Que la batalla de las palabras no se traslade a la calle
Funcionarios y prensa deberían procurar reemplazar la dinámica de la confrontación pirotécnica por argumentaciones serenas que procuren soluciones
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Mucho se ha hablado en la semana que pasó del taxista entrevistado en una estación de servicio por C5N que, al contar sus recrudecidos padecimientos económicos –ahora agravados por el severo ajuste del nuevo gobierno–, rompía en llanto, pero que hacia el final de la nota parecía tentado. Creyendo que la cámara ya no lo tomaba, llegó a reírse sin disimulo, ante cierta incomodidad de la movilera y del personal en el piso, que le advertían que todavía estaba en el aire. “Yo soy de C5N, los veo todas las tardes”, remató Juan Bautista Morel, para colmo, inmediatamente antes de alejarse.
¿Nervios o mala actuación? La patria mediática polemizó al respecto: el canal kirchnerista, con una ardorosa defensa de la veracidad de la nota; de la vereda de enfrente, con burlas y memes sin fin. Un detalle no menor: la cuenta de Javier Milei reprodujo el tuit del periodista Luis Gasulla que denunciaba “el relato al desnudo” y adjuntaba el malogrado video. El Presidente tiene que cuidarse con sus tuits y RT: ya no es el panelista escandaloso que supo ser, con licencia para decir cualquier cosa. Su palabra ahora pesa y repercute de otra manera. No debe olvidarlo por nada del mundo.
Si hay algo que llamó la atención en estos primeros días de la flamante administración es que, ante la requisitoria periodística al paso en la calle, una porción llamativa de entrevistados, sin desconocer la compleja situación para sus castigados bolsillos, expresaban su apoyo a las duras medidas que comenzaron a implementarse.
Más significativo que el señor que pasó del llanto a la risa sin escalas fue la nota que también C5N realizó en vivo entre los pasajeros de un tren: cuatro personas no quisieron responder, pero las cinco que sí lo hicieron destacaron la necesidad del drástico cambio en marcha. También salieron TN y Crónica TV, entre otros medios, a hacer sondeos callejeros por el estilo y las respuestas obtenidas fueron muy similares: plena conciencia y conocimiento de las decisiones ya comunicadas y la necesidad de bancarlas, pese al sufrimiento, para ver si en un tiempo significan un alivio a la situación de catástrofe en que dejó las cuentas el cuarto gobierno kirchnerista.
Si ya resultó llamativo que casi un 56% del electorado inclinara su voto hacia el candidato que en la campaña electoral no disimuló nunca el plan durísimo que pensaba ejecutar, no deja de sorprender que cuando el draconiano plan empieza a rodar y la inflación se profundiza, el ciudadano de a pie se mantenga firme, como cuando votó la última vez, bancando ese escenario ante las cámaras de televisión con tal convicción. Un contrapunto marcado con las organizaciones sindicales y piqueteras que salieron a pegar duro pocas horas después de que comenzara la nueva gestión, que hoy cumple su primera semana en el poder.
Alfredo Leuco subrayó una contradicción interesante desde la pantalla de LN+ al preguntarse en voz alta por qué se les daba tanto espacio en los medios a expresiones que en las urnas obtienen resultados tan insignificantes, lo que sobredimensiona sus puntos de vista al equipararlos con las voces que, en cambio, sí recibieron un abrumador respaldo popular. La dinámica de confrontación instalada en las señales de noticias –que replica con matices la belicosidad de las redes sociales– se vale de esos contrastes sin importarle mayormente cuán dispar sea la relevancia real de los contendientes.
El protocolo antipiquetes, anunciado con bombos y platillos por la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, fogonea esa pelea desigual que los medios audiovisuales ponen en un pie de igualdad para denostar a un bando o a otro, según su inclinación ideológica. Instalan así una pelea que es más virtual que real y del todo ajena al común de la gente.
Tensar al máximo en vísperas de otro aniversario del luctuoso 20 de diciembre de 2001 también es jugar con fuego y darles aire a dirigentes que no tienen empacho en exponer a adultos y menores de humilde condición como carne de cañón. Eduardo Belliboni, del Polo Obrero, habló de que Milei tiene “planes de asesinato”. El gobernador riojano, Ricardo Quintela, no se quedó atrás y dijo que el nuevo presidente producirá un “genocidio social”. Cuidar las palabras en un momento tan delicado resulta indispensable, más allá de cualquier bandería.
El oficialismo y sus aliados deberían dar el ejemplo sin caer en provocaciones parecidas que solo complican encontrar la salida de los problemas pendientes. El diputado José Luis Espert, por ejemplo, debería archivar, en vez de reflotarla una vez más, su deplorable consigna “cárcel o bala”. Pasar de los insultos y de las declaraciones incendiarias a las argumentaciones fundadas ayudaría, al menos, a transitar estos tramos amargos con una mayor e imprescindible serenidad.