¿Qué quiere repetir Firmenich?
“Sic transit gloria mundi”. Es una frase reiterada desde hace siglos para recordar a otros o recordarse a sí mismo que la gloria del mundo es pasajera, pero hay gente que no se resigna a esa aleccionadora realidad. Generalmente se trata de quienes detentan una fama mal obtenida o ganada por los peores motivos.
Hace poco tiempo, reapareció en las redes, con amplia repercusión en los medios gráficos y televisivos, Mario Eduardo Firmenich, jefe de la tristemente famosa organización terrorista Montoneros. En esa oportunidad, declaró que si las circunstancias que dieron origen a Montoneros fueran permanentes –es decir, subsistieran hoy– habría que ver la manera de repetir la experiencia.
Firmenich y sus compañeros de cúpula, Fernando Vaca Narvaja y el recientemente fallecido Roberto Cirilo Perdía, tuvieron mucha suerte de que, hasta 2012, cuando publiqué mi libro Montoneros, soldados de Massera, no hubieran salido a la luz esas circunstancias, las verdaderas, las inconfesables.
¿Qué quisiera repetir Firmenich? ¿Una estrecha alianza como la que tuvo con el también lamentablemente célebre almirante Emilio Eduardo Massera, miembro de la junta militar que dio el golpe contra María Estela Martínez de Perón el 24 de marzo de 1976 y quien mató a la mayor parte de sus compañeros montoneros de las líneas medias y bajas de la organización? ¿Extrañará el café que tomaba con él en el Hotel Intercontinental de París, como lo descubrió la diplomática Elena Holmberg y lo publicó el diario Neuen Zürcher Zeitung, de Suiza, el 28 de abril de 1978?
Elena Holmberg fue asesinada justamente por ese motivo por los grupos de tareas de la ESMA, los mismos que hicieron desaparecer al periodista Horacio Agulla, a quien Elena había transmitido esa información.
¿Con quién querría repetir Firmenich los cafés que tomaba en 1978 con Massera en el comedor del lujoso hotel Villa Magna, de Madrid, como lo vieron varios de los comensales? ¿O añorará su encuentro con el almirante en la isla Margarita, junto con Muamar Khadafi y Licio Gelli, el jefe de la logia a la que pertenecía Massera? Por haberse enterado de esa reunión, desapareció para siempre, tras su secuestro frente a la Facultad de Bellas Artes, sobre Avenida del Libertador, el entonces embajador argentino en Venezuela Héctor Hidalgo Solá. Solo por sospechar que tenía esa misma información, asesinaron a balazos en su automóvil al periodista Rodolfo Fernández Pondal, en la calle Posadas, del barrio de Recoleta. Era el mismo secreto que llevó al fondo del Riachuelo, con un tiro en la frente y una pesa en los pies, al capitán de la Marina Mercante Horacio Gándara, a quien otros marinos, pero de guerra, le revelaron la alianza.
Fue aquel dato sombrío el que provocó también la muerte de Marcelo Dupont, salvajemente torturado y arrojado desde un edificio, y que casi termina con la vida de su hermano, Gregorio Dupont, si no fuera porque se defendió a tiros, a media cuadra del Jockey Club, hacia donde se dirigía.
Todas esas muertes por conocer el pacto del jefe de la mayor organización terrorista de América con el carnicero de la Armada que mataba con la misma pasión a los miembros de Montoneros como a sus enemigos personales, aunque estuvieran a la derecha del arco político. ¿Será por eso que la propaganda de la izquierda peronista se dedica siempre a Videla y casi nunca nombra a Massera, quien murió en 2010 sin haber pasado un día en una cárcel en serio?
¿Qué circunstancias deberían persistir para que Firmenich repita la aventura de la Contraofensiva Montonera, que en realidad no fue una aventura sino una operación calculada con Massera para eliminar al equipo económico, cuyo proyecto chocaba con los intereses de Propaganda Due y así provocar un cimbronazo que llevara al almirante a la presidencia?
La embajada de los Estados Unidos había enviado al Departamento de Estado, en 1978, el cable BUENOS 02931 02 OF 02 182215Z, mediante el cual informaba que Massera iba por la presidencia de la Argentina, pero no tenía chances porque el Ejército controlaba la situación “a menos que se produjera un colapso político o económico que hiciera perder al Ejército el control y catapultara a Massera a un sorpresivo liderazgo” (...”some kind of collapse –economic or social– that loosed the Army’s hold could however catapult Masera into sudden leadership”).
Ese colapso es el que se esperaba que la Contraofensiva provocara al eliminar a todos los miembros del equipo económico. No se trataba, entonces, de la confrontación de Montoneros con la política económica, sino de su actuación –desconocida por la mayoría de ellos– como sicarios de Massera.
Solo de aquel modo podía explicarse que decenas de miembros de la organización, refugiados cómodamente en Europa y en México, hayan sido incitados a regresar a la Argentina, donde hasta el último centímetro estaba controlado por las Fuerzas Armadas. Únicamente de ese modo se explica además que hayan podido ingresar sin problemas en la primera Contraofensiva, en 1978 y 1979, con Migraciones y Aduana controladas por Massera, quien había tenido la habilidad de adjudicárselas en el reparto de poder de la junta militar. Ese pacto fue la razón por la que los montoneros pudieron acometer impresionantes ataques en lugares públicos de la Capital y el Gran Buenos Aires sin resultar muertos ni apresados, y gracias a que ese territorio lo controlaba el general Carlos Guillermo Suárez Mason, socio de Massera en Propaganda Due y en los negocios. Así es como pudieron tirotear a Juan Alemann, secretario de Hacienda, en pleno barrio de Belgrano, con un FAL montado sobre un trípode y con una energa, tras lo cual huyeron.
De esa manera fueron capaces, en 1979, de abrir fuego durante media hora contra la casa de Guillermo Walter Klein, a cuatro cuadras de la quinta presidencial de Olivos y a cinco cuadras de una comisaría, y demolerla con explosivos y toda la familia adentro, sin que uno solo fuera apresado. Los bomberos demoraron una hora y media en llegar y la embajada de los Estados Unidos envió un nuevo cable a Washington en el que manifestaba sus sospechas sobre la participación de algún grupo de las Fuerzas Armadas.
Solo en ese contexto puede entenderse que se atrevieran a atentar contra el empresario Francisco Soldati en la avenida 9 de Julio y Arenales, a plena luz del día y, tras chocar su automóvil y disparar contra él, le arrojaran una bomba de fósforo que lo quemó por completo. Fue la única ocasión en la que atraparon a un par de los sicarios, únicamente porque una de las terroristas tropezó y dejó caer una bomba que la mató en el acto y dejó atontados a algunos de ellos. Los demás, sorprendentemente, escaparon.
O tal vez Firmenich necesitará de un nuevo general Juan Carlos Onganía, dentro de cuyo gobierno se incubó Montoneros y al amparo del cual secuestraron y mataron al general Pedro Eugenio Aramburu.
En la segunda Contraofensiva, enviada inexplicablemente en 1980, el Ejército ya había tomado el control del asunto y mataron a la mayoría de los que intentaron entrar.
¿Quién será el nuevo Massera de la revolución a la que Firmenich alude? ¿Quién pagará esta vez? Porque de eso se trata; de eso se trató siempre. La cúpula siguió viviendo cómodamente en Europa con la plata del secuestro de los hermanos Born, aunque con menos gastos de “personal”.