¿Qué hacer con nuestra crueldad? Sugerencias para honrar a Fernando Báez Sosa
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1.- Destructividad y crueldad
Auschwitz y tantos otros ámbitos de degradación y tortura son extremos de la crueldad humana. Parecen lejanos y ajenos hasta que nos animamos a escuchar a sobrevivientes o visitar esos infiernos. Pero cada tanto, acontecimientos como el asesinato de Fernando Báez Sosa, desenmascaran nuestra capacidad de destructividad personal, grupal y social. Y también, nuestra crueldad. En las últimas semanas, cientos de horas de radio y televisión, han descripto lo que sucedió hasta los mínimos detalles. Incontables veces han repetido los videos de su asesinato. Cientos de miles han seguido con expectación el juicio y han esperado con ansias conocer, en directo, el veredicto de los jueces. Nada que envidiar a las antiguas ejecuciones por la horca o decapitación, destinados al escarmiento público y al control social, pero también, ofrecer al pueblo la oportunidad de satisfacer deseos de venganza en manos de las fuerzas del “orden”. Nuestra destructividad a veces se convierte en crueldad. Con Fernando fueron crueles. No existe forma de edulcorarlo o minimizarlo. Los causantes tienen que “pagarlo”. Cientos de voces, amplificados por los medios, han despertado las potencias conscientes e inconscientes de la sociedad en su faceta de destructividad. Millares desearon que las condenas sean las más severas posibles y que se “pudran” en la cárcel. Que “paguen” con su vida haber cercenado la vida de Fernando. Posturas y sentimientos que se diferencian de los que mataron en que delegan su capacidad de destruir y eventual crueldad en las fuerzas punitivas del Estado. Esta forma de destructividad está avalada socialmente, es “justa” porque es lo que “corresponde”. Mientras la crueldad de los que mataron es condenada evitando la impunidad (menos mal) la otra es defendida, promovida, es políticamente correcta: ¿hiciste daño? El Estado, en representación nuestra, te hará daño ¿Mataste? El sistema punitivo se encargará para que la pases lo peor posible. Destructividad y crueldad social: una forma “lógica” y a la vez siniestra de perpetuar la cadena de acciones destructivas. Pocas propuestas que la cuestionen, ninguna para su transformación. Mientras tanto, como único resultado, miles de horas, de días, de meses y años, echados a perder, generando dolor y muerte en lugar de aprovecharlas para reparar de verdad, nada que implique construir donde se destruyó. A la crueldad, más crueldad. Más tragedia sobre la tragedia. Somos una especie con una sorprendente capacidad de destrucción y crueldad. Evidente en los que dañan y matan; enmascarado muchas veces en tantos que piden “justicia” como un modo solapado de venganza; presente en cada ser humano -¡yo también!- en nuestra capacidad de destructividad. ¿Y entonces?
2.- Honrar a Fernando ¿Es este el modo inteligente de sacar provecho del horror? ¿Qué sería en verdad “hacer justicia” a Fernando? ¿Que los victimarios vivan penando y sufran a perpetuidad? ¿es este el modo de buscar una reparación o una compensación? ¿A quién le sirve de verdad promover castigos que comiencen y terminen en sufrimiento? ¿no convierte a los victimarios en víctimas eliminando en ellos su responsabilidad de reparar y transformar los delitos cometidos? Y a nosotros como sociedad ¿nos mejora en algo? Sí, en tanto no deja un crimen impune. Pero en lo más profundo, ¿aprendimos algo? ¿nos transformó en algo mejor? ¿Qué hacer para que la muerte de Fernando transforme a los victimarios y contribuya a transformar nuestra destructividad y crueldad social? Me animo a sugerir algunas propuestas, con el fin de hacer pensar:
1.- El asesinato de Fernando pide a gritos ser una ocasión para la transformación personal. Ese sí sería un modo tangible de honrarlo. La gran mayoría de los miembros de nuestra especie desconoce la diferencia entre agresividad y violencia. La agresividad es una pulsión humana que nos dota de la potencia necesaria para cuidar y defender nuestra vida de las amenazas internas (sistema inmunológico) y externas (sistemas de cuidado y protección). También es la fuerza que portamos para sortear obstáculos, atravesar dificultades, conseguir los objetivos que nos hemos propuesto. El horizonte del buen uso de la agresividad es generar más vida para uno mismo y para otros. La violencia, en cambio, es el mal uso de la agresividad y sus consecuencias son siempre menos vida para los demás y uno mismo, generando una cadena interminable de sufrimientos, revanchas y venganzas. El asesinato de Fernando puede ser una oportunidad para revisar qué uso hacemos, cada uno de nosotros, de esta pulsión; qué factores internos y externos contribuyen a que se conviertan en violencia y, acaso, en crueldad. Todos podemos dañar, matar, querer que otros sufran. Pero esta destructividad, en un proceso, puede transformarse en su opuesto. Y podemos aprender a realizarlo.
2.- No soy quién para decir cuál es la sentencia debida por un delito. Pero la que sea, que no sea solo para penar y sufrir. Termina siendo el resultado más fácil (¿sentenciar para que el victimario solamente sufra?), más estéril (¿hacer sufrir para generar qué?), y el más peligroso (un ser embrutecido por el sufrimiento ¿acaso no se convertirá en un resentido capaz de acciones peores?). Un delito tiene que ser la ocasión para reparar, provocar de manera tangible lo contrario. Nada ni nadie devuelve la vida de un hijo asesinado. Pero sus familiares y la sociedad podrían reclamarles que realicen actos que sean lo opuesto a las consecuencias de lo que provocaron. ¿Cuándo será posible que las experiencias de la justicia “restaurativa” llegue a los delitos graves? Es obvio que no hay forma de restaurar una vida cercenada. Por eso mismo se impone la necesidad de pensar creativamente propuestas que apunten a provocar una transformación tangible que prevenga otras tragedias. Tan tangible como la muerte, pero esta vez generando un mayor cuidado de la vida. Y que esta tenga un efecto social concreto y tangible. Sí sería posible que los directamente afectados y la sociedad puedan acordar modos de convertir una tragedia en la oportunidad de evitar otras, en que todos como sociedad demos un salto en nuestra experiencia de ser humanos. Penar para reparar y transformar.
3.- Honrar a Fernando, podría ser conversar de todos estos temas en casa, con nuestras parejas, con nuestros hijos. Es desolador comprobar que muchos comunicadores exacerban la destructividad. La violencia vende. Muy pocas propuestas que ayuden a pensar. Mucho menos a transformar. Y animarnos a ir a fondo. No esquivarle el bulto. Aquello de: “¿y por casa cómo andamos?”. ¿Qué registro tenemos de nuestra destructividad? ¿Qué podemos aprender de esta tragedia? Cualquier aprendizaje nos mejora como personas y como especie.
4.- Honrar a Fernando sería que esta tragedia interpele a nuestras comunidades y grupos de pertenencia. Especialmente a colegios, clubes y organizaciones responsables de educar en el buen uso de la agresividad. Al respecto, no todo está perdido: colaboro con un Club cuyas autoridades dispusieron que durante 2023 todos los jugadores de rugby y hockey, tienen que participar de talleres de formación sobre el tema. Lo dictarán entrenadores, padres y jugadores de los planteles superiores que se prepararon durante el 2022. Y estoy seguro que estas experiencias se van a multiplicar. Te honraremos en cada Taller, Fernando. Y soñamos que tu muerte, tragedia irrevocable, se convierta en semilla de vida para cientos de jóvenes.
5.- Para culminar, lo más importante: ante nuestra especie, cuya destructividad y crueldad encuentra siempre nuevas formas perversas y terribles de manifestarse, podemos tomar dos actitudes: responder a la destructividad y la crueldad con “más de lo mismo” aceptando que haya cada vez más destrucción y más amargura. Pero también es posible otra opción: que cada acto de crueldad sea ocasión para aprender a elegir y realizar lo contrario. Aquí hasta el lenguaje se queda sin palabras: no existe un buen antónimo de crueldad. Habrá que inventar una. Mientras esperamos que alguien lo haga, me quedo con “transformación”. Hace ocho años, junto con muchos otros, damos Cursos de Formación en cárceles. Una cárcel es un infierno humano. Sin embargo, soy testigo que hay internos que quieren y están haciendo un proceso de transformación; hay personas del Servicio Penitenciario y miembros de distintas Organizaciones que aportan para hacerlo posible. Transformación que reconstruye vínculos, sana las heridas, pide perdón y quiere ponerse al servicio de otros. Si tan solo un ser humano elige transformarse, quiere decir que todos podemos hacerlo: los que han sido crueles y han destruido; también los que piensan que, hacer sufrir, incluso hasta morir, es la única respuesta posible. Ambos quedan atrapados en la irracionalidad y no generan otra cosa que mayores sufrimientos. La crueldad nos embrutece y hace claudicar a nuestra inteligencia. Elegir la transformación nos recuerda aquella estatura humana posible de alcanzar como personas y como sociedad. Que la memoria de Fernando nos ayude a pensar y elegir.