¿Quién decide cuando decidimos?
En el capítulo 36 de House of Cards, Francis Underwood mira a la cámara y dice: "Siento que la toma de decisiones en la presidencia de Estados Unidos es una ilusión". Muy distantes de ese mundo pero próximos a la reflexión, neurocientíficos de gran prestigio sostienen más o menos lo mismo: que el libre albedrío es, en gran medida, una ilusión.
¿Quién decide cuando decidimos? ¿Uno? ¿El mundo? ¿El destino? Durante siglos la filosofía, la religión y luego la ciencia han debatido acerca de la existencia (o no) del libre albedrío, es decir, de la facultad que tendría una persona para poder elegir, tomar sus propias decisiones y, de esta manera, ejercer el control sobre la propia vida.
Hoy sabemos que nuestra genética y el entorno colaboran en mayor o menor medida para modular nuestro organismo y nuestra conducta. Si un mismo cerebro de un niño hubiese crecido en un lugar y una época diferente del que vivió, seguramente se habría amoldado a cada entorno y tomado decisiones a partir de ese contexto. La cultura, las experiencias, las historias compartidas por la sociedad, las creencias colectivas, pero también la alimentación y la exposición solar, entre otros elementos, interactúan con nuestros genes y nuestro organismo influyendo en la estructura de nuestro cerebro y definiendo quiénes somos. En cierta manera, nuestra libertad es condicionada por el mundo que nos rodea o nos toca vivir.
¿Quién decide cuando decidimos? ¿Uno? ¿El mundo? ¿El destino?
Para Descartes, nuestra libertad se expresa cuando ante una situación determinada podríamos haber actuado de una manera diferente. ¿Podríamos de verdad haber decidido distinto a como decidimos? ¿Tenemos los seres humanos control sobre nuestras acciones? ¿Hay alguna decisión que podamos tomar en forma independiente de nuestra historia? Plantearse este tipo de preguntas nos puede inducir a malas interpretaciones del libre albedrío, que no tiene por qué ser una sola entidad absoluta e indivisible. Estos dilemas han sido abordados desde innumerables posturas, que han arrojado conclusiones ubicadas en los espacios más disímiles del espectro: desde la aseveración de que no existe de ninguna manera el libre albedrío, hasta la afirmación de que está presente en cada acción, pasando por numerosos matices que aparecen en el medio de estos dos extremos. Por nombrar algunas de estas líneas encontramos: el determinismo físico, desde donde se piensa que no habría libre albedrío ya que todas las acciones del presente están determinadas enteramente por los eventos que las antecedieron; el compatibilismo clásico, que considera que existe un cierto determinismo pero también contamos con posibilidades alternativas de decisión para actuar libremente; y el libertarismo metafísico, que contempla que no existe la determinación y, por ende, los seres humanos sí tendríamos libre albedrío.
Las neurociencias estudian qué grado de influencia consciente tenemos en nuestras decisiones, y han intentado intervenir aportando información sobre cómo surgen en el cerebro. Esto ha dado lugar al surgimiento de lo que se conoce como neurociencias del libre albedrío. Algunos de sus hallazgos han resultado ser muy llamativos y han aportado argumentos que parecen cuestionar la existencia de una libertad total.
Benjamin Libet, investigador de la Universidad de California en San Francisco, condujo un conocido experimento en los años ’80, en el cual les pedía a sus participantes que decidieran apretar un botón en un momento cualquiera, sin previo aviso, mientras registraba la actividad eléctrica de su cerebro asociada a este movimiento. Cuando movemos intencionalmente alguna parte del cuerpo pueden registrarse dos tipos de señales eléctricas: una señal que surge de la acción motora (por ejemplo, apretar un botón) y una señal, que la antecede, que surge de la preparación para realizar este movimiento, conocida como "potencial de preparación" (readiness potential). Libet quería observar si este potencial de preparación se relacionaba con el registro consciente que tenían los sujetos de querer mover la muñeca o si esta señal se relacionaba con una actividad automática. Para ello, les pedía a los participantes que observaran en un reloj el lugar de la aguja al momento de decidir hacer el movimiento. Así encontró que el potencial de preparación antecedía al registro subjetivo de querer mover la muñeca. Esto indicaría, según él, que en el cerebro toda la cadena de sucesos eléctricos necesarios para el movimiento se inicia antes de tener conciencia de querer realizarlo. Dicho de otro modo, si los sujetos decidieran conscientemente mover la muñeca a las 14:01:55, el cerebro ya estaba ejecutando la acción a las 14:01:54. A partir de sus observaciones, algunos autores han sugerido que habría evidencia científica de que la noción que tenemos de control de nuestras acciones, como decía Underwood, es una ilusión. Es importante aclarar que Libet, en realidad, no midió la decisión de mover, sino la estimación metacognitiva de una decisión ya hecha. Además, esta versión de libre albedrío involucra una explicación radical y absoluta que asume que toda decisión depende absolutamente de aspectos conscientes.
Las neurociencias estudian qué grado de influencia consciente tenemos en nuestras decisiones; descubrieron cuestiones que parecen cuestionar la existencia de una libertad total
La idea de una voluntad consciente también fue puesta en cuestión desde las neurociencias por el psicólogo Daniel Wegner de la Universidad de Harvard. Le pidió a una voluntaria que usara guantes y posara frente a un espejo. Otro investigador del laboratorio ubicaba sus brazos por detrás de ella de tal manera que parecieran los de la voluntaria, como a menudo suelen hacer los niños para jugar. Ambos participantes tenían auriculares a través de los cuales Wegner le daba indicaciones al investigador para mover o no los brazos. La voluntaria reportó que cuando oía la instrucción de mover los brazos antes de que se produjera el movimiento, ella tenía la sensación de que eran sus propios brazos los que se movían, pero cuando la instrucción la escuchaba después de que se efectuaba el movimiento, esta sensación desaparecía. Wegner relativizó así la noción de experiencia consciente al plantear que la misma es, justamente, una ilusión.
Estos y otros experimentos sugieren que, para algunas acciones, nuestros cerebros inician el proceso de toma de decisiones antes de que seamos conscientes. Esto es esperable para muchas de ellas. Si tuviéramos que pensar cada pequeña cosa que hacemos cotidianamente no podríamos hablar con fluidez, bailar, caminar o manejar. La atención consciente requiere esfuerzo y es un proceso más lento. Por eso los experimentos que llegaron a la conclusión de que el libre albedrío es una ilusión involucraban decisiones simples y rápidas (se les pide a las personas que no planifiquen sus decisiones, sino que esperen a tener un impulso).
Eddy Nahmias, un influyente filósofo y neurocientífico de la Universidad de Georgia State, señala que quienes consideran que estos hallazgos implican que el libre albedrío es una ilusión, lo hacen partiendo de una concepción equivocada de libre albedrío. Según Nahmias, algunos pensadores que sostienen que este no existe asumen que se encuentra en un alma inmaterial o en una mente no-física, pero las neurociencias muestran evidencia de que nuestras mentes son físicas y que la toma de decisiones surge de la actividad de nuestro cerebro. Concluir que la conciencia o el libre albedrío son ilusiones es apresurado. Sería, según Nahmias, como inferir por los descubrimientos de la química orgánica que la vida es una ilusión porque los organismos vivos están compuestos por elementos no vivos. Precisamente el progreso en la ciencia sobreviene de la compresión de un todo en términos de sus partes, sin sugerir que el todo no existe.
No existiría el libre albedrío si se pudiera demostrar de alguna manera que la deliberación consciente y el auto-control racional no son posibles. Nada de esto es probable aunque sea cierto que la conciencia no funciona exactamente como pensamos, y que hay limitaciones significativas en la extensión de nuestra racionalidad, auto-conocimiento y auto-control.
No hace falta suponer que nuestra conciencia debe estar en todas las decisiones que tomamos para poder afirmar que contamos con un libre albedrío. Necesitamos la deliberación consciente para hacer la diferencia en lo que importa, cuando tenemos que tomar decisiones claves para nuestra vida o la de los demás, planificar o vetar una acción. Todos los días, constantemente, debemos tomar una gran cantidad de decisiones, algunas muy simples y otras muy complejas. Los recursos cognitivos son limitados y la deliberación consciente demanda una gran cantidad de recursos, con lo cual no podemos esperar que todo lo que hacemos pase por nuestra conciencia. Algunas de nuestras acciones, como por ejemplo la manera en la que debemos mover cada uno de los dedos, junto con manos y muñecas, para escribir una oración como esta, escapan a la conciencia, porque ella está ocupada con las decisiones más importantes como la manera de seguir esta argumentación, su estilo y su forma. Cada acción que realizamos, cada decisión que tomamos, cada creencia que tenemos están elaboradas por circuitos cerebrales a los que no tenemos acceso. Los procesos no conscientes operan en casi toda nuestra vida. El cerebro controla la compleja maquinaria de nuestro cuerpo y lleva adelante decisiones automáticas sin que tengamos conocimiento.
El cerebro consciente juega un rol mucho menor del que imaginamos. Muchas veces vamos en auto de regreso del trabajo y nos damos cuenta de que estamos llegando a casa sin haber prestado mucha atención al camino que hacemos cada día. Sin embargo, antes de llegar, en una esquina aparece súbitamente un camión que pasa muy rápido y esto hace que la consciencia entre en acción. Nuestra consciencia además juega un rol importante, realizando decisiones ejecutivas, cuando hay conflictos internos entre los muchos sistemas automáticos del cerebro: es, de alguna manera, un árbitro que monitorea los resultados de operaciones no conscientes del cerebro y nos permite planificar a largo plazo incluso evaluando las propias funciones cognitivas.
Muchos filósofos entienden que el libre albedrío es un conjunto de capacidades para imaginar futuros cursos de acción, para deliberar sobre las razones para elegirlos, para planificar las propias acciones en consecuencia de lo deliberado y para controlar las acciones de cara a deseos que compiten. Actuamos con libre albedrío en la medida en que tenemos la oportunidad de ejercitar estas capacidades en ausencia de presiones irracionales externas e internas. Somos responsables de nuestras acciones en la medida que poseemos estas capacidades y tenemos la oportunidad de ejercerlas.
Por eso quizás Francis Underwood utilice la reflexión sobre la ilusión en sus decisiones como una estrategia más, razonada y consciente, para lograr sus cometidos.