Que el letrista no se olvide de los versos de Gagliardi
Evocación del gran poeta porteño en una canción de Jaime Roos y Raúl “Tintabrava” Castro
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En 1992, cuando yo estaba empezando la escuela secundaria, mi abuelo Andrés tuvo un infarto. Eludido el infortunio, y después de unos días de internación, pasó una temporada en casa. Una noche, mi viejo llegó del trabajo y nos reunió en el living. Sacó un casete que le había regalado su amigo Gerardo Carreras, y escuchamos, los tres, una grabación de Héctor Gagliardi (1909-1984).
Desde el equipo de música, los versos en los labios del poeta evocaban esa Buenos Aires que había pateado mi abuelo, que mi viejo idealizaba y que yo, nostálgico anacrónico y precoz, extrañaba sin haberla vivido. Recuerdo ese momento mientras leo su obra completa, compilada en un formidable volumen de la Editorial Losada, con un retrato del poeta realizado por el Menchi Sábat en la portada. Tengo, también, el original de Esquinas de Barrio(1949, editorial Julio Korn), ilustrado por Ernesto Aguilar. “Pienso que Gagliardi tiene que ser de esos muchachos que han manoseado inquietos el interior de su bolsillo, donde junto al boleto de «ida y vuelta» sobre un modesto tranvía madrugador, estaban los últimos veinticinco centavos que se guardaban para el café con leche con pan y manteca en las tibias lecherías del amanecer”, escribió Cátulo Castillo en el prólogo. Sus otros libros fueron presentados por Enzo Ardigó, Benito Quinquela Martín, Alberto Vaccareza y Homero Manzi. Nada más, ni nada menos.
Unos años después de aquella escucha inicial, Jaime Roos irrumpió en mi vida como un rayo, me partió los huesos y me dejó estaqueado en el medio del patio. Cuando en Selección, una compilación de 1995, apareció esa canción que decía “Que el letrista no se olvide de los versos de Gagliardi”, no me agarró desprevenido. Jaime la compuso en colaboración con Raúl Castro, “Tintabrava”, emblema de la murga Falta y Resto, a partir de ciertos reclamos temáticos que habían recibido. Se trata de un derrotero sentimental por lugares y personajes de Montevideo, que fui decodificando con los años: menciona al barrio Guruyú, a la hinchada del Basañez (“esa que los periodistas titulan «parcialidad»”), a los mil pegatineros, al Parque Durandeau y a los hombres de corbata que quisieron ser murguistas y no fueron a ensayar.
La línea de Gagliardi la puso Castro, que ahora, desde Montevideo, evoca: “Esa canción nació de una frase de [el ex futbolista y murguista] Dalton Rosas Riolfo en la cantina del Club Tabaré. Se refiere al letrista de la murga, que es la metáfora para hablar del cantor popular, un artista que está inmerso en su tiempo. A lo largo de los años uno se va dando cuenta: los versos de Gagliardi son la simpleza y la profundidad. Una cosa para ser popular, tiene que ser profunda. Mi padre era fanático de Héctor y le agradezco eternamente que me lo haya mostrado, porque en la metodología, la forma, el arte, la estética, son una ideología. Y en Gagliardi eso era espectacular.”
A veces lagrimeando, siempre aplaudiendo. Así recuerda el Flaco Castro la reacción del público en uno de los 150 tablados de Montevideo donde se presentaba Gagliardi, a fines de los 50, en los carnavales más largos del mundo. “Era un gran recitador. Yo tendría unos 12 años y me impactó por su traje blanco, su pinta bárbara, bien porteño. Lo vi subirse e hipnotizar a los chicos, a las mujeres y a los abuelos, porque cada una de sus poesías eran un pedacito de lo que nos pasaba a todos. Es difícil encontrar en un poeta esa masividad y esa profundidad. Tal es así que el día de hoy, el cinco de enero, se multiplica en los muros de facebook su poema de los Reyes Magos.”
Tan grande fue el vínculo de Gagliardi con la ciudad, que le dedicó unos versos a sus barriadas, a la Uvita del Mercado y le hizo un guiño al Maracanazo: “(...) y allá por el barrio Cerrito, me la llevo de «taquito», dentro del área penal, para brindar entre cañas, por esa última hazaña, de tu fútbol sin igual.” ¿Cómo podría, el letrista, haberlo olvidado?