Que el pasado no nos paralice
Todas las sociedades reflexionan sobre su pasado. Los argentinos no somos ajenos a esto. Miramos puntos de nuestra historia, pero tal como sucede cuando las personas piensan su biografía, hacemos un recorte y unos fragmentos pesan más que otros. Nunca falta la referencia a años prósperos y a épocas de potencia incipiente. Tampoco esquivamos nuestros sangrientos años 70, y tenemos muy presente la crisis del año 2001. Pero a veces los argentinos somos un Jano con una de las caras tapadas: esos pasados nos paralizan, no podemos dejar de mirarlos y por eso el futuro parece algo que se nos viene encima en vez de algo que podemos proyectar confiados en nuestras capacidades de mejorar.
El recuerdo o la imaginación de una época de gloria hace esto de una manera particular. Es el relato de tiempos en los que nuestro país era un potencial "Estados Unidos del Sur", aquel que, junto con Australia, se posicionaba para ser una potencia del siglo XX. Más impactante que la percepción de los extranjeros, sin embargo, era la de nuestros tatarabuelos, que se atrevían a soñar con una Argentina a la par de los países más desarrollados. Todos sabemos que nada de eso era tan cierto, pero no sirve para sacarnos la melancolía. Y creo que, principalmente, es una melancolía de creencias que nunca se terminaron de plasmar en la realidad. Creemos que pudimos ser otra cosa, no lo fuimos, y oscilamos entre culparnos o culpar a otros por un supuesto fracaso de hace ya más de un siglo atrás. Eso nos paraliza.
También nos paraliza la macabra década del 70, muy presente en gran parte de la clase política, periodistas, intelectuales, figuras del espectáculo y demás formadores de opinión. Desde mi punto de vista, la década del 70 representa el rotundo fracaso de la política argentina para dirimir las diferencias y la apelación a la violencia como herramienta pública preponderante de casi todos los actores de la época, y en particular del mismo Estado. Es un pasado que aún tiñe las categorías de muchos que a veces parecen incapaces de reconocer que la Argentina y el mundo cambiaron. Y al estar dominados por categorías de otra época, cuesta avanzar y abrazar de manera provechosa el país y el mundo de hoy. Esas categorías nos paralizan.
Finalmente, el tercer punto preponderante de nuestra historia es la crisis de 2001, un golpe que resquebrajó nuestro tejido social y que recordamos vívidamente aún casi 15 años después. Los gobiernos kirchneristas hicieron un fuerte uso político de esa memoria colectiva, comparando toda situación negativa de sus años con una peor que hubiera ocurrido antes. El miedo a volver a una crisis como la del final del gobierno de la Alianza es, entonces, un tercer motivo de parálisis: detrás de cada cambio de políticas públicas o rumbo económico se podría ocultar una nueva caída en desgracia. En ese caso es tal vez mejor seguir apostando a lo malo conocido que comprometerse por un futuro potencialmente mucho mejor pero que por nuevo es, necesariamente, más incierto.
Toda esa melancolía y temor nos impiden, muchas veces, mirar al futuro. Pero ¿qué pasa si hacemos el esfuerzo, si nos empeñamos y miramos hacia adelante desde el presente? En su cuento "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius" Borges recuerda un experimento mental propuesto por Bertrand Russell en The Analysis of Mind. Nos invita a imaginar que el mundo surgió hace pocos minutos, y que lo que la humanidad recuerda no es sino un pasado ilusorio. ¿Qué veríamos los argentinos si tuviéramos sólo pocos minutos de pasado? ¿Con qué nos encontraríamos si el foco y la energía estuvieran puestos en lo contemporáneo?
Sospecho que lo primero que sentiríamos es alivio: se nos levantaría un gran peso de encima y muchas mochilas quedarían en el camino. Vivimos en un continente en paz, que ha tenido muy pocas guerras a lo largo de su historia y en el que los países tienen mínimos conflictos entre sí. Además, puertas adentro, encontraríamos que somos el octavo país más grande del mundo y entre los primeros 50 de 189 a nivel mundial con desarrollo humano muy alto y el más alto de América latina, según las Naciones Unidas. Mirando la situación de otros países no podríamos dejar de ver que la Argentina no sólo carece de conflictos étnicos, sino que es completamente ajeno a los conflictos religiosos. Aunque parezca imposible, en medio de un tiempo y un mundo a los que cada vez les cuesta más aceptar las diferencias religiosas, en la Argentina los católicos, judíos y musulmanes son parte de una sociedad mayormente pacífica.
Del mismo modo, nuestro país es pionero en términos de derechos de género, nadie duda de que la democracia es la mejor forma de gobierno y en la sociedad está fuertemente instalada la idea de que todos debemos poder acceder a la educación y la salud. Por otra parte, nos encontramos con un país de un envidiable desarrollo tecnológico en rubros como la biotecnología, lo nuclear y lo satelital, un país de gran biodiversidad y que presenta la posibilidad de producir sorprendentes cantidades de energía; un país que concentra algunas de las llanuras más fértiles del mundo, que posee un enorme talento humano y que aun con décadas de desinversión pública y privada es extremadamente competitivo en muchos rubros. Encontraríamos, más allá de coyunturas muy complicadas, un presente privilegiado.
En el caso argentino, llegó el momento en que Jano debe descubrirse su otra cara y no sólo mirar al futuro sino también privilegiarlo. Kierkegaard alguna vez escribió que la vida se comprende hacia atrás, pero debe ser vivida hacia adelante. Si alejamos la mirada de la melancolía y el temor aparece un horizonte de desarrollo, de posibilidades y de un futuro mejor que cualquier pasado. Sin faltarles el respeto a otros tiempos y sucesos históricos, y aprendiendo de ellos para no caer en los mismos errores, ya es hora de confiar en nosotros mismos y dar algunos pasos hacia adelante. La Argentina contemporánea, el país que habitamos en este preciso momento, es el único en el cual podemos vivir y el único que podemos proyectar. Toca vivir este presente para construir un futuro mejor. No depende de nadie más que de nosotros.
Secretario de Integración Federal y Cooperación Internacional en el Ministerio de Cultura de la Nación