Puerto Madryn: santuario de biodiversidad y meca turística
En esta región costera de Chubut se afianza un círculo virtuoso que une preservación de la naturaleza con emprendimientos económicos
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PUERTO MADRYN.- El sol y el calor son implacables, no hay señales de los vientos helados que suelen azotar la Patagonia. El azul del mar por momentos remite al Caribe. El gomón navega en busca del animal que todos quieren ver... No, no son las ballenas franca austral, declaradas Monumento Natural Nacional, que se fueron a principio de diciembre hacia otras latitudes luego de los nacimientos y apareamientos en el golfo Nuevo. Los delfines oscuros, un poco más chicos que los habituales grises, a los que también se puede ver, llegan a las costas de Madryn en busca de anchoítas, su alimento preferido. Y las salidas embarcadas son el hit del verano.
La biodiversidad marina en esta región costera de Chubut es abrumadora y un festín para los cada vez más viajeros volcados al turismo de naturaleza. Además de ballenas y delfines, se pueden ver elefantes y lobos marinos, pingüinos, orcas, cientos de aves y animales terrestres, como guanacos, en excursiones de todo tipo, según la época del año. A fuerza de conservación con áreas protegidas, de investigación constante, de concientización, el Área Natural Protegida Península Valdés (Patrimonio de la Humanidad), y Puerto Madryn se convirtieron en santuario de fauna marina de fama mundial.
No hay que navegar demasiado para ver los delfines, enseguida las gaviotas cocineras, las mismas que fastidian y atacan a las ballenas, y que sobrevuelan sobre el mar, delatan la presencia de los delfines, les quieren roban las anchoítas. Los delfines se ven de a decenas, mientras hacen piruetas y suben a la superficie para comer. Todos queremos verlos de más cerca. No se puede.
A fuerza de conservación con áreas protegidas, de investigación constante, de concientización, el Área Natural Protegida Península Valdés (Patrimonio de la Humanidad), y Puerto Madryn se convirtieron en santuario de fauna marina de fama mundial
“Hasta acá podemos llegar dice el capitán”, no podemos acercarnos más para no molestarlos. Aunque con suerte son ellos lo que se acercan a la embarcación. Lo mismo sucede en las salidas para ver ballenas que se realizan de julio a diciembre desde Puerto Pirámides. Se buscar causar el menor impacto en sus rutinas.
Un diferencial
La conciencia ecológica de la población es un diferencial. Saben que tienen un tesoro entre manos, que forma parte de sus vidas y lo tienen que cuidar, pero las amenazas a esa biodiversidad son constantes, están ahí al acecho.
Puerto Madryn y Península Valdés fueron noticia en los últimos meses por dos hechos que conmovieron a locales y se difundieron a nivel nacional.
La mortandad de 30 ballenas en pocos días en las costas del golfo Nuevo, algo inusual, causó preocupación. Los cetáceos, que pueden alcanzar las 40 toneladas, encontraron la muerte mientras daban vida, en el momento del amamantameinto de sus ballenatos, cuando más gasto energético tienen. De las ballenas adultas 19 eran hembras y seguramente sus crías también mueran, porque no las puede alimentar otras ballenas. Allí quedaron sin sus coletazos vitales, dormidas a la vista de todos, en varias playas de la zona, generando una tristeza a la altura de su voluminoso cuerpo. Después de realizarles necropsias, los investigadores determinaron que se debió a una floración algal nociva, que provocó valores muy elevados de biotoxinas del tipo paralizante en moluscos bivalvos y plancton. Y ellas comieron esos pequeños organismos. Que un desarrollo excesivo de algas, llamada comúnmente marea roja, pueda matar a la reina de los mares del sur muestra la fragilidad de los animales, a pesar de su apariencia arrolladora, invencible.
“Este excesivo crecimiento de las algas fue provocado por el vertido de afluentes orgánicos al agua, como fertilizantes que llegan por los ríos o residuos orgánicos. Como el golfo tiene poco recambió de agua, que es de apenas 5% anual, favorece que las algas se reproduzcan a niveles exponenciales. El cambio climático, el calor, también favorece el crecimiento desmedido de algas”, explica Diego Taboada, presidente del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB), que investiga los cetáceos. La institución a lo largo de su historia logró identificar a 4000 individuos por medio miles de fotos de las callosidades, que son como una huella digital, y además promueve acciones contra las amenazas hacia los animales y los océanos. Los niveles de toxicidad fueron alarmantes: de las 400 unidades ratón máximas permitidas para la pesca de moluscos se detectó niveles cercados a las 20.000 unidades y todavía se encuentran altos.
De todas maneras, más allá del impacto por las muertes y la angustia que provocó en un pueblo acostumbrado a tomar mate mientas las ve y escucha, la población de cetáceos no se verá seriamente afectada. En el último registro del ICB realizado a principios de septiembre, se contabilizaron 1420 ballenas francas en Península Valdés, el máximo número de individuos observados en 51 años de estudio.
La otra gran amenaza que se incrementó en los últimos años es la contaminación marina por plásticos procedentes de las operaciones pesqueras. Las imágenes de cientos de cajones de plástico en las costas de Península Valdés, amontonados entre elefantes marinos se viralizaron rápidamente y causaron preocupación. El sector sur de la península, por estar entre dos corrientes, favorece la llegada de los plásticos (también otros elementos de pesca y hasta bolsas de papa), que se acumularon de a toneladas, como un basurero a cielo abierto.
“Es algo relativamente nuevo, viene sucediendo en los últimos años, cuando se incrementó la pesca de langostinos en la zona –explica Taboada-. No hay control sobre la carga que llevan los pesqueros y que, por diferentes motivos, como inclemencias climáticas, mal estivo o roturas, se caen o desechan al mar. El crecimiento del microplástico es preocupante, toda la cadena alimenticia los ingiere, desde peces, aves, mamíferos y va en aumento, por eso nos empezamos a involucrar, junto con otros organismos de Chubut.”
Taboada cuenta que el ICB, desde hace tres años, participa en un programa de reciclado de las redes de pesca aportando a la economía circular, evitando que sean tiradas al mar y que enmallen a los animales, lo que les provoca heridas y hasta la muerte. El desecho de las redes, que pueden pesar 250 toneladas, en la actualidad está regulado, antes no tenían un final de vida establecido. Ahora, están abocados a que se mejoren los estándares de control sobre los residuos de los barcos pesqueros, porque no hay trazabilidad sobre lo que las embarcaciones llevan al mar ni como gestionan los desechos, que evidentemente lo hacen bastante mal.
Aunque residentes, activistas y organizaciones ambientalistas quisieron rápidamente sacar los plásticos, se determinó que se hará a partir de marzo, para no alterar el momento de reproducción de los elefantes marinos y el cuidado de sus crías, que podría traer consecuencias aún peores.
La proeza de lograr que el mar esté limpio generó el desarrolló del Foro para la Conservación del Mar Patagónico, integrado por una red de 24 ONGs entre nacionales e internacionales que trabajan por la conservación marina. Una luz de esperanza se enciende: recientemente se estableció un acuerdo con la delegación argentina de la UE de 3 millones de euros, que se desarrollará en Chubut e implementará acciones en mejores prácticas pesqueras, con un plan de trabajo a partir de marzo.
Ecosistema saludable
¿Por qué es tan importante preservar el ecosistema de Península Valdés? “Es un lugar estratégico y reconocido a nivel mundial donde la diversidad marino costera es muy importante y además hay animales de uso turístico. Hay ecosistemas similares en varios lugares del mundo, pero el acceso no es tan cómodo, cómo la Antártida o las Islas Malvinas. La península es ecológicamente una isla y se puede acceder fácilmente”, explica Flavio Quintana, especialista en animales marinos y costeros e investigador superior del Conicet Cenpat, centro de investigación de referencia en la Patagonia, que creció en los últimos años, con trabajos sobre biología y conservación.
Quintana asegura que la biodiversidad que habita en la península es un indicador de un ecosistema saludable: “Ahora funciona bien. En líneas generales son recursos que gozan de buena salud. Las especies tienen estados de conservación calificados internacionalmente como no amenazadas. En algún momento tenían estados de amenaza, pero se fueron recuperando. El pingüino de Magallanes es un ejemplo claro, hace 3, 4 años, bajó su nivel de amenaza, pero siempre hay que estar en alerta”. Península Valdés es un punto de atención a nivel internacional porque en las costas hay especies que funcionan como indicadoras de la salud del ecosistema más grande, en este caso del marino del Atlántico sur occidental.
La mayoría de los animales de la región pueden verse de cerca. Además de las salidas náuticas en busca de delfines (solo en verano) y ballenas, se pueden visitar dos importantes pingüineras. La Estancia San Lorenzo, en la península, es la más grande a nivel continental, con una población estimada en 600.000 pingüinos por temporada, que cada primavera llegan para hacer sus nidos, encubar los huevos y alimentar las crías antes de emigrar, en abril. Punta Tombo, a 170 km al sur de Madryn, es la histórica, con más de 100 años, fue la más importante, pero la experiencia para el visitante es similar. Se ven los pingüinos con su andar torpe por la playa a unos pasos, siempre manteniendo la distancia. La entrada en Punta Tombo cuesta 900 pesos por persona y el circuito es libre, una caminata de 3 km entre ida y vuelta. En San Lorenzo, una reserva privada, asciende a 6000 pesos, con visitas guiadas en horarios fijos y la posibilidad de ver fósiles marinos. Como está en la península, durante la primavera, es un buen complemento a las salidas en busca de ballenas, sin hacer grandes distancias y también disfrutar del cordero patagónico que sirven en el galpón de esquila acondicionado como comedor.
Justamente el trabajo de campo de Quintana es en la colonia de San Lorenzo, para saber un poco más sobre el comportamiento de esas aves. “Los pingüinos son una especie muy carismática. Son animales que dependen del mar. Si la gente pudiera verlos buceando, buscando alimento se sorprendería”, cuenta. Para estudiarlos les colocan bioregistradores electrónicos de altísima tecnología, con sensores que no solo les permiten saber hacia dónde migran, sino lo que están haciendo, cuánto alimento ingieren, cuánto consumen. La investigación también destierra mitos: “No son fieles toda la vida, como se dice: mantienen una monogamia serial, pero mientas les va bien. Es común encontrar divorcios”, agrega.
A las ballenas, además de las fotoidentificación por medio de las callosidades, también se les hace un seguimiento similar con un microchip que sigue su migración. Estudiar para preservar, esa es la clave.
El turismo, uno de los pilares económicos en la región, se apoya en esta biodiversidad, con estrictas regulaciones en cuento a salidas, interacción con animales y visitas a áreas protegidas. “La actividad turística bien manejada es nutritiva para educar y comprender los problemas del ambiente. Los que estudiamos tenemos la responsabilidad de volcar la información correcta a los guías, para que le llegue a la gente.”, finaliza Quintana. Y los visitantes siempre quieren saber un poco más, nadie sale indiferente después de un encuentro con la Selección del mar patagónico.