¿Qué nos pasó?
¿Qué nos pasó? ¿qué ha sucedido con y en nuestra sociedad?
Fuimos una sociedad amable, que se reunía en sus barrios, compartía sus fiestas, charlaba en las veredas, disfrutaba en los cafés y en caminatas sin preocupaciones, era razonablemente responsable en el tránsito y en el cumplimiento de las normativas que tienen que ver con el elemental respeto a la autoridad y a las leyes.
¿Qué somos ahora? Una sociedad que en gran medida está crispada, es grosera y violenta y que se desentiende muchas veces de las consecuencias de sus acciones.
El número de delitos ha aumentado exponencialmente mientras que el juzgamiento y la condena cuando correspondería no han seguido para nada ese ritmo, recostados muchos organismos judiciales en absurdas teorías supuestamente garantistas (que estaría bien) pero que realmente son de impunidad de delincuentes de toda calaña, especialmente los de guante blanco.
Teorías que tornan siempre responsables a los agentes de la ley, auxiliares de la Justicia, como lo son las fuerzas de seguridad, y nunca a los delincuentes, que según aquéllas serían “víctimas” de la sociedad, sin atender a su rol de victimarios habitualmente de gran crueldad en sus acciones.
Se responde irresponsablemente a este drama con consignas huecas, que no explican cómo se harían las cosas y que se limitan a señalar, denunciar y pedir, donde lo más común es solicitar penas más duras (no tiene sentido práctico alguno) y hasta reclamar la pena de muerte (jamás ; la vida, la de todos, es sagrada).
No pasan por allí las cosas, sino por abordar seriamente varios problemas atendiendo a la experiencia nacional y extranjera, por ejemplo : a) urgente sanción de las leyes que establezcan un nuevo régimen penal juvenil, sensato y de protección a los jóvenes, pero también a la sociedad de algunos de ellos ; b) modificación de los regímenes carcelarios y de institutos de menores, que deberán dejar de servir como escuelas de delincuencia para cumplir el rol que establece para ellos la Constitución Nacional ; c)jerarquizar la labor de las fuerzas de seguridad y de todos aquellos designados para hacer cumplir las normas, sancionando severamente a quienes delincan en funciones ; d)destruir al narcotráfico , a la vez que iniciar ya mismo una campaña de recuperación de las víctimas de la droga; e)abolir la indiferencia con la que se toman los hechos brutales de violencia, como si el informe casi diario sobre los homicidios del narco en Rosario se tratara de la lectura del informe meteorológico ; f)no incentivar el dolor de las víctimas o sus familiares en busca del “rating” o del rédito político ; g) designar a funcionarios probos y capacitados al frente de los organismos vinculados con la Justicia y la seguridad ; h) reclamar del Congreso de la Nación y de las Legislaturas provinciales que atiendan prioritariamente el tema de la violencia y sus terribles consecuencias ; i)evitar que las causas penales finalicen prescriptas luego de larguísimos, costosos e inútiles procesos ; todo procesado tiene –pero la sociedad también- derecho al proceso que termine en sentencia .
Esto -y mucho más- debería acometerse de inmediato. No puede el Estado seguir ausente o, peor aún, con sus funcionarios interfiriendo la labor de la Justicia o el accionar de las fuerzas de seguridad.
Los Estados existen para, al menos, brindar a los ciudadanos salud, educación y seguridad. ¿Podemos sostener que hoy se cumplen esos objetivos? Rotundamente no. Hay gravísimos problemas en los sistemas de salud, pública y privada, que no pueden satisfacer en términos razonables las demandas de la población, en especial los jubilados y los pacientes de escasos recursos.
La educación, que se encuentra en la base de prácticamente todos los problemas. La Argentina de Sarmiento, Vera Peñaloza , Avellaneda, Estrada, la Reforma Universitaria de 1918 y los magníficos maestros formados en nuestras viejas escuelas normales, fue líder en América Latina y en el mundo, y hoy se encuentra menoscabada y en muchos lugares ausente, generando una enorme desigualdad en la población.
La seguridad. ¿Qué más se le puede decir a una sociedad que vive con miedo?
Hoy nos duele y abruma el asesinato de una escolar de 11 años , ayer fue la saña con asesinados, cuyos cuerpos fueron descuartizados, o el triple crimen , mañana…Esperemos que se acabe esta crueldad insensata, en donde se mata por matar…o por placer, que es muchísimo más grave.
La sociedad de dos velocidades debe concluir, debemos, en unión y libertad, gestar una nueva confluencia de nuestros mejores valores, que aún subsisten. Ese debería ser, más allá de intereses partidarios menores, el esfuerzo que la política debe efectuar, dejándose de pequeñeces, riñas, dolo y corrupción. Es ya, es urgente.
Exministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires (1983-1987)