¿Qué hará la prensa ante los líderes extremos?
Tal vez por el pecado de no ser especialista en algo, o por el atrevimiento de interesarme por casi todo, estas columnas suelen oscilar entre el comentario de la actualidad política y el relato de vivencias personales que presumo universales. En unas me muevo en el orden de las ideas y la opinión; en las otras, en el de la experiencia y la narración. En el caso de las segundas, cuando hay suerte, en sus comentarios muchos lectores narran episodios de su propia vida que completan y enriquecen lo que yo pude haber escrito. Al compartir esos relatos, dialogan entre ellos, con independencia ya del texto original, cuya virtud, en todo caso, es habilitar ese espacio común sin habérselo propuesto. En la experiencia nos encontramos. Nos comunicamos. Eso, en la opinión, es diferente. Más allá de las identificaciones, la opinión siempre suscita algunos enojos o réplicas airadas. No es raro, porque juzgar es ya de por sí algo antipático. Supone además un grado de interpretación que invita al disenso. Como sea, ese debate que se abre en el foro en esos casos suele ser muy rico cuando prevalecen la buena fe y los argumentos. Y no son pocas las veces que los lectores señalan errores de apreciación o abren perspectivas válidas que al escribir yo no había advertido.
En la última columna me referí al altercado de Trump con el periodista de la CNN que lo apuró con el drama de la caravana de hondureños que está llegando a los Estados Unidos. El modo en que le fue arrebatado el micrófono a este último tuvo tal fuerza simbólica que me centré en la reacción de Trump y nada dije acerca de la actitud del periodista. Varios lectores me reprocharon la omisión. Nada justificó la prepotencia del presidente, pero es cierto que el periodista perdió la línea y cometió el error de polemizar con Trump. En una conferencia, el rol de la prensa es hacer preguntas. Cortas y certeras, para que las contradicciones afloren en la respuesta.
Es difícil para la prensa mantener la compostura ante los abusos de poder, pero es necesario. Hoy más que nunca. A lo largo de todo el globo hay presidentes autoritarios tratando de neutralizar la credibilidad de la prensa seria, cuyo trabajo, cuando es riguroso, se interpone en el camino de sus ambiciones totalitarias. Esto ocurre incluso en muchos países de tradición republicana, con un agravante: estamos inmersos en un sistema mediático que favorece esas intenciones aviesas. No solo por la velocidad con la que corren por las redes sociales las noticias falsas, sino también por el modo en que los medios periodísticos compiten por mantener su vigencia en un terreno en perpetuo cambio, como el mundo online.
La información ya no es lo que era. Se está volviendo una commodity. Hay una sobreproducción -en muchos casos, defectuosa o banal- en la que todo vale lo mismo. Allí, las perlas de calidad se invisibilizan en la cantidad. El exceso de información equivale a su falta (por eso treinta buenas notas valen mucho más que doscientas mediocres). Un medio está obligado a elegir, a seleccionar, de lo contrario todo, lo bien hecho y lo mal hecho, termina igualado en la misma bolsa. Y, lo que es peor, con el tiempo ya nadie nota la diferencia. Una ventaja para el poder.
Hay otra arma que estos líderes autoritarios usan, ayudados por el sistema mediático: identificar los hechos con la opinión, para llevarlo todo al terreno de la disputa discursiva. Allí todo es relativo, porque no hay estatuto de verdad. La prensa escrita ha diferenciado claramente ante el lector tres roles básicos: informar, analizar y opinar. Y lo ha hecho porque suponen funciones con un grado de subjetividad creciente, cada una con sus exigencias y sus protocolos particulares. Esto no debería perderse en la dimensión digital. Está en juego la credibilidad de la prensa.
Hay dos cosas esenciales del oficio que siempre tengo presente. Se las escuché a un periodista español, Miguel Ángel Bastenier. "Los hechos ocurren de una sola manera", decía cuando las discusiones acerca de la naturaleza de la realidad entraban en un callejón sin salida. La luz es a la vez onda y partícula, ya se sabe, pero al menos para el periodismo tengo aquella frase por buena. Bastenier también decía que la objetividad es imposible. Lo que vale para acercarse a la verdad de los hechos a la hora de informar, entonces, es la neutralidad: no preferir que las cosas ocurran de una determinada manera. Un ejercicio de desapego, la antítesis del periodismo militante.
Estas ideas cifran valores, creo, que la prensa debe preservar si pretende mantener su significancia en estos tiempos inciertos. Pero esto no es información, sino una columna de opinión, y todo lo dicho es discutible. Bienvenidos.