Qué esperar de un nuevo período de Obama
Reinan ahora la prudencia y el realismo, aun entre quienes se alegraron o respiraron aliviados
NEW HAVEN, Connecticut.- Desde hace veinte años el estado de Connecticut viene votando a candidatos demócratas. Ese partido se había impuesto en las cinco elecciones presidenciales anteriores, y la de anteayer no fue la excepción: Obama ganó con el 58% de los votos. La Universidad de Yale también está fuertemente asociada a la centroizquierda en este país. Por ello, en el campus de la que es una de las casas de estudio más antiguas y más ricas de Estados Unidos, una algarabía que crecía a medida que se iban anunciando los resultados resultaba natural. Sin embargo, una vez asegurado el triunfo, la euforia tendía a desparecer de las conversaciones de especialistas, profesores y alumnos para dar lugar a un análisis racional de los desafíos que aguardan a este país en los próximos años.
Cuatro años atrás, la ilusión de un cambio profundo se manifestaba en forma de festejos desbordantes.
En el ámbito económico las metas pasan por consolidar el crecimiento, resolver los problemas de empleo y diseñar al mismo tiempo un sendero inteligente de reducción del déficit fiscal. Para ello será imprescindible discutir qué recortes de gastos y cuáles subas de impuestos deben tener lugar. En la arena internacional, Estados Unidos se enfrenta a una imprescindible reorganización de sus prioridades: la Guerra Fría quedó definitivamente atrás y con ella desaparecieron las categorizaciones más simples de aliados y enemigos. La victoria con la que Estados Unidos emergió de aquel mundo bipolar y equilibrado, le significa hoy una omnipresencia que la obliga lidiar con situaciones puntuales –volátiles y difíciles de definir- tanto como con cuestiones de naturaleza estructural: la competencia de China, el terrorismo, el dilema sirio, Irán, la inestable situación en Medio Oriente o el cambio climático son sólo algunos ejemplos. A todo lo anterior se le suma, además, la agenda interna de ampliación del estado de bienestar (como la reforma del sistema de salud) y la expansión de ciertos derechos civiles (matrimonio igualitario, aborto, etc.) en una sociedad que se presenta cada vez más polarizada.
Cuatro años atrás, la ilusión de un cambio profundo se manifestaba en forma de festejos desbordantes. Luego de las guerras en Afganistán e Irak y la crisis económica, el supuesto giro copernicano que simbolizaba la llegada del primer presidente afroamericano generó expectativas desmesuradas sobre la figura de Obama. Con el correr del tiempo y resultados más modestos a los esperados, ello dio lugar a cierta desilusión. Esta lección del optimismo excesivo parece asimilada: reinan ahora la prudencia y el realismo, aun entre quienes anteanoche se alegraron o respiraron aliviados. "Vuelvo a la Casa Blanca más inspirado y determinado que nunca" fueron las palabras de Obama tras el triunfo. Pero sus seguidores ya no esperan tanto del Obama-hombre: han visto cómo el propio sistema político puede esclerosar el peso de ciertos intereses e impedir la modificación del statu quo, aun en medio de situaciones excepcionales.
Reinan ahora la prudencia y el realismo, aun entre quienes anteanoche se alegraron o respiraron aliviados.
Refiriéndose a su admirado Bismarck, el ex Secretario de Estado Kissinger escribió una vez: "Una sociedad que precisa producir un gran hombre en cada generación para mantener su posición doméstica e internacional está condenada a la perdición". Hoy, en Estados Unidos, la fortaleza de las instituciones (formales e informales, tanto visibles como subterráneas) reduce sustancialmente el margen para imprimir cambios. Y ello se aplica también para sus primeros mandatarios. Obama tendrá que encarar sus retos en medio de trabas impuestas por una Cámara baja en manos de los republicanos y frente al poder que ciertos lobbies asociados a éstos últimos (la industria bélica, los medios y el sector financiero, principalmente) han demostrado. Resta ver si la relativa libertad que le otorga disponer de sus últimos cuatro años a cargo del Poder Ejecutivo resulta un contrapeso suficiente.
Debajo de este marco de aparente petrificación puede distinguirse, sin embargo, el interesante desplazamiento de algunas placas tectónicas. Una de ellas es la demográfica: los votantes negros, latinos y asiáticos ya representan el 25% del electorado, y Obama se acaba de hacer con nada menos que 8.5 de cada 10 votos en esos sectores. Esa dinámica, con un creciente peso de quienes poseen una inclinación natural hacia el ala demócrata, representa una incipiente debilidad para el futuro del Partido Republicano. Esa importante y desaventajada parte de la población parece demandar mayor protección por parte del Estado. Quizás ahí radica la clave de un triunfo que rompió con la tendencia reciente de países industrializados en crisis, en los cuales eran los partidos de oposición los que se alzaban con las elecciones.
Pero ni los votantes de Obama ni sus simpatizantes en el resto del mundo (una encuesta en 21 países encargada por la BBC, mostraba una preferencia por él cinco veces mayor a la de Romney) pueden aguardar resultados independientemente del contexto. Sí tienen, en cambio, derecho a exigir persistencia en su discurso. Lo que se dice puede no alterar inmediatamente los hechos, pero forja un marco desde el cual comprenderlos y, eventualmente, accionar. Las fuerzas actualmente vigentes previenen cambios sustanciales, pero el escenario muestra elevada fluidez. Tras la reelección podemos esperar de Obama que repita una y otra vez sus palabras. Quizás parezca poco. Pero puede ser mucho.
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