡Molts ninots!” [Más muñecos], lo entusiasmaban los dibujantes que se reunían en la Plaça del Pi de Barcelona, y a los que les mostraba sus historietas. Pero al padre no le hacía gracia el ambiente de Bellas Artes, y a los 20 años Òscar dio por cancelada la vocación artística.
Poco después se lanzó a su primer actividad comercial: una empresa de alquiler de autos. Se casó, tuvo cuatro hijos –tres mujeres y un varón; la mayor hoy trabaja junto a él en Open Arms, la que le sigue lo hizo abuelo hace poco–, dejó los autos, ingresó en la Cruz Roja, comenzó con los salvamentos. Y luego se fue de la Cruz Roja, montó su propio emprendimiento de guardavidas, armó dispositivos de seguridad, exigió a las autoridades registros de muertos en las playas, dio forma a una empresa que actualmente contrata entre 500 y 600 guardavidas. Vuelta al mar.
–Se me quedó pequeño el mar de los turistas. Es aburrido el mar de los turistas.
–El otro es trágico.
–Pero te sientes más útil en él.
Poco antes de que estallase la guerra de Ucrania, Enrique Piñeyro ya se había acercado a la ONG con una donación. La crisis humanitaria desencadenada en Europa del Este fortaleció esa alianza, se armó el corredor aéreo y, cuando surgió la posibilidad de llevar alimentos por mar de Barcelona a Odessa, Camps formó parte del primero de los cuatro viajes que el remolcador Open Arms (un noble pero castigado barco de más de 50 años) haría hacia el Mar Negro.
–Se debe ver distinto el mapa del mundo luego de presenciar tanto sufrimiento humano.
–Mira, hay 16 flujos migratorios que generan muertes en este momento. Solo se habla del Mediterráneo, pero hay que generar visibilidad sobre los otros flujos también: Bangladesh, Somalia, Haití, México... Se están militarizando de tal manera las fronteras que la única vía será el mar.
–¿Cómo se proyectan a futuro?
–Ojalá pudiéramos no existir... No tenemos socios, tenemos donantes recurrentes porque nos ayudan los pudientes. No tenemos la intención de consolidarnos como ONG a partir de un problema, queremos que se solucione. Pero bueno, el escenario actual es el de una crisis, una hambruna, los huracanes que pegan más fuerte por el cambio climático... Tenemos mucho trabajo por delante.