¿Puede Maduro presidir el Mercosur?
El Mercosur y sus países miembros se encuentran en un debate que ya ha sobrepasado la lógica discusión sobre si debe flexibilizar o no sus políticas para permitir el acceso (de manera conjunta o individual) a otros mercados, si es conveniente avanzar con la Unión Europea en tratados de libre comercio o si debe mirar al Pacífico. Ya sus negociaciones no tienen solamente la razonable cuestión de cómo integrar a países y pueblos que tienen más en común culturas, historias o desafíos que los intereses económicos o políticos de sus gobiernos.
Hoy la discusión imperante es más básica y hasta podríamos decir fundacional: si debe Venezuela continuar como integrante del Mercosur y (más primitiva aún) si debe Nicolás Maduro asumir por efímeros seis meses la Presidencia Pro témpore del Mercado Común.
Esta discusión, casi inimaginable para quienes durante tantos años fueron precursores y construyeron esto que hoy llamamos Mercosur, no surge, claro está, de un capricho del gobierno Paraguayo, de las preferencias electorales argentinas, de las situaciones parlamentarias brasileñas o de la convicción de gobiernos como los de Uruguay o el (espero) próximo socio pleno Bolivia.
Tiene este hecho una historia reciente y razones (si bien entendibles o compartibles por algunos) válidas cuando alguien intenta (algo poco usual) ponerse en el lugar del otro. Es entonces que me pregunto:
¿Está mal que el gobierno paraguayo, otrora opositor al ingreso de Venezuela al Mercosur y separado del mismo por argumentos más políticos que jurídicos, quiera aplicar a la República de Venezuela la misma cláusula que les fue aplicada a ellos?
¿Es inválido que Paraguay cuestione que Venezuela no cumplimenta la totalidad de los puntos a los que se comprometió cuando fue aceptado en su momento ya que (como podemos ver en nuestro Parlasur ) hace desde que ingresó que no cumple, entre otros ítems, con los aportes monetarios que el resto de los países hace con esfuerzo?
¿Es extraño que Uruguay, un país desde mi punto de vista respetuoso de las instituciones como pocos, plantee que jurídicamente le corresponde el traspaso a dicho país porque es miembro pleno y por ende es el que debe sucederlo?
¿No es válida la posición de algunos países que prefieren propiciar el diálogo en Venezuela por temor a que un aislamiento internacional de dicho país conlleve a una guerra civil o a un golpe de Estado con terribles consecuencias para el pueblo venezolano?
¿No es lógico que algunos actores no puedan tomar las actuales posiciones del gobierno brasileño como política de estado, dado que la estabilidad política de dicho país está sujeta a la situación aún incierta sobre el proceso político de Dilma y que si la Presidenta suspendida pudiera volver al poder seguramente Brasil cambiaría de opinión?
¿No deben considerarse las denuncias que la oposición venezolana viene realizando en cuanto foro internacional puede sobre la falta de garantías constitucionales y las medidas que el gobierno venezolano viene tomando?
¿Está mal que países que tienen la convicción de abrir sus puertas al mundo no deseen tener como representante máximo a un presidente que genera conflictos internacionales por doquier?
Seguramente que, aunque compartamos o rechacemos estos argumentos, se entenderán razonables las preguntas que he planteado y darán por válida la discusión sobre este traspaso, hecho inédito en cualquier asociación de países del mundo.
Ahora bien, más allá de lo que piensa y expresa cada país, hay alguien que puede y debe destrabar este conflicto y hacer llevadero este período de seis meses que quizá se pase más en discutir su legitimidad que lo que lleve el mandato: es el propio Maduro. Si Maduro brindara la confianza necesaria, como lo hizo al aceptar el resultado electoral aplastante en las últimas elecciones, el camino sería menos sinuoso.
Si se liberaran a los presos políticos en Venezuela, se permitiera a la Asamblea recuperar su rol institucional y si juntos, gobierno y oposición, cumplieran con las materias pendientes, serían seguramente bienvenidos a este Mercosur que más que nunca necesita mantenerse económicamente unido, políticamente plural y fraternalmente mancomunado.