¿Qué libros leía Borges?
Se describía como "contemporáneo de los griegos", pero el escritor, de quien se cumplen 30 años de su muerte, supo formar varias generaciones de lectores desde su juventud, con sus columnas literarias en El Hogar
En sus narraciones, poemas y ensayos, amén de sus perfomances como conferencista y entrevistado permanente en sus últimos años de vida, Jorge Luis Borges fue un promotor de la lectura como sistema independiente de la literatura. Muchos de sus personajes son lectores: algunos ingenuos, otros transustanciados con aquello que leen (como los protagonistas de "El Evangelio según Marcos"), otros perspicaces y agudos como detectives. Entre 1936 y 1939, Borges colaboró para la revista familiar El Hogar con reseñas de literatura extranjera, apuntes sobre la vida literaria y biografías de autores. Enrique Sacerio-Garí y Emir Rodríguez Monegal compilaron esos escritos en el genial Textos cautivos, editado por Tusquets en 1986, año de la muerte del escritor argentino. No sin afán estratégico, Borges incluía en esa sección ensayos más extensos sobre alguno de sus intereses. Esos escritos, tan ingeniosos como iluminadores sobre obras, movimientos literarios y escritores del siglo XX, han sido leídos retrospectivamente como indicios de una obra en formación. Acompañados por avisos publicitarios de cremas para manos, de galletitas Bagley y de heladeras Siam, las reseñas y los artículos de Borges no dejaron, en apariencia, nada sin comentar: de novelas policiales a obras cumbre de las vanguardias literarias, de folletines a autobiografías, de panfletos antisemitas enmascarados de novelas a poesía experimental en lengua inglesa, el autor de Historia de la eternidad ofreció, semana a semana, a los lectores una suerte de cifra de la escritura universal.
Acerca de la lectura que Borges hizo de sus colegas locales, María del Carmen Marengo, doctora en Literatura Latinoamericana por la Universidad Nacional de Córdoba, dice: "Me parece que las lecturas más significativas que Borges tiene de sus contemporáneos prácticamente se limitan a su contemporáneos estrictos: Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, José Bianco, Juan Rodolfo Wilkock. Luego, Ernesto Sabato, Julio Cortázar. Los años 50 y 60 son décadas de auge de la novela en diferentes lenguas; en la nuestra, los 60 corresponden al boom latinoamericano, que fue un fenómeno editorial restringido prácticamente a la novela. Ahí Borges parece distanciarse de los autores contemporáneos, en parte por la gran dificultad que le ofrece ese género". Marengo, autora de un trabajo sobre los autores ficticios creados por Borges y Bioy ("Curiosos habitantes") señala dos comentarios de Borges sobre sus lecturas. "Una es la que da a la encuesta de Sur sobre la censura de Lolita de Nabokov que realiza la Municipalidad de Buenos Aires en 1959 y otra aparece en una de las entrevistas hechas por Fernando Sorrentino cuando éste le pide su opinión acerca de Cien años de soledad de García Márquez. En ambos casos declara no haberlas leído por ser novelas, y que la extensión del género es un impedimento para un hombre ciego, que depende ‘de otros ojos’. En el primer caso declara rotundamente que no va a leerla y en el segundo, en cambio, dice: ‘Trataré de leerla’. Si uno se pone a pensar, la lectura de novelas y otros textos voluminosos corresponde en Borges a la primera mitad de su vida, cuando sus problemas de visión todavía no se lo impedían. Poco se ha reflexionado acerca de Borges como un hombre con capacidades diferentes, valga el eufemismo, y cómo esto marcó un camino en su desarrollo intelectual."
Contemporáneo de los griegos
Martín Hadis, estudioso de la obra de Borges y autor de varios trabajos sobre su obra, destaca otras sentencias del autor de Ficciones sobre sus lecturas. "Si algo caracteriza la literatura de Borges es su atemporalidad. Sin duda leía a autores de su época, pero muchas de sus fuentes son remotas en tiempo y espacio. ‘A la literatura actual yo no la conozco’, dijo Borges una vez. ‘Por eso releo mucho.’ En otra ocasión agregó: ‘En general lo contemporáneo no me interesa. Creo que habrá de parecerse bastante a mí. Después de todo, yo también soy contemporáneo. Tratándose de lo contemporáneo, estamos viviendo en el mismo mundo y no creo que podamos ser muy distintos. En cambio, si uno estudia literaturas de otras épocas puede encontrar novedades’." Otras veces, comenta el autor de Siete guerreros nortumbrios. Enigmas y secretos en la lápida de Jorge Luis Borges, Borges apeló al sentido del humor liso y llano. "Nada sé de la literatura actual. Hace tiempo que mis contemporáneos son los griegos… Soy un viejo señor victoriano, nacido en 1899, en el último año del siglo", dijo Borges. "Me llama la atención, teniendo esto en cuenta, el interés de Borges por la ciencia ficción, por las Crónicas marcianas de Ray Bradbury, por ejemplo, o por las narraciones de H. P. Lovecraft o C. S. Lewis –dice Hadis–. Pero creo que precisamente le interesaban esos relatos porque también los consideraría atemporales. Y, de hecho, lo son."
Los grandes autores del siglo XX, según Borges
Virginia Woolf: "Virginia Woolf ha sido declarada el primer novelista de Inglaterra. La jerarquía exacta no importa, ya que la literatura no es un certamen, pero lo indiscutible es que se trata de una de las inteligencias e imaginaciones más delicada que ahora ensayan felices experimentos con la novela inglesa".
Carl Sandburg: "Hay en Carl Sandburg una fatigada tristeza, una tristeza de atardecer en la llanura, de ríos barrosos, de recuerdos inútiles y precisos, de hombre que siente noche y día el desgaste del tiempo".
¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner: "Faulkner gusta de exponer la novela a través de los personajes. El método no es absolutamente original –El anillo y el libro de Robert Browning (1868) detalla el mismo crimen diez veces, a través de diez bocas y diez almas–, pero Faulkner le infunde una intensidad que es casi intolerable. Una infinita descomposición, una infinita y negra carnalidad hay en este libro de Faulkner".
James Joyce: "El culto de Ibsen lo movió a aprender el noruego. Los primeros libros de Joyce no son importantes. Mejor dicho, únicamente lo son como anticipaciones del Ulises o en cuanto pueden ayudar a su inteligencia".
Pasaje a la India, de E. M. Forster: "La intensidad, la lúcida amargura, la omnipresente gracia de A Passage to India son indudables. También, el agrado de su lectura. Sé de lectores muy austeros que han dicho que nadie los convencerá de la importancia de un libro tan ameno".
E. E. Cummings: "Lo primero que llama la atención en la obra de Cummings son las travesuras tipográficas: los caligramas, la abolición de signos de puntuación. Lo primero, y muchas veces lo único. Lo cual es una lástima, porque el lector se indigna (o se entusiasma) con esos accidentes y se distrae de la poesía, a veces espléndida, que Cummings le propone".
Franz Kafka: "Nadie ha dejado de observar que las obras de Kafka son pesadillas. Los son, hasta por sus pormenores estrafalarios. Así, el ajustado traje negro del hombre que en el capítulo inicial de El proceso detiene a Josef K ‘está provisto de hebillas, presillas, botones, bolsillos y un cinturón que le dan un aire muy práctico, aunque no se entiende muy bien qué servicio prestan’".
André Breton: "El marxismo (como el luteranismo, como la luna, como un caballo, como un verso de Shakespeare) puede ser un estímulo para el arte, pero es absurdo decretar que sea el único. Es absurdo que el arte sea un departamento de la política. Sin embargo, eso precisamente es lo que reclama este manifiesto increíble".
Lytton Strachey: "Era uno de esos caballeros ingleses que desdeñosamente carecen de biografía, acaso porque ‘no les interesa su propia vida’ (como a nuestro Almafuerte) o porque les interesan más las vidas ajenas que pueblan la literatura o la historia".