Que esta vez la manzana caiga hacia arriba
Hoy pasa esto porque ayer pasó aquello: el único modo de encontrar sentido es establecer una cadena de causas y consecuencias entre los hechos. A veces la relación entre un hecho y aquello que lo provoca es evidente, pero otras ese hilo que une los acontecimientos se encuentra velado y eso abre la puerta a múltiples interpretaciones. La riqueza de un mundo insondable ha dado pie a expresiones sublimes de la poesía y la filosofía, pero al mismo tiempo habilita la manipulación de quienes, malversando ese espacio indefinido, tejen relatos que no buscan aproximarse al modo en que suceden las cosas, sino el propio beneficio. Hay entre nosotros excelentes ejemplos.
Nadie en su sano juicio discute las reglas generales a las que ha llegado la física mediante la observación de la realidad. Pero cuando se trata de asuntos humanos la cosa es distinta. Ahí cada cual, en forma sincera o movido por oscuros intereses, quiere imponer su versión como medida inapelable de la verdad. Piense en la última discusión que tuvo con su pareja. O vea los debates en el Congreso sobre el proyecto de ley con que el Gobierno quiere desregular la economía y reformar el Estado.
A no dejarse engañar, entonces. En un presente vertiginoso, quizá convenga atenerse a ciertos principios de las ciencias duras universalmente aceptados para interpretar correctamente fenómenos que, de tanto que nos afectan, podrían llegar a obnubilar nuestro entendimiento. La inflación, por caso.
Supimos ayer que el alza de los precios en diciembre fue del 25,5% y que el índice anual alcanzó el 211%, el pico más alto desde 1990. Ante ciertas voces del peronismo que le quieren adjudicar semejante récord al nuevo gobierno, viene al caso la primera ley de Newton: “Todo cuerpo persevera en su estado de reposo o movimiento uniforme y rectilíneo a no ser que sea obligado a cambiar su estado por fuerzas impresas sobre él”.
Imagine un ómnibus que pisa la banquina, se despista y entra a rodar barranca abajo a velocidad cada vez mayor a causa de la pendiente. Pero hete aquí que los conductores responsables del despiste saltan cobardemente del bólido, se lavan las manos y dejan a los pasajeros librados a su suerte, camino al abismo, mientras un conductor novel toma el volante y activa el freno de mano para contrarrestar una inercia feroz que los tira indefectiblemente para abajo.
Los que han causado el desastre han dejado la escena. Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa se esfumaron. Están borrados. Han hecho la “gran Casildo Herreras” en versión K. La inflación que provocaron es para ellos un dato en los diarios. No la asumen ni la sufren. Pueden regalarse una cena de 600 euros en un hotel madrileño de lujo para celebrar el fin de año, como hizo el expresidente. Y tantas cosas más. Todo con el fruto obtenido por los servicios prestados, y no precisamente al pueblo. Aunque no se los vea, es preciso recordarlos. Unir causas y consecuencias. De eso depende el sentido de estos meses duros y nuestra suerte.
¿Y el nuevo conductor? Tiene a su favor que busca atacar el origen del síntoma –el déficit fiscal provocado por un gasto público desmadrado– y no el mismo síntoma, como hicieron los otros al darle a la maquinita y pisar precios con el único resultado de acrecentar la inercia inflacionaria. Sin embargo, hay decisiones y actitudes del Presidente que plantean grandes dudas.
Por ejemplo, el nulo compromiso que su gobierno muestra hacia el juzgamiento de los actos de corrupción del kirchnerismo. Al quitarles a la Oficina Anticorrupción y la Unidad de Información Financiera su rol de querellantes en las causas de corrupción, el ministro de Justicia habló de “guerra judicial”, un modo de avalar la teoría del lawfare que esgrime Cristina Kirchner. El Gobierno no parece entender que la lucha contra la impunidad es tan importante como el orden en las cuentas a la hora de garantizar la seguridad jurídica, imprescindible para la recuperación del país.
Por otro lado, el inadmisible agravio del Presidente contra Silvia Mercado trajo a la memoria los insultos que prodigaba durante la campaña. La trató de “mentirosa serial” al desmentir una información sobre la localización de sus perros que la periodista había dado basada en sus fuentes. Más allá del caso, preocupa el acto reflejo: Javier Milei ve mala intención en todo acto que por alguna causa lo contraría. Al no aceptar la posibilidad de un error o un malentendido, al no considerar la eventual intención constructiva de una opinión diferente de la suya, excluye la buena fe. Para él los periodistas “operan”. Detrás de cada crítica ve la conspiración de un supuesto enemigo y se erige en iluminado que lucha contra las fuerzas del mal.
Por eso, entre otras razones, acotar en el Congreso la delegación de facultades que el Presidente pretende resulta tan necesario como acompañar de modo crítico sus reformas económicas de fondo. Al menos en esto último hay que apostar al milagro: terminar con la inflación en la Argentina acaso sea lograr, por primera vez, que la manzana de Newton caiga hacia arriba.