¿Qué es la democracia si no hay justicia?
A nuestro país le costó superar y dejar atrás años de ajurucidad, vulneraciones permanentes de nuestra Constitución Nacional, interrupciones democráticas a través de sucesivos y recurrentes golpes militares para poder afianzar nuestra democracia hace 37 años. Una democracia con deudas cada vez más nítidas y lacerantes.
La pobreza, el retroceso educativo, la falta de oportunidades y progreso social, nuestra larga y pesada decadencia cultural e institucional son tan funestas como perniciosas.
Nuestra deuda eterna con la clase media, motor del país, que siempre pone y pierde y nunca se la pone en valor, a quien le debemos la lucha por recuperar la democracia y hoy le debemos su persistencia por marcar el norte. Una clase media que no se resigna a perder el país, lucha por rescatarlo, marchando de nuevo en las calles con claridad frente a lo que se juega.
Se juega la Justicia. Si perdemos la Justicia muere la democracia. Sin justicia no hay democracia. La justicia afianza el rendimiento de la democracia y construye el futuro.
Es la clase media quién más conciencia tiene de esto. Por eso he sostenido que las marchas no solo mejoran nuestra democracia, sino que la sostienen y apuntalan. Logran las marchas sentar un mojón que no esconde el desafío de todos los argentinos que buscan en tan grande gesta salvaguardar nuestra mejor tradición republicana e institucional y convertirla en un punto de partida que no pueda ser modificado, suprimido ni obliterado por la vocación hegemónica autocrática, totalizadora y antidemocrática del kirchnerismo.
Funcionan, a la vez, las marchas como un mecanismo, para discutir desde allí, la democracia de los próximos tiempos que debemos concretar los argentinos. Hablo de ir por una democracia donde se conjuguen el progreso y los derechos humanos. Una democracia eficiente y verdaderamente plural.
Hoy los valores de la democracia, de los derechos humanos y su compromiso con la libertad están en juego marcadamente por un signo de búsqueda del poder absoluto del oficialismo.
Estamos viviendo un tiempo histórico trascendental, donde paradojalmente asistimos, más allá de la complejidad, la contingencia y las dificultades, al mejor momento de la democracia en el mundo en cuanto a su afianzamiento y consolidación, pero en nuestro país, el autoritarismo no ha sido sobrepasado y recrudece a través del proyecto de la vicepresidenta Cristina Kirchner que es la profundización del pasado.
Una retrotopia que busca volver antes de 1853 y 1860 y llevarnos al tiempo de la desorganización nacional, donde no había capitalismo, bancos y todavía nos regían las leyes de España y las leyes de las siete partidas; no había instituciones, leyes, ni comercio organizado, salvo el trueque.
No estamos en una etapa nueva, sino que estamos en una vieja etapa que habíamos superado que quiere volver. La del patrón de estancia que se coloca por fuera de la ley y por encima de esta. Donde el poder hace justicia porque es la justicia y dónde toda voz opositora y discordante debe ser acallada, suprimida, extinguida o aniquilada.
Cómo se resuelva la reforma judicial que plantea el Gobierno por decisión de Cristina Kirchner se resolverá cómo serán los tiempos que vienen en el país. Está en juego si la Vicepresidenta se convierte ella misma en la justicia y concreta su plan que terminará con la división de poderes y la disputabilidad del poder en la Argentina o si salvamos nuestra democracia.
Hay valores y principios compartidos por nuestra sociedad que están en juego, aún para quienes alientan y acompañan hoy la reforma judicial. Estos tiempos vuelven a mostrar como sostenía Pascal que muchas veces los argentinos mostramos la peor cara de la mediocridad del ser que es la de distraernos de lo importante.
Estás diferencias no son nuevas. Siempre han sido así y lo refleja nuestra historia. Pero hoy esta absurdidad en que vivimos adquiere ribetes dramáticos, porque nos confrontan con nuestra incapacidad para aprender cómo sociedad y crecer. Somos como sociedad lo que nos pasó y no hemos sido capaces de generar los mecanismos sociales, culturales e institucionales para evitar repetir historias y seguir disminuyendo nuestra sanidad republicana.
Nosotros hemos sido colocados por el electorado en el lugar de oposición. La oposición no es una pose, un rol, ni siquiera una función, la oposición es una institución de la democracia y una herramienta esencial de esta.
Comprendiendo está responsabilidad política del momento crucial que vive el país y el mensaje de la ciudadanía en las calles, es que debemos impedir que salga la reforma judicial y para ello es necesario hacer uso de todas las armas con que la oposición tiene a manos: exigir sesiones presenciales sin posibilidad de que nadie pueda justificar inasistencias o pedir participación vía remota, e incluso accionar el bloqueo legislativo, que está previsto para impedir prosperen malas iniciativas que ponen en peligro la democracia y esto no es obstrucción, es bloqueo legal en resguardo de la división de poderes y la Constitución Nacional.
La justicia nunca es un elemento de ingobernabilidad como plantea la Vicepresidente desde su visión hegemónica de la política y el poder. En la Argentina de hoy, aunque cueste creerlo, tenemos que explicar que tiene que haber justicia. Si aspiramos a la paz y dejar atrás los desencuentros fratricidas y si aspiramos a una democracia plena y tangible tenemos que dotarnos de los mecanismos para hacer justicia.
En la Argentina de hoy, aunque cueste creerlo, tenemos que explicar que tiene que haber justicia
Si no hay justicia quiere decir que habrá injusticia. Y si viene el tiempo de la injusticia, habrá conflictos entre los argentinos. Sin justicia, no puede haber paz ni democracia. Luego de 37 años de democracia ininterrumpida padecemos una creciente e incesante pérdida de capacidad del Estado para hacer respetar, proteger y garantizar derechos elementales como el derecho a la justicia. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta lo que ocurriría si se aprueba la reforma judicial.
El Gobierno tendrá con la justicia en sus manos poderes de dominación, que usados so pretexto de la inestabilidad que comenzaríamos a vivir, lo dotaría de un poder sin límites y a la medida de los intereses de unos pocos. Vendrían tiempos donde volveríamos a tener que luchar por la libertad porque el poder sin control siempre oprime.
Aprendimos a condenar dictaduras, pero poco hemos hecho para demandar y exigir al poder en democracia eficacia y cumplimiento de la ley.
Celebro las marchas. Las acompaño fervientemente porque la sociedad argentina está dispuesta a dejar atrás la ecuación que llevo al kirchnerismo a creer que iba a poder volver al poder para recrudecer las iniciativas que le quedaron a mitad de camino para convertir al país en Santa Cruz, esa ecuación se terminó y quedó atrás; ya no existen los tiempos de superávit de poder y déficit de ciudadanía.
La sociedad aprendió y los dirigentes políticos debemos celebrar este cambio. La sociedad sabe que si se pierde la justicia se muere la democracia.
Diputado Nacional UCR - Juntos por el Cambio