Que cunda el pánico
“Tenemos descendientes que se convirtieron en afroamericanos”. (De Alberto Fernández.)
- 3 minutos de lectura'
Esta columna va en defensa de Alberto. El hombre no da más. No solo porque hay que soportar a Cristina todo el día diciéndote qué hacer por la cucaracha del control central del Gobierno, sino porque era sabido que el que vive en un pajar ve una aguja y llora. O algo así.
Que arroje la primera tijera al que nunca se le mezclaron las ideas y terminó alardeando de que en la Argentina tenemos descendientes que se convirtieron en afroamericanos, como dijo Alberto. Si no tiene tijera, es lo mismo piedra o papel, porque de tal palo buena cara; las nueces hacen ruido cuando, al que madruga, rey puesto; hoy por mí y mañana no amanece más temprano por mucho que Dios apriete y el monje se olvide el hábito y salga desnudo a la calle. Clarito y sin teleprompter.
Las confusiones de Alberto hacen acordar a aquella vieja e intrincada historia del suicida que deja una carta a un juez porque ya no sabe quién es desde el momento en que se casó con una viuda que tenía una hija que se enamoró y casó con el padre del hombre. Entonces, el tipo pasó a ser el suegro de su propio padre y su mujer se convirtió en suegra de su propio suegro. Al poco tiempo, su hijastra-madrastra trajo al mundo un varón que era nieto de su mujer, de manera que quien escribió la carta al juez terminó siendo abuelo de su propio hermano. Tremenda situación.
Nadie mejor que Alberto para que se le hayan chamuscado en el tomacorriente de 110 voltios las promesas de enchufar entre enero y febrero vacunas a 10 millones de argentinos. Ya vamos por 92.000 muertos y esto no es chiste.
Los furcios, gazapos y bloopers presidenciales tienen al menos una explicación en la historia zigzagueante de nuestro inquilino de Balcarce 50. Imágenes que vuelven repetidamente a su memoria y conspiran contra la claridad del estadista. Si hoy tenemos descendientes que se convirtieron en afroamericanos es porque mucho antes de ser presidente, un sorteo convirtió a Alberto en defensor oficial de uno de los integrantes del aterrador clan Puccio. Más tarde fue director de Sumarios y subdirector de Asuntos Jurídicos del Ministerio de Economía de Alfonsín; superintendente de Seguros durante el menemismo; aliado de Domingo Cavallo y compañero de lista de Elena Cruz, la pública defensora de Jorge Rafael Videla; jefe de Gabinete de Néstor y Cristina; verdugo de Cristina; socio de Sergio Massa cuando iba “a poner presos a los corruptos”, y jefe de campaña de Florencio Randazzo, antes de volver a ser cristinista de la primera hora.
Como diría la autopercibida embajadora en Rusia, Alicia Castro, “hay que entrar en pánico”. Sí. Y no solo por la nueva variante del Covid.