¿Qué se quema? ¡La casa!
Los carroceros se multiplican y con la llegada de una nueva puesta en escena en el teatro Broadway se renueva la ilusión de ver a toda la familia reunida
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¿Quién te llamó? ¿Yo te llamé? ¿Acaso alguien escuchó mi voz diciéndote que leyeras esta columna? Si usted repitió para sus adentros esta línea con el mismo timbre de voz de Elvira Romero de Musicardi es un auténtico carrocero. Y si no lo hizo, ¿qué se puede esperar de un lector que no vio Esperando la Carroza? Pero un lunes tan lindo, no lo echemos a perder. Si acá vinimos a pasar un plácido momento. Tranquilo, pacífico, sereno y de reconciliación nacional. Sí es verdad que a cualquiera le hubiera gustado quedarse en la cama hasta las 11, pero alguien tuvo la brillante idea de escribir esta contratapa.
Acá se hablará del fanatismo por Esperando la Carroza pero no se hablará de cosas naturales. Para eso están las revistas que tiene Sergio en su mesa de luz. Se hablará de ese camino que marcó Alejandro Doria en 1985, cuando filmó la película. A él lo siguieron fanáticos leales. Algunos fueron fieles hasta la idiotez y día a día honran a esta película, reflejo de la idiosincrasia nacional.
La película, una adaptación de la obra de teatro de Jacobo Lagnser, se salió de control. Claro, no en el momento de su estreno. Cuando vio la luz, la crítica especializada no se mordió la lengua, ni se quedó callada como una momia griega sembrando la duda y la calificó de “sobreactuada, crispada y gritada”. Les faltó decir: “Conventillera y chusma”. Por poco el elenco tiene que ir a pedir socorro al convento de la esquina. Y seguro muchos lectores estarán pensando: “¡Y ahora te preocupás!”. Pero pedimos serenidad como si estuviéramos en la campiña inglesa: en esta columna no se levanta la voz ni para decir “buenos días”.
¿Qué estaba diciendo? ¡Cómo estoy de la cabeza! ¡Me olvidé lo que iba a decir! Ah, sí, el fanatismo. La multiplicación de las frases y el amor en torno a la película se puede explicar gracias a los VHS alquilados una y otra vez, a las repeticiones en Telefe y a las copias que circulan por YouTube (una remasterizada por Diana Frey, productora ejecutiva del film).
Incluso, en 2021, se estrenó un documental llamado Carroceros, hecho por Mariano Frigerio y Denise Ufreig, para retratar el fanatismo detrás. Además, las redes sociales funcionaron como un motor sin igual y hay cuentas como @Esperandolacarrozaoficial y @los_musicardi que le rinden homenaje a la película: desde memes hasta datos curiosos, se encargan de mantener viva la llama (a diferencia del agua, que nos la cortaron esta mañana). Incluso, existe un tour carrocero (@tour.carrocero) que recorre las locaciones donde se filmó la película en el barrio de Versalles. No faltan los que van caracterizados como los personajes y recrean escenas en la puerta de la mítica casa de la calle Echenagucía (que es propiedad privada, así que no toquen el timbre preguntando si conocen a algún Sergio). Como si esto fuera poco, toda esta fiebre se canalizará en una nueva puesta en escena de la obra, ahora con Campi como Mamá Cora, en el teatro Broadway.
Pero, ¿cómo se reconoce a un carrocero? ¿por unos zapatos? No, se lo reconoce por su incansable capacidad de repetir los diálogos con los tonos y gestos de cada escena. Desde “¿A dónde está mi amiga?” hasta “Yo hago puchero, ella hace puchero”, pasando por latiguillos como “La gente joven no encuentra sosiego”. Los carroceros son aquellos que no tienen una latita de cualquier cosa, que saben que húngaros hay y que vieron salir a más de uno de una amueblada con una capa negra.
Ojalá que aquellos que no vieron la película lo hagan, porque en un momento así no hay lugar para el rencor. Y menos para perder el tiempo, que empieza la semana y hay que trabajar: todo el mundo, a seguir con el trabajo. Dios te salve, María… ¡Dios te salve, María!