¿Qué es un clásico?
El título de esta columna no es original: es la misma pregunta que se formuló T.S. Eliot, uno de los mayores poetas en lengua inglesa del siglo XX (el otro es W.H. Auden). Para Eliot, si algo definía un "clásico" era la madurez. "Un clásico sobreviene solamente cuando una civilización es madura". Podríamos matizar que "civilización" y "cultura" no son lo mismo. Según Borges, en cambio, un "clásico" es un libro que se lee "con previo fervor y misteriosa lealtad", lo que implica una elegante perífrasis de otra palabra: "superstición".
Pero "lo clásico" no se limita a los libros ni -faltaba más- queda restringido al período histórico del clasicismo. El estatuto de la palabra "clásico" se ha vuelto muy ambiguo, y diría aun que es la más compleja de las calificaciones de un objeto o de un individuo. En otros tiempos era más fácil, porque solamente lo que era de veras nuevo podía llegar a ser clásico. El abaratamiento de la novedad nos obliga a ponernos en guardia contra ella.
Una anécdota personal. Fui hace un tiempo a una sastrería a comprar una corbata. La elección de una corbata es tan difícil y caprichosa como la de una pipa. Al final, todo se resuelve en un impulso. Elegí. El vendedor, con confianza, me dijo: "Ah, usted es un clásico". "No -le contesté con la misma entonación grave y a la vez frívola-. Conservador". "Discúlpeme -replicó-, queda mejor clásico". Lo clásico no es sinónimo de conservador, pero incluso el conservadurismo en ciertas épocas es más revulsivo que el aparente progresismo.
Me gustaría recuperar ahora una frase de André Gide: "La obra clásica no es bella más que en razón de su romanticismo sojuzgado". Es significativo que la mencione el compositor Igor Stravinski en su Poética musical. Stravinski, muy intencionadamente, agrega: "Lo que se desprende de este aforismo es la necesidad del sojuzgamiento". Stravinski piensa en Chaikovski, cuyos temas, en términos musicales, son de cuño romántico, pero no su actitud para la composición. Lo que interesa es el doble fondo de la frase de Gide, que yo pasaría en limpio así: lo clásico se constituye negando algo y en pugna con aquello que lo niega.
Nos situamos entonces un poco lejos de la nostalgia de Johann Joachim Winckelmann, el mayor historiador del arte que justamente en su Historia del arte en la Antigüedad anota: "No he podido evitar seguir la suerte de las obras de arte de la Antigüedad hasta tan lejos como haya podido extenderse mi vista. Así una amante desconsolada permanece inmóvil a orillas del mar y sigue con los ojos el navío que se lleva a su amado sin esperanza de volver a verlo: en su ilusión cree percibir aún sobre la vela que se aleja la imagen de este objeto querido". Tanto amaba Winckelmann el arte de la Antigüedad. Lo "clásico" es gesto hacia el pasado y supervivencia de lo antiguo. Estos dos términos están sumamente relacionados, porque lo antiguo y lo clásico necesitan de aquello que no es clásico ni antiguo para realizarse como tales.
Para Winckelmann, el único camino posible para ser grandes, y quizás inimitables, es justamente la imitación de lo antiguo. Con esos ojos, dice, estudiaron Miguel Ángel y Rafael las obras de los antiguos. Todos conocen la Madonna Sixtina, de Rafael, de cuyos ángeles el kitsch se aprovechó. Es un cuadro de altar pintado alrededor de 1513. Se supone que las miradas tanto del niño como del ángel de la izquierda estarían dirigidas a un crucifijo colgado frente al altar. Pero cuando el poeta Novalis vio la pintura en Dresde llegó a otra conclusión: "La poesía se parece a ese ángel que hay debajo de la Madonna, que pone su dedo significativamente sobre sus labios, como si no tuviera seguridad ante tanta belleza". La sensibilidad romántica, que encontró en la Madonna un emblema plástico, agrieta la "noble sencillez y la serena grandeza" del arte clásico, encuentra en ella una duda estrictamente moderna acerca de la posibilidad de esa belleza."Torniamo all'antico e sarà un progresso", volvamos a lo antiguo y será un progreso, dijo Verdi en una carta de 1871.