¿Qué habría pasado sin Cambiemos?
Entre los muchos éxitos discursivos de la leyenda peronista se encuentra el de haber logrado caracterizar al gobierno de Macri y Cambiemos como un fracaso. Y cuando se habla de este fracaso, se alude sin duda al tema económico, su único aspecto deficitario y controvertido en un gobierno que logró enormes avances en seguridad, infraestructura, lucha contra el narco, transparencia, medio ambiente, modernización, relaciones exteriores y energía, entre otros.
La leyenda del fracaso de Cambiemos se focaliza, necesariamente, en los años finales, 2018 y 2019, y las penurias económicas a ellos asociadas. Es una estrategia necesaria, ya que a finales de 2017 el gobierno descripto por el peronismo como insensible y tecnocrático (“gobierno de los CEO”) llevó al país a los menores índices de pobreza (25,7%) e indigencia (4,8%) registrados desde 1995. Fue también a fines de 2017, en aquel diciembre de la reforma de la fórmula jubilatoria, el ataque con 14 toneladas de piedras al Congreso, el intento de golpe parlamentario y la mesa del 28 de diciembre, que se produjo el cambio de tendencia. El gobierno se mostró débil e incapaz de llevar adelante el programa de reformas (jubilatoria, fiscal y laboral) que la economía argentina necesitaba para desactivar la bomba de tiempo heredada en 2015, el mercado tomó nota de la situación y respondió con las corridas cambiarias de 2018, y Cambiemos nunca más logró recuperar la iniciativa.
Es discutible, pero razonable, acusar a aquel gobierno de incompetencia macroeconómica. Son malintencionados y contrarios a los datos y las cifras la insistencia de unos en decir que no se había cambiado nada y la recurrencia de otros en señalar los sufrimientos económicos posteriores a la corrida cambiaria como producto de la insensibilidad gubernamental. Especialmente despreciable por parte de un partido, el peronismo, que carga sobre sus espaldas los mayores ajustes socioeconómicos (1975 y 2002) de la historia argentina. Se trata del reverso negativo de la leyenda peronista, que no solo asegura que los días más felices fueron, son y serán peronistas, sino que sostiene que los días más infelices son culpa de la maldad antipatriótica de quienes, por motivos inconfesables, se oponen al movimiento nacional y popular.
Lo que nos lleva a la pregunta: ¿qué habría pasado sin Cambiemos?, uno de los interrogantes a los que intento responder en mi nuevo libro Los días más felices. El modus operandi económico de la Leyenda Peronista. En efecto, ¿qué habría pasado si hubiera ganado Daniel Scioli y gobernado entre 2015 y 2019? La forma más honesta de resolver este contrafáctico es suponer que Scioli habría continuado la línea de la administración precedente, de la que formó parte, y obtenido similares resultados económicos al segundo gobierno de Cristina, cuando el boom de las commodities había terminado. Siempre es posible pensar que Scioli habría hecho otra cosa; pero es lo mismo que muchos aseguraron de Alberto Fernández, que incontables analistas anticiparon como un hombre moderado, racional y capaz de ponerle límites al kirchnerismo.
Y bien, ¿qué habría pasado sin Cambiemos? ¿En qué situación se encontraría hoy la economía si durante el período 2015/2019 los resultados obtenidos hubieran sido similares a los de 2011/2015? Los contrafácticos son imprecisos y arbitrarios, pero útiles. En este caso, sirven para caracterizar a la economía del gobierno de Cambiemos como lo que fue: un accidentado aterrizaje que dejó golpeados, mareados y disconformes a muchos pasajeros pero evitó una catástrofe mucho peor.
Un primer punto de vista comparativo es ese: basta recordar las veces que la Argentina enfrentó una combinación como la dejada por el peronismo en 2015, con un déficit fiscal mayor al 6%, déficit primario cercano al 5%, default, cepo, atraso cambiario y tarifario, doble tipo de cambio, déficit energético y comercial, reservas netas agotadas y pobreza, indigencia e inflación crecientes. Basta ver lo sucedido en 1975, 1981, 1989 y 2001, con gobiernos de todos los colores, para obtener un primer punto de comparación.
Un segundo punto comparativo se obtiene reemplazando las mejoras macroeconómicas de 2015-2019 por los retrocesos del gobierno peronista anterior, 2011-2015. El resultado es apabullante. En este caso, si hubiera gobernado Scioli y lo hubiera hecho como Cristina, la presión tributaria neta sería hoy 20% mayor; el gasto público, un 25% mayor; el tipo de cambio real multilateral habría descendido a 54,3 (mucho más allá del récord de 68,5 de octubre de 2001, dos meses antes de la explosión de la convertibilidad); el déficit primario y el fiscal andarían por el 15% del PBI (más lejos que en las debacles de 1975 (-12,1%), 1981 (-11,3%), 1989 (-8,5%) y 2001 (-7%); las reservas netas del Banco Central serían negativas por unos 33.000 millones de dólares (el Estado se habría apropiado del total de los ahorros depositados en los bancos por los argentinos); el déficit energético nos llevaría a gastar unos 7000 millones de dólares en importación de combustibles y el saldo comercial se habría invertido, pasando de los 14.750 millones de dólares de superávit de 2021 a 17.098 millones de dólares de déficit. Con cepos de todo tipo, doble mercado cambiario y restricción de las importaciones. Una nueva bomba de tiempo pensada para estallar en la cara del próximo gobierno.
Diga lo que diga el sentido común instalado por la leyenda peronista, la diferencia entre el país actual y el que existiría sin el aterrizaje forzoso de 2015-2019 es abismal. Todas y cada una de las cifras que se habrían obtenido con una continuidad de gobiernos peronistas de 2002 a 2021 –es decir: sin Macri ni Cambiemos– corresponden a un escenario de implosión; una implosión peor que la de 2001 y que se habría producido hace ya mucho tiempo sin los colchones fiscal, comercial, energético, cambiario, tarifario y monetario dejados por Cambiemos, y liquidados por Fernández y Cristina en dos años de gestión.
Triste, solitario y final, Alberto se debate hoy entre los estertores de una alianza política y un modus operandi económico insustentables, que fueron pensados para ser impulsados por permanentes vientos de cola y se llevan muy mal con los recursos limitados que generan. Pobre Fernández, ya nadie habla de neomenemismo, ni destaca su moderación, ni piensa que puede ponerle límites a Cristina. Ya nadie escucha, tampoco, lo que dice, a menos que sea para indignarse.
¿Hasta dónde avanzará la extracción de recursos de la Argentina productiva por parte de la patria subsidiada? ¿Cómo se resolverán los enormes desequilibrios acumulados en estos años? ¿Será este el último gobierno kirchnerista, el último gobierno peronista, el último gobierno populista o, al menos, el fin de la hegemonía peronista? ¿O acaso no sucederá nada de eso y el peronismo reelaborará su leyenda, designará los nuevos responsables de las catástrofes que nuevamente ha generado, proclamará que esta vez sí ha vuelto el verdadero peronismo, designará sus nuevos representantes y sus nuevos embajadores y resucitará, proclamando que volvieron mejores para continuar siendo el eje alrededor del cual gira la Argentina desde 1945? Nadie puede responder a estas preguntas porque el futuro está intrínsecamente abierto y porque en el país después de Perón (d. P.) las previsiones de largo plazo no alcanzan a cubrir ni la semana que viene.