Que esta no sea solo una crisis más
Fue John Fitzgerald Kennedy quien popularizó la idea de que la palabra crisis escrita en chino está compuesta por dos caracteres: uno representa peligro y el otro, oportunidad. Los sinólogos han criticado esta interpretación por antojadiza pero, más allá de lo que digan los chinos, lo cierto es que las crisis en general conmueven los cimientos de las sociedades y actúan como catalizadores del cambio buscado y pensado (o bien de esa forma azarosa de cambio llamada cataclismo).
Medidas impopulares, impensables en tiempos normales son admitidas más o menos pasivamente durante una situación crítica. La pandemia del Covid-19 que estamos viviendo nos brinda muchísimos ejemplos al respecto. Y también del oportunismo de los gobiernos para aprovecharse de la emergencia e implementar sumariamente decisiones polémicas que en nada tienen que ver con la crisis sanitaria.
Es innegable que las crisis rompen las burbujas de la auto confirmación social y así facilitan la adopción de nuevas ideas. La forma de trabajar o estudiar adoptó en estos pocos y largos meses de pandemia tecnologías que ya estaban disponibles hace años. El mercado se está ampliando e internacionalizando y las legislaciones de muchos países tendrán que adaptarse a esta nueva movilidad virtual de factores.
Claro que las crisis son como esas enfermedades que hacen perder de peso muy eficazmente, aunque nadie le recomendaría a uno enfermarse para adelgazar. Y por el otro lado, que sean una oportunidad para aprovechar el cambio ineludible es solo una posibilidad teórica, no una necesidad. La historia de la Argentina reciente, pletórica en crisis abismales que suceden cada diez o veinte años, sirve como contraejemplo. Aquí las crisis no han sido nada más ni nada menos que eso, una crisis pero con la consecuencia de dejar cada una diez por ciento de gente adicional bajo la línea de pobreza.
Será que no podemos encontrar la “oportunidad en el peligro” porque nuestras crisis son más difíciles de manejar, será porque tenemos menos margen de acción, porque los incentivos políticos y de diseño institucional nos atrapan en el cortoplacismo. Nos acostumbramos a estar corriendo siempre detrás de las urgencias.
¿De quién depende que esta vez, al estar no solo frente a una crisis nacional sino global, esta coyuntura crítica pueda ser aprovechada positivamente? En teoría también aquí hay dos planos: uno es el del conocimiento (el saber qué hacer); el otro el de los intereses (resignar algo para poder estar mejor a futuro). La desconfianza mutua ha generado un circulo vicioso donde cada vez estamos peor y el Gobierno ha hecho todo lo posible para aumentarla. Al mismo tiempo, la grieta juega muy en contra para que surja esta confianza, que solo puede ser producto de una voluntad política generosa y trascendente.
La desconfianza mutua ha generado un circulo vicioso donde cada vez estamos peor y el Gobierno ha hecho todo lo posible para aumentarla
Pero, así como en todos los países existe un Gabinete de Crisis para enfrentar la emergencia, este tendría que estar complementado con un Consejo de Planificación Estratégica que convoque a la dirigencia política, económica, social y a los expertos. Todos con la gran tarea de pensar qué recibirán en herencia nuestras futuras generaciones. Contextualizar, pensando el futuro, las decisiones que sean tomadas en la coyuntura, más allá de sus aciertos, generará inmediatamente previsibilidad. En esencia se trata de lograr un acuerdo político y económico amplio para acordar que políticas e instituciones hagan viables nuestras empresas, profesiones, trabajos, preparando capital humano e infraestructura para ello.
Considerar nuestra inserción en el mundo post pandemia es un punto de partida inevitable. China y en general Asia Pacífico son un polo de poder ascendente. Los Estados Unidos de todas formas siguen creciendo. El enfrentamiento tecnológico y económico entre ellos se desarrolla en un mundo interconectado como nunca antes. Es importante detectar los movimientos tectónicos de las hegemonías relativas cambiantes para ver cuál es nuestra capacidad de acción y cuáles se vislumbran como temas relevantes, por ejemplo la sustentabilidad y la economía del conocimiento, y tomar la iniciativa.
La coordinación de los funcionarios políticos con los profesionales de la diplomacia, motorizada por un enfoque multilateral, ayudarían a la integración en cadenas de producción internacional. Ya contamos con una agroindustria privada en su gran mayoría y desarrollada, aunque más no sea porque el precio de las commodities determina el tamaño de nuestra caja. Hay un gran potencial para la diversificación productiva en la bioeconomía. También hay otros cimientos sobre los que avanzar. La economía del conocimiento (software, educación, contenidos audiovisuales) es una de las que más valor agrega perfeccionando otros bienes y servicios, utilizando datos, investigación y desarrollo.
La Argentina continuará por ahora en la periferia de las decisiones que moldean al nuevo mundo, pero al ser un país “tomador de políticas internacionales” tiene que aguzar su capacidad de leer bien el contexto internacional. Cuando no lo hemos hecho, se han sufrido las consecuencias que son claves para explicar nuestra decadencia, y que nos alertan estridentemente de la necesidad de pensarnos en el mundo.
Sin plan, nos quedaremos en la peor grieta: los más favorecidos por un lado y los desposeídos por el otro perpetuando cada uno su propia especie, aunque los que más ganen serán cada vez menos.
Politóloga