¿Qué significa ser parte de la Franja y la Ruta de China?
Durante la reciente visita presidencial a Pekín, la Argentina adhirió formalmente a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, conocida como BRI, por sus siglas en inglés. Es una buena oportunidad para analizar los alcances y límites de esta iniciativa, aclarando algunos malentendidos que podrían llevar a conclusiones simplistas o equivocadas.
El presidente Xi Jinping presentó la BRI en 2013 como un ambicioso proyecto para recrear la antigua ruta de la seda conectando China y Eurasia por tierra y mar. En realidad, le dio contenido político a una situación que ya existía: la creciente presencia de empresas chinas en la construcción de puertos, rutas, trenes y centrales eléctricas en todo el mundo. Esta expansión fue impulsada por los bancos estatales de desarrollo chinos, que otorgaron préstamos a países en desarrollo a cambio de que contrataran a empresas chinas como constructoras y proveedoras.
La BRI nunca fue un plan detallado manejado desde Pekín, sino un esfuerzo diplomático chino para sumar prestigio e influencia en el mundo aprovechando la expansión global de sus empresas. Además, la Iniciativa se ha ido modificando de acuerdo con las prioridades de política exterior en China. Por ejemplo, actualmente el gobierno chino promueve la Franja y la Ruta Digital para impulsar su pujante sector de telecomunicaciones, y enfatiza proyectos en energías renovables y limpias.
Aunque la Argentina aún no publicó el texto del memorando de adhesión, China suele usar el mismo formato con todos los adherentes, en el que se promete cooperación sin entrar en detalles ni asumir compromisos. Esta flexibilidad de la BRI explica por qué más de 140 países ya adhirieron, 22 de ellos en América Latina. Entre ellos hay aliados ideológicos de China como Cuba y Venezuela pero también democracias occidentales como Italia o Portugal y, en la región, Perú, Chile y Uruguay.
Sería un error decir que el ingreso formal argentino a la BRI significará la llegada automática de “inversiones” multimillonarias chinas, porque cada proyecto se negocia individualmente. Después de algunas experiencias negativas en varios países, incluyendo falta de repago y conflictos con comunidades locales, los bancos y empresas chinos son más selectivos con los proyectos que aceptan. De hecho, no aprobaron ni un solo préstamo nuevo para toda América Latina en 2020 y 2021. Cada vez más, el financiamiento para infraestructura proviene de bancos comerciales chinos, que buscan garantizar que los proyectos sean viables.
Además, por la complejidad de las grandes obras de infraestructura y los enormes montos involucrados, existe una gran brecha entre lo anunciado y lo que sucede en el terreno. A eso también contribuye la crónica inestabilidad económica argentina y los cambios de gobierno. Por ejemplo, las represas Kirchner y Cepernic en Santa Cruz, las obras más importantes de empresas chinas en la Argentina, llevan varios años de retraso. En los últimos días Nucleoeléctrica Argentina acordó la construcción de la central Atucha III con la China National Nuclear Corporation (CNNC), pero ya habían firmado un acuerdo similar en 2015 que no prosperó.
Una de las principales críticas que se hacen a la BRI es la supuesta “trampa de deuda” que impone a los países. De acuerdo con esta teoría, China otorga préstamos impagables para luego dominar a sus deudores. No hay evidencia de esto: las deudas de países en desarrollo (incluyendo la Argentina) con China son mucho menores a las que tienen con acreedores privados y organismos multilaterales, y esta hipótesis es incompatible con la cautela de los bancos chinos en el último tiempo. Como cualquier otra potencia, China se preocupa por su reputación internacional y por la rentabilidad de sus bancos y empresas.
Sería también inexacto igualar la adhesión a la BRI con un alineamiento absoluto con China. De hecho, el expresidente Mauricio Macri expresó sus dudas sobre algunos acuerdos y pidió modificarlos, pero eso no le impidió asistir al Primer Foro de la Iniciativa de la Franja y la Ruta en Pekín en 2017, uno de solo dos mandatarios latinoamericanos invitados. En esa oportunidad Xi Jinping le dijo que América Latina era una “extensión natural” de la BRI. Desde hace décadas, a pesar de los matices, el vínculo bilateral fluido con China (nuestro segundo socio comercial detrás de Brasil) ha sido una de las pocas continuidades de la política exterior argentina.
En un contexto de creciente tensión con Pekín, Washington mira con preocupación la presencia china en América Latina. Incluso Brasil ha enfrentado fuertes presiones para excluir a proveedores chinos en sus licitaciones de tecnología 5G, una decisión que la Argentina deberá tomar pronto y que ya fue motivo de conversaciones con la administración Biden. Navegar esta creciente polarización entre las superpotencias será difícil y requerirá una diplomacia equilibrada y sutil, que evite las promesas incumplibles y las declaraciones altisonantes. Para ello será clave mantener una política exterior consistente, que priorice el desarrollo argentino y busque espacios de cooperación con otros países que se encuentran en una situación similar.
En ese marco, la entrada argentina en la Franja y la Ruta no es en sí misma una salvación ni una condena sino un paso más en nuestra relación con China, tan crucial como compleja.
Candidato a doctor en Relaciones Internacionales por la London School of Economics e investigador del Diálogo Interamericano