¿Qué cambió durante estos once años del papado de Francisco?
El Papa se expresa con gestos y palabras; para comprenderlo hay que ver lo que hace y escuchar o leer lo que dice; su “agenda” habla: a quiénes recibe, a qué países viaja
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Muchos de nosotros fuimos testigos emocionados de aquel “habemus Papam” de hace 11 años. Escuchar pronunciar su nombre y verlo aparecer vestido de blanco en el balcón de la Basílica de San Pedro fue un momento emocionante que repercutió con asombro en todo el mundo. Marcó “la primera vez” en muchos sentidos: papa latinoamericano, jesuita, que adopta por nombre Francisco, que vive en Santa Marta y no en el palacio vaticano, que toma mate… Jorge Mario Bergoglio, cardenal argentino, es papa.
Pero más allá de estas cuestiones de mayor o menor importancia, no debemos perdernos de considerar las huellas profundas que está dejando en la Iglesia y en la sociedad mundial. Algo cierto es que en los inicios despertó muchas expectativas en los cristianos e incluso en sectores más indiferentes a la fe. Cuáles de estos anhelos se han colmado y cuáles no es objeto de análisis de cada uno. Sin embargo, a 11 años de su elección me animo a recoger algunas cuestiones que –entiendo– son significativas, sin pretender ser exhaustivo.
Francisco se expresa con gestos y palabras. Para comprenderlo hace falta ver lo que hace y escuchar o leer lo que dice. Su “agenda” habla: a quiénes recibe, a qué países viaja (y a cuáles no), qué situaciones le preocupan más. Unas cuantas personas públicas entre nosotros se han dedicado a criticar sus enseñanzas sin jamás darse tiempo de leer sus escritos.
A quienes compartimos la fe católica nos impulsa claramente a amar y seguir a Jesús, servirlo en los pobres y asumir decididamente la dimensión misionera de la fe. En su primer documento acerca de la alegría del Evangelio nos llama a “tocar la carne de Cristo sufriente en el pueblo” (EG 24).
Nos impulsa a la cercanía con toda fragilidad humana. De allí que nos haga ver a la Iglesia como hospital de campaña, madre tierna que sale al encuentro de sus hijos e hijas heridos y tirados al costado del camino por este sistema que excluye y destruye. Nos insiste en que el amor no es una idea abstracta, sino una realidad concreta que se nota por su presencia o ausencia.
Muchas de estas heridas existenciales están vinculadas a las crisis y fracasos en el amor y los vínculos familiares; muy pronto hemos dejado de lado en las comunidades cristianas y las diócesis sus enseñanzas acerca de los divorciados en una nueva unión que “pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral” (AL 298).
Su magisterio acerca de la casa común ha sido valorado enormemente por espacios académicos y sociales, además de otras confesiones religiosas. La naturaleza creada “tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado” (LS 76), y nos exhorta a “terminar hoy con el mito moderno del progreso material sin límites” (LS 78), instalando una clara denuncia acerca de los riesgos severos del consumismo y la mala costumbre del derroche.
Ante tantos sueños de la humanidad que se han roto en pedazos, nos alienta a que “seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en palabras” (FT 6).
También en su modo de hablar acude a expresiones sencillas, algunas de las cuales se hicieron famosas: hagan lío, callejear la fe, primerear en el amor, no balconear la fe, no te la creas, pastores con olor a oveja, Iglesia de museo… Varias veces escuché a gente común decir: “Habla como yo; entiendo lo que dice”.
Entre los logros de estos 11 años destaco la renovación de la imagen pública de la Iglesia, generando empatía con la sociedad, especialmente con los excluidos. Francisco nos está llevando a ser más abiertos a los pobres y sufrientes, y nos interpela a superar toda forma de opresión, acogiendo a quienes tienen la vida rota.
La actitud de escucha es una de sus insistencias. Está dando pasos firmes en promover la participación de las mujeres en diversos espacios eclesiales.
En nivel más interno es un hecho la renovación gradual de la curia vaticana, aunque todavía hay personas que son un lastre pesado más que discípulos en salida. Lo cierto es que está desarrollando procesos que difícilmente tengan marcha atrás. Una mención particular merecen los sínodos que ha convocado: sobre la familia, los jóvenes, la Amazonia. Y, puntualmente, desde mayo de 2021, el Sínodo de la Sinodalidad, que implica un gran cambio de mentalidad que cuesta asumir.
Pero no todo anda sobre ruedas.
Entre las dificultades de estos años no podemos dejar de ver en el clericalismo la cerrazón de quienes están aferrados a espacios de poder y tienen miedo a los cambios. Aquí encontramos una de las mayores resistencias. En la Iglesia hay personas que no quieren ir a la raíz y transan con una actitud conformista con apariencia de renovación. Se escuchan voces de quienes han puesto piloto automático esperando a ver qué pasa con el próximo papa. Percibo también poca audacia en nosotros, especialmente los obispos, para seguir sus enseñanzas. Varias veces me cuestiono, ¿qué tengo que cambiar yo?
Una de las deudas pendientes de Francisco es su visita a la Argentina, que junto a Uruguay y Venezuela son los únicos países de América del Sur no visitados por él. Cuando recorro las comunidades o me reúno con referentes sociales, la pregunta recurrente es: “¿cuándo viene Francisco?”. Es difícil responder.
En varios países lo ven como un líder de paz y de justicia. Un renovador no solo en el catolicismo. Sus innumerables encuentros con referentes de otras religiones son ejemplo de diálogo y amistad sincera. Constantemente nos alienta a asumir y profundizar los sueños más hondos de la humanidad por el camino de la fraternidad universal. Los llamados continuos al diálogo y al fin de la guerra por la invasión rusa en Ucrania, y las acciones bélicas de Israel en Gaza son elocuentes. En sus gestiones por la paz ha hablado con líderes políticos de naciones e ideologías diversas. Por eso la comunidad internacional pondera su compromiso con la paz, la sensibilidad con los que padecen hambre, la cercanía con los descartados, los migrantes y refugiados.
Así como se ocupa de los graves problemas del mundo, no deja de observar su entorno más cercano. Cuando tuve oportunidad de visitarlo me han conmovido comentarios de empleados de Santa Marta, tanto de la administración como del personal de cocina, acerca de cómo está atento a las situaciones de salud de alguno de sus familiares. También los pobres sin techo que deambulan por las calles de Roma han experimentado su preocupación por generar lugares para pasar la noche, duchas, peluquería, atención médica… cuestiones concretas que necesitan quienes están en esa situación.
Hasta aquí apenas unas pocas pinceladas que brotan del cariño por el sucesor del apóstol San Pedro. Seguramente cada uno podrá agregar sus propias apreciaciones.
Arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano