Qué tan quemado se llega a fin de año
Si algo caracteriza a la vida moderna, desde el punto de vista médico, seguramente es el síndrome del estrés. Como condicionamiento de síntomas y/o enfermedad se ha implantado en los últimos años en el mundo entero. Muchos son los motivos, entre los cuales debemos destacar sin duda la sobrecarga que la vida en la sociedad actual imprime a todos sus habitantes y, en definitiva, la presión de la velocidad para realizar las tareas cotidianas.
Es por eso que las enfermedades relacionadas con el síndrome del estrés las denominamos en forma corriente como enfermedades del “apuro”. Y esto es debido a la presión que se ejerce sobre nosotros para hacer cada vez más y más cosas en la menor unidad de tiempo posible, lo que reduce, como consecuencia, espacios de tiempo personal o tiempo libre para vivir lo que realmente importa. Lo cierto, más allá de las definiciones, es que el estrés nos acompaña desde que estamos en este planeta pero sin duda ha aumentado su prevalencia durante las últimas dos o tres generaciones. Ni hablar respecto al aumento del mismo en los últimos 50 años.
Básicamente, el estrés puede ser agudo o crónico. Entendemos como estrés agudo justamente al que se presenta en forma súbita e intensa y en términos generales dura poco tiempo. Como contrapartida tenemos el llamado estrés crónico, es decir aquel que ejerce su acción tanto a nivel mental como físico en forma sostenida en el tiempo. Si bien su intensidad es menor el efecto dañino es consecuencia de la prolongación en el tiempo de este fenómeno. El estrés crónico es en realidad la forma de estrés más dañina respecto a nuestra condición de salud y bienestar. Repito, es de menor intensidad pero sostenido en el tiempo, metafóricamente hablando es el daño que ejerce la gota que orada la piedra.
Cuando hablamos de síndrome del burn out o síndrome del quemado, nos referimos a una forma de estrés crónico que puede presentarse en cualquier persona y cualquiera sea su condición de desempeño cotidiano, laboral, y yo social. Es el resultado de la acción sostenida de las condiciones de la presión cotidiana, es decir de la presión ejercida por todas aquellas situaciones de sobrecarga o amenazas que denominamos “estresores”.
Este síndrome del quemado puede asimismo alcanzar a las personas en cualquier etapa del año. Sin embargo, en la práctica hospitalaria cotidiana observamos que se presenta con mayor frecuencia durante los últimos meses del año. Esto resulta claro y entendible toda vez que las presiones resultan acumulativas a lo largo del ciclo anual ejerciendo su mayor presión sobre el período en que finaliza el año.
Un autodiagnóstico sencillo
Este síndrome tiene sintomatologías que le resultan propias y muy bien establecidas. Las vamos a comentar básicamente como encuadradas en tres características sintomáticas a los efectos de que cada uno de nosotros pueda realizar una suerte de autodiagnóstico identificando si esos síntomas se presentan actualmente en nuestra vida. Es necesario aclarar que la presentación de este síndrome es por naturaleza de instalación lenta. Ya hemos dicho que se trata de una forma de estrés crónico por lo tanto es probable que la lentitud en la cual se instalan las sintomatologías tanto mentales, emocionales como las de orden físico no permita en un principio que no tenemos su presencia si no hasta que la totalidad de los síntomas se presentan y la presencia de este síndrome ya resulta clara y evidente. Si tuviéramos que decir las características básicas de esta enfermedad deberíamos presentarla como una tríada sintomática. Para que se produzca esta condición el nivel estresante del medio ambiente debe ser elevado y estructural. De tal suerte la persona con el tiempo claudica ante la presión y aparecen los síntomas de esa tríada que pasamos a describir. Digamos que el burn out o síndrome del quemado se caracteriza por el agotamiento emocional, la despersonalización y la disminución de la iniciativa y en la toma de decisiones.
El agotamiento emocional implica la disminución en la capacidad para reaccionar emotivamente en forma concordante con la situación que se vive. Es un desajuste entre los hechos y la respuesta emocional lógica esperada. Digamos como para esclarecer este punto, que una forma habitual de reaccionar es con alegría ante circunstancias que así lo ameriten y con tristeza frente aquellas en las cuales corresponda. En otras palabras hay una concordancia entre la circunstancia de vida y la reacción emocional consecuente. En el burn out el agotamiento emocional impide la reacción lógica ante las circunstancias de vida y el procesamiento habitual de las emociones. Es así que paulatinamente la persona afectada comienza a vivenciar apatía, frustración, decepción e insensibilidad. Puede agregarse también irritabilidad, inflexibilidad e intolerancia.
La segunda característica de este síndrome es la llamada “despersonalización”. Se entiende por tal en medicina del estrés, a una situación en la cual la persona comienza a desarrollar sus actividades en forma automática e incluso hasta eficazmente en lo que es el cumplimiento de orden rutinario, pero con una desconexión personal con ellas. Es como si llevara a cabo todas sus acciones cotidianas desde una perspectiva del desinterés, de apatía y la toma de distancia personal con las actividades y las relaciones interpersonales. Podíamos decir que es un alejamiento con el mundo de los otros y de las cosas.
Como consecuencia de las dos características ya mencionadas se constituye la tercera pata de esta triada sintomática del síndrome de agotamiento o burn out, y me refiero a la disminución en la toma de las iniciativas y la capacidad en la toma de decisiones. Es que de algún modo se altera el funcionamiento de las cualidades intelectuales, creativas, la capacidad de iniciativa, de liderazgo, la seguridad en sí mismo y todas estas características necesarias en la toma de decisiones y determinación en el curso de las acciones cotidianas.
Como podemos ver estas tres características, el agotamiento emocional, la despersonalización y la disminución en la iniciativa y toma de decisiones, alteran profundamente el desenvolvimiento cotidiano. Si bien no es correcto lo que voy a decir a continuación, metafóricamente hablando me permito decirlo, este síndrome es un “anestesiamiento” del comportamiento que aleja a las personas de su entorno familiar y social. De alguna manera lo es ya que la sobrecarga que el estrés representa de manera crónica acude a esos síntomas con la finalidad de protegerse del entorno estresante. Claro está que esta situación resulta dañina y claramente progresiva.
Como en otros síndromes relacionados con el estrés, admite grados desde aquellos verdaderamente leves hasta los más complejos. De no ser diagnosticado a tiempo y en la medida en que las circunstancias estresantes continúen, se agregarán nuevos síntomas entre los cuales comenzarán a aparecer a aquellos típicos del estrés crónico tales como el cansancio, la fatiga, la disminución de las capacidades cognitivas, el insomnio, el nerviosismo, las alteraciones en la conducta, alteraciones en el comportamiento cotidiano, sintomatología cardiológica, digestiva, neurológica, hormonal, y otras tantas. En realidad nada de nuestro funcionamiento psíquico y físico escapan al alcance del estrés crónico.
Espero haber resultado lo suficientemente claro en la descripción de esta situación como para que cada uno pueda determinar si algunos de estos síntomas de la tríada del síndrome del burn out o síndrome del quemado, se presentan en su vida o en la de alguien cercano.
Recuerde que cualquier sintomatología y/o afección que es diagnosticada a tiempo brinda mayor oportunidad de tratamiento eficiente.
Mi aspiración con esta columna es que a través de esta información sea posible realizar un “autodiagnóstico” a tiempo para disminuir los efectos del estrés crónico.
Por último, quisiera decir que en muchas circunstancias el sólo hecho de disminuir las tareas que nos resultan muy intensas o exigentes, es suficiente para abortar el desarrollo de este síndrome a tiempo.