Que el algoritmo no nos conduzca
No todo en la vida es obtener un beneficio (como lo muestra el amor), pero el primer principio de la búsqueda de algún beneficio en las relaciones sociales, incluida la economía, es: “satisface un interés de otro”. Para obtener una ganancia económica legítimamente, hay que darle a otro algo que necesite o desee y que lo lleve a pagarnos por eso. Siendo eso así, no es raro que la economía digital se dedique afanosamente a detectar cuáles son nuestros intereses, gustos o deseos (mediante la recopilación de datos que reflejen las decisiones que tomamos), para luego ofrecernos eso mismo. Quieren saber lo que nos gusta, para satisfacernos, a cambio de dinero. Las redes han desarrollado mecanismos para generarnos permanentemente interés en distintas cosas, para obtener de ello datos sobre nuestros deseos. Juntando datos de millones de personas, se obtienen millones en dinero.
Ahora bien, cuando se aplica ese mecanismo a la política, los efectos pueden ser espantosos. En nuestro pensamiento político, es decir sobre las relaciones de poder y sobre las reglas de convivencia, las personas solemos querer tener razón. Entonces, si le informamos a nuestros teléfonos que algo nos gusta o no nos gusta, el mecanismo de las redes hace que nuestro teléfono nos envíe información que aplaude lo primero y ataca lo segundo. Esa secuencia natural, hace que ratifiquemos nuestros pensamientos y pensemos que tenemos razón, que los que nos gustan son efectivamente los buenos y los que no nos gustan, los malos. De ahí viene la polarización, que va creciendo hasta que en cierto momento unos ya no pueden hablar con otros o quieren matar a los otros. A veces lo hacen. Cada uno vive en su burbuja, que es un mundo distinto u opuesto al de los demás. Sin embargo, la realidad es compleja y acá, en la tierra de los mortales, todo lo bueno tiene algo de malo y todo lo malo algo de bueno.
Lo que maneja este sistema son algoritmos; órdenes matemáticas que recibieron las redes para actuar de esa forma. Debe haber pocas cosas menos satisfactorias para cualquiera de nosotros que saber que somos manipulados por otro. Entonces, para no ser tan poca cosa y para seguir siendo lo maravilloso que somos los seres humanos, debemos tener un norte: que no nos dirijan, que no nos conduzcan, que no nos gobiernen los algoritmos.
Ana Iparraguirre recordaba una declaración de Obama, que confesaba que él había creído que las redes eran una panacea para aumentar la interacción entre las personas y compartir conocimientos o sentimientos, pero ahora se daba cuenta de que lo que hacían por diseño eran fortalecer el sesgo de confirmación de que cada uno tiene razón y aumentar la intolerancia hacia los que piensen o sientan diferente. El mundo se va a dividir entre humanos siendo humanos y humanos siendo conducidos por un algoritmo inventado para beneficiar a otro.
Ser humano (así se llama uno de mis libros), implica poder oír al otro con la intención de entender su mirada y ver si hay algo valioso en ella o algo que me indique que estoy equivocado en mi criterio. Significa respetar al otro. Los liberales fundamentalmente deben respetar a los demás. Significa ser tolerante, no en el sentido de soportar a los demás, sino en el sentido de pensar que tal vez yo no tenga razón porque seguramente hay aspectos o cosas que no vi antes. El Dalai Lama decía que debíamos agradecer a nuestros enemigos, porque nos mostraban la necesidad de superar esa adversidad, lo que nos permitía crecer y porque, al final del día, no son tantos. El mecanismo para entender bien algo es escuchar a los que tienen diferentes miradas sobre eso. El conocimiento y la inteligencia son hechos colectivos, que vienen de la interacción con otros, sea en persona o por libros o películas o música o poesía o pintura. Interactuar con las personas, la naturaleza y lo sagrado es infinitamente más exquisito que el jueguito de los buenos y los malos. Entonces, si somos grandes y queremos ser humanos, respetemos la libertad propia y ajena, la persona propia y ajena, y no nos dejemos conducir por algoritmos.
Representante argentino ante el G20