Que el miedo no nos paralice
La muerte de Alberto Nisman nos conmueve, pero también nos aterra. Descubre el temor profundo de tomar conciencia de nuestro desamparo frente a riesgos posibles que adquieren certitud luego del magnicidio y con la perspectiva del atentado colectivo aún irresuelto. Cuando escuchamos cotidianamente las denuncias y las advertencias sobre acciones de organismos de inteligencia dentro de nuestro país sin que visiblemente tengan utilidad pública, comprendemos la extensión de nuestra indefensión. Como dice Hamlet, la conciencia nos hace a todos cobardes y la reacción es el miedo.
Así surge una fuerte sensación de regreso al estado de naturaleza previo al gobierno organizado en el que, según Hobbes, "lo peor de todo es un miedo continuo y peligro de muerte violenta".
El miedo limita el espíritu cívico y tememos, como Hamlet, la "arrogancia de los funcionarios" y la violencia de grupos organizados ya sean barra bravas o servicios que realizan operaciones de inteligencia. Se suma ahora la participación de fuerzas militares en la vida política, según denuncias sobre investigaciones ilegales de la vida de las personas.
El temor social frente al autoritarismo era conocido por los constituyentes argentinos, que crearon un gobierno que evitaría el miedo causado por la indefensión. La Constitución estableció garantías frente al gobierno al establecer que el monopolio de la violencia estuviera en un sistema con división de poderes, frenos y contrapesos. Pero cuando estos límites se desvanecen, el defensor de nuestros derechos se transforma en fuente de sospecha.
Normalmente imaginamos que el primer garante de nuestros derechos son los jueces, percepción que surge porque otras formas de control primordial permanecen inactivas. Es función primordial del Congreso investigar a los funcionarios. La Constitución previó su investigación y eventual sanción a través de la causal de mal desempeño como fundamento del juicio político. La capacidad de investigación del Congreso es parte inherente de su competencia legislativa y también es una forma de control del poder político.
Preocupaba a los constituyentes que las facciones disciplinadas impidieran la plena vigencia de la separación de poderes. Es esa actitud la que impide hoy que el Congreso cumpla su función constitucional. Toda investigación legislativa, y más aún la que pudiera llevar al juicio político de un alto funcionario, no puede cumplirse debido a estrictas disciplinas partidarias.
La muerte violenta del fiscal Nisman poco antes de exponer ante una comisión del Congreso sobre su denuncia por el supuesto encubrimiento de la Presidenta y otros altos funcionarios, indica no sólo su enorme coraje civil, sino también el formidable riesgo que asumen quienes defienden las instituciones. Pero ese coraje no es habitual y es normal que sintamos angustia porque su muerte nos demuestra la vulnerabilidad de la vida en la sociedad presente.
El desafío de la hora es superar el miedo que nos bloquea y nos invita a olvidar lo sucedido. El problema no desaparecerá por sí mismo. Sin una acción decisiva de la ciudadanía, en momentos en que las próximas elecciones -que podrían traer solución a estos problemas- establecerán otras autoridades, la indefensión continuará.
Muchos imaginamos que con la llegada de la democracia el coraje civil dejaba de ser imprescindible. Es verdad que el Estado de Derecho y la división de poderes no impone la heroicidad en la vida social, pero ahora una muerte brutal e inesperada, luego de una importante denuncia penal, nos impone una actividad colectiva de respeto de la Constitución. Cuando los frenos y contrapesos del poder no funcionan, el riesgo autoritario regresa. Cuenta con un fuerte aliado: el miedo que nos inmoviliza.
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