Qué puede cambiar tras el acuerdo con el FMI
Albertistas y cristinistas tienen distintos enfoques acerca de sus consecuencias, pero la mayoría coincide en que el default es la peor alternativa
- 5 minutos de lectura'
Dirigentes cercanos a Alberto Fernández pretenden convencer a cualquiera que quiera escucharlos de que el entendimiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI) podría permitirle al primer mandatario relanzar su gestión gubernamental y hasta ubicarse como candidato a su reelección, más allá de sus escasas chances de ganar los comicios presidenciales de 2023. El análisis que se hace en el cristinismo es otro: se enfatiza allí que el acuerdo con el organismo financiero y los proyectados incrementos tarifarios, en particular, desatarán más indignación en la población, especialmente en el conurbano bonaerense. Se trata, precisamente, del territorio donde el kirchnerismo apuesta a guarecerse de una eventual debacle electoral en el orden nacional que determinaría el regreso de Juntos por el Cambio a la Casa Rosada.
Nadie en el seno del oficialismo hace oídos sordos a la hipótesis de que los ajustes que traerá aparejados el convenio con el FMI implicarían una segura derrota en las urnas en 2023. Pero también saben que los desajustes que generaría no acordar con el Fondo y un default determinarían un descalabro mayúsculo, con consecuencias económicas y políticas que harían retroceder al país a los infiernos de 1989 o de 2001, con fuertes probabilidades de que el gobierno de Alberto Fernández no pueda concluir su mandato hasta diciembre de 2023.
En la principal fuerza opositora, se advierte el riesgo de que las disidencias dentro de la coalición gobernante acerca del acuerdo con el FMI terminen transformando su tratamiento parlamentario en un fracaso similar al del presupuesto nacional 2022, que no pudo ser aprobado.
De ahí que entre los legisladores de Juntos por el Cambio prevalezca por ahora la tesitura de que debe imperar la ética de la responsabilidad y acompañarse la sanción del entendimiento con el Fondo, aunque sea votando con el trasero. Esto es, posibilitando el quórum indispensable para tratarlo y aprobarlo. Es probable, sin embargo, que no haya unanimidad, fundamentalmente por la resistencia que exhiben algunos representantes del PRO luego de la reciente embestida presidencial, en el discurso de apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, contra el gobierno de Mauricio Macri y su política de endeudamiento.
Si el Gobierno supera, como la mayoría de los analistas prevé, los escollos parlamentarios para la aprobación del acuerdo con el FMI, el interrogante que queda por delante pasa por qué esperar después. Podría aguardarse algo más de tranquilidad en el mercado financiero, pero ¿alcanzará eso para revertir las expectativas y despertar el interés por inversiones productivas que generen un crecimiento económico sostenido y nuevos puestos de trabajo? No parece sencillo que eso suceda. Al menos, si no se advierte en el gobierno nacional voluntad para ensayar reformas estructurales y dejar atrás trabas en el mercado cambiario.
En su reciente mensaje a la Asamblea Legislativa, Fernández ratificó que no habrá reforma previsional ni reforma laboral. Tampoco se habla de la necesaria reforma del Estado, más allá de una hipotética disminución de los subsidios a la energía, que incluso podría quedar comprometida si los precios internacionales del gas y el petróleo siguen subiendo como consecuencia de las acciones bélicas de Rusia contra Ucrania.
La única reforma estructural con la que seguirían soñando algunos en el oficialismo es la de la Justicia y con un único objetivo: controlar a los jueces, limitar a la Corte Suprema y lograr que los dirigentes kirchneristas, con la vicepresidenta a la cabeza, zafen de las causas de corrupción en las que se encuentran procesados.
Paradójicamente, hoy no hay país en la región más barato en términos de dólares estadounidenses que la Argentina, con la salvedad de la Venezuela de Nicolás Maduro. Sin embargo, los inversores extranjeros no se sienten atraídos por nuestro país. Y la razón se relaciona con la falta de confianza en su dirigencia política, con la inseguridad jurídica y con las trabas para retirar del país las divisas que podrían invertir.
Todo indica que, después de la eventual aprobación legislativa del acuerdo con el FMI, el presidente Fernández continuará comportándose como un equilibrista, priorizando la necesidad de que no se fracture el Frente de Todos y de no enfadar a Cristina Kirchner más de la cuenta, al tiempo que intente brindar alguna señal de tranquilidad a los mercados. Probablemente, esa tensión lo lleve a no lograr ninguna de las dos cosas: ni apoyo empresarial, ni la satisfacción vicepresidencial. Su gobierno seguirá sin ser ni chicha ni limonada, según la definición de un reconocido consultor político.
El canje de la deuda con los acreedores privados, llevado a cabo en la primavera de 2020, no provocó el resultado esperado en términos de una baja del riesgo país. Queda por ver en qué niveles quedará el riesgo soberano tras la renegociación de la deuda con el FMI.
Para quienes no gustan de ilusionarse, es útil repasar el cálculo que efectuó el economista Nery Persichini en su cuenta de Twitter @nerypersi . Recordó que antes de la invasión rusa, los bonos de Ucrania valían 85 dólares y hoy se negocian por debajo de los 30 dólares. Antes de las PASO de 2019, que anticiparon el triunfo de Alberto Fernández ante Mauricio Macri, los títulos públicos argentinos se operaban en 85 dólares; un día después, en 50 dólares; unas semanas más tarde, en 40, y luego del canje de deuda, hoy valen alrededor de 30.
En otras palabras, el retorno al poder del kirchnerismo, con Alberto Fernández, tuvo en el riesgo argentino un efecto devastador similar al experimentado en los últimos días por Ucrania, tras el brutal ataque dispuesto por Vladimir Putin.