Que la violencia no sea la única salida
El triste episodio de Villa Gesell ha dado lugar a un sinnúmero de interpretaciones y silencios. Algunos temas han dominado los títulos y las declaraciones, convirtiéndose en las potenciales causas del drama: el rugby, la noche, las fuerzas de seguridad, el intendente y aun cuestiones de clase.
Como sucede tan seguido, se busca un chivo emisario que -además de facilitar el consenso en el análisis y el juzgamiento mediático- nos evite el trabajo muchas veces desagradable de mirar hacia nosotros mismos con relación a lo que nos está diciendo a todos el episodio de Villa Gesell. Es relativamente fácil desarmar algunas de las monoexplicaciones, en especial si vemos lo que sucede todos los días con episodios similares, que no son generados por rugbiers ni por adolescentes acomodados, ni en lugares donde no esté presente la policía. Por el contrario, la experiencia y las estadísticas muestran que no solo aumenta la violencia entre los jóvenes, sino también sus expresiones.
En la Argentina murieron en 2018, por agresiones, 1641 personas, de las cuales casi el 83% (1361) fueron varones; mayormente en las franjas etarias correspondientes a la adolescencia y la juventud (entre 15 y 29 años), con 694 fallecimientos. En esos trágicos episodios hay mucho material para poder profundizar el análisis hacia otras potenciales causas que excedan las más convencionales y que nos conecten con el conjunto de valores, sentimientos y actitudes que hacen que los jóvenes puedan producir estos episodios tan dolorosos.
Me refiero a todo aquello que se conoce como la "sociabilización", en la que priman la familia, la escuela y el entorno social inmediato; que no solo forman al inicio de la vida, sino que también definen -a través del diálogo y la mirada- las eventuales correcciones con respecto a las conductas que integran o marginan a los individuos. Es obvio recordar cómo han cambiado las relaciones familiares; pero no es obvio reflexionar acerca de cómo las nuevas constituciones de las parejas, y sobre todo su dinámica se conecta con la vida afectiva y social de los jóvenes .
Los niños construyen sus valores y percepciones sobre los otros y los modos de relacionarse con ellos por una combinación de lo que sienten y lo que ven en su entorno cotidiano, en el que la familia tiene un lugar predominante.Es allí donde debería aprenderse a respetar y a amar al otro. Por eso es que las diversas formas de violencia en las relaciones de pareja, entre las que figuran no solo la violencia física o verbal, sino también el abandono afectivo, dejan huellas difíciles de superar.
Pero hay otros aspectos de la vida familiar que también influyen, tales como el diálogo cotidiano, el seguimiento, la mirada, que pueden indicar a los padres cómo es el comportamiento de los hijos en su vida de relación; sobre todo en contextos que incitan a la violencia. Los padres de los inculpados por el asesinato de Fernando son los que dirán si miraron y escucharon a sus hijos para saber si estaban en una onda de violencia que podía terminar como terminó.
Pero para nuestra sociedad sería mucho más importante si la pérdida de esta vida sirviese al menos para abrir conversaciones en todos los ámbitos sobre estos temas -que a veces se califican como "antiguos"- y que se trabaje para ayudar a que las familias sepan y puedan introducir el cariño, la escucha, el diálogo y la ayuda en las relaciones con sus hijos. Y si la familia no existe, para que haya otros espacios comunitarios en los que los chicos puedan mirar, aprender y reflexionar para que la violencia no sea la única salida. Todos los espacios públicos deben y pueden hacer algo en estos temas esenciales para la construcción de una vida digna y una comunidad sana.