¿Qué perdemos si no nos damos más la mano?
LAUSANNE
Hacía tres meses que estábamos instalados con mi familia en el que sería nuestro primer hogar en Lausanne, Suiza. Pagábamos meticulosamente el alquiler del departamento pero todavía no habíamos firmado el contrato. Yo estaba preocupado. Un día me crucé de casualidad con el propietario del edificio y le hice saber mis dudas. Me respondió con naturalidad: "Pero ¿cómo? Ya nos hemos estrechado las manos, ¿no es cierto?". Estas palabras resonaron en mí como una suerte de calurosa acogida en el seno de una comunidad que me era extraña. El propietario confiaba en que no me apartaría de lo que habíamos acordado de palabra y luego sellado estrechándonos las manos. Apenas empezaba a entender los códigos de una sociedad que se iría revelando muy diferente de las que había conocido. Ya había vivido un salto cultural grande al pasar de Buenos Aires, donde nací, a Paris, donde viví cuatro años. Pero Suiza era muy distinta de la mentalidad parisina y evidentemente quedaba a años luz de mi querida Argentina. Después de trece años de vivir aquí, todavía me sorprende.
Gracias a la crisis del Covid-19, aprendí quién es la Presidente del país en el que trabajo y pago mis impuestos. Los presidentes del Poder Ejecutivo en Suiza ejercen su función durante apenas un año y muy pocos saben su nombre. Se vuelven figuras conocidas muy excepcionalmente, como en casos de catástrofe. Descubrí entonces a esta mujer prudente, Simonetta Sommaruga, agradable hasta cuando se expresa en suizo-alemán en el medio de una pandemia desconocida. En ningún momento toma un lugar central, es la vocera de un Consejo Federal de siete miembros elegidos por la Asamblea General (organismo equivalente a nuestro Congreso) y que duran cuatro años en el cargo. ¡Cuán lejos del presidencialismo dramáticamente estelar al que estamos acostumbrados en la Argentina!
En Suiza, la práctica política está cimentada en dos principios que todo partido debe respetar: por un lado, un sistema político y económico liberal, que privilegia las libertades individuales, y por el otro, un sistema de solidaridad enfocado en la integración de todos los ciudadanos, cualquiera sea su adhesión política o su condición social, en el seno de la comunidad. Estos principios son desde hace cientos de años un factor de estabilidad y cohesión interna.
Durante la pandemia, el gobierno suizo no se dedicó a dar órdenes sino más bien consejos. Recomendó quedarse en casa, pero la cuarentena no fue obligatoria. Con algunas excepciones, dejó librado a los ciudadanos la elección del modo sanitario que estimaran más oportuno. Se establecieron algunos límites, sobre todo respecto de las agrupaciones de gente. También se cerraron negocios, pero los comerciantes y trabajadores independientes fueron indemnizados con el 80% de sus ganancias habituales. La idea de que el Estado obligue a la población a no trabajar sin darle nada a cambio es inimaginable. Un estudio realizado por Deep Knowledge Group y publicado por la revista Forbes establece que Suiza (que superó los 30.000 contagios y que hoy, con unos 800 activos, reacciona para prevenir un rebrote) es el país más seguro contra el Covid-19, seguido de Alemania. Entre otros aspectos, el estudio tuvo en cuenta la efectividad de la cuarentena, los testeos, el sistema de salud, la eficiencia del gobierno y el modo cuidadoso en que se ha vuelto a abrir la economía.
En esta crisis confirmé que en Suiza la política es básicamente el ámbito en donde se construyen consensos o, dicho de otra manera, donde nos damos la mano sellando acuerdos. Le serrement de main no tiene nada de inocuo o banal. Este gesto de mutua bienvenida es un abrazo estrecho. Gesto republicano, de fraternidad, de solidaridad y de alteridad. Si no fue ya hecho, alguna vez alguien podrá trazar la genealogía de los rastros de este gesto corporal y existencial a lo largo de la historia, así como insistir sobre todo lo que supone para el ser humano el haber aprendido a llevarlo a cabo. Aquí los niños, por ejemplo, desde muy pequeños se acostumbran a saludar todos los días, uno a uno, a la maestra o al maestro con un apretón de manos al llegar y al dejar la escuela.
Pero sucede que, en estos tiempos de pandemia o pospandemia, no nos damos más la mano. El encuentro con el otro está todavía cargado de tensión. Uno mismo y el otro resultamos mutuamente sospechosos. Se refuerza así una desconfianza general, de la que se alimenta el miedo. Algo se ha roto. Siento estupor cuando escucho a algunos médicos decir que quizá habrá que olvidarse para siempre del apretón de manos. Me pregunto por las consecuencias de este nuevo estado de cosas. Resulta monstruoso pensar un mundo sin confianza compartida y acordada, sin el apretón de manos. Algo parecido sucede con el uso de la máscara. También ella impide la experiencia de alteridad. El otro es, antes que nada, un rostro singular. La máscara uniformiza e impide la emergencia del rostro propio. Así, la máscara del otro funciona como un espejo en el que contemplamos nuestros miedos. Peor aún, en el que nos vemos reflejados como miedo.
Heidegger afirma que la mano se diferencia de todos los órganos de agarre por "el abismo de su ser". La mano es mucho más que algo útil. Ni siquiera es, como decía Aristóteles, el instrumento de los instrumentos. Es que somos, también, las manos que somos. Solo un ente que habla, es decir, que piensa, puede tener una mano como la nuestra, que además es capaz de aplicarse al trabajo. La palabra, como el elemento del pensar, está presente en cada uno de los gestos que una mano realiza o evoca. A través de la mano el ser humano que habla manifiesta que, al mismo tiempo, piensa. "Es a través de la mano que advienen la plegaria y el crimen, el saludo y el agradecimiento, el sermón y el signo", señaló Heidegger. La mano piensa. Pensar es "una obra de la mano" que se va desplegando, por ejemplo, con el ejercicio de la escritura. A través de sus manos, el ser humano se muestra servicial u hostil. La mano que acaricia puede golpear y matar, la mano que ofrece o da es también capaz de ocultar y robar.
¿Dónde queda la mano que debe desplegarse en un mundo desinfectado, habitado por la desconfianza? Mano atravesada por el miedo al contagio, sin la integración de otras manos, sin la posibilidad de corresponder a lo que se abre en la hospitalidad que recibe.
Filósofo DEA UNED Madrid, licenciado en Derecho y Ciencias Políticas (UCA)