Prohibición de las Tasers: cuando la seguridad ciudadana depende de una obstinación letal
¿Qué preferirías recibir, una bala de plomo o una descarga de Taser? En un experimento mental, cualquier persona racional, capaz de sopesar los valores en juego, aceptará la segunda opción. Elección irrefutable si la hay, se enlaza con un célebre latinismo, De duobus malis, minor est semper eligendum (“De dos males, debemos elegir siempre el menor”). Elegir el mal menor puede ser el mayor bien posible. Esta lección de pragmatismo nace, curiosamente, en el segundo libro de la Ética a Nicómaco, de Aristóteles. Pero no vamos a hablar de latinismos sino de un instrumento tan discutido como poco discutible, sobre las pistolas Taser, un acrónimo de Thomas A. Swift’s Electric Rifle y marca registrada de la fábrica Taser International.
Una Taser es una pistola paralizante que incapacita transitoriamente la transmisión neuromuscular, interrumpiendo el control muscular voluntario y produciendo fuertes contracciones involuntarias. Este dispositivo manual de interrupción electromuscular puede ser utilizado tanto como dispositvo de inmovilización como dispositivo para infligir dolor, efectos que cesan rápidamente. Sin embargo, la intención de su empleo no es infligir dolor sino poner fin a un enfrentamiento. Su alcance es de 10,6 metros, lo que significa que puede aturdir a quien recibe el disparo mientras las fuerzas del orden pueden operar de forma segura sin tener que depender de armas de fuego.
Las muertes se deben al uso irresponsable de las pistolas Taser y no a las pistolas en sí. El uso seguro requiere de capacitación policial. Por cierto, dado que causan contracciones musculares involuntarias, dichos movimientos provocan caídas de la persona que recibe la descarga. En contados casos causaron lesiones graves en la cabeza o fracturas de huesos a causa de las caídas. Cuando se usan en modo sonda, las Taser son eficaces contra personas que no sienten o no responden al dolor. Esto incluye a personas agresivas o bajo la influencia de drogas o alcohol.
Algunos eran adultos normales y sanos; otros eran químicamente dependientes o tenían enfermedades cardíacas o mentales. A pesar de estos riesgos, la mayoría de las descargas no producen lesiones graves. Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Wake Forest y citado en el libro Criminal Justice in Action: The Core, de Larry K. Gaines, Roger LeRoy Miller, y publicado en 2016, descubrió que el 99,7 por ciento de las personas que recibieron descargas de las Taser no sufrieron lesiones o apenas heridas leves.
Por cuestiones ideológicas, las autoridades se resisten a reconocer que el uso de armas Taser podría reducir el riesgo de lesiones a los agentes de policía, delincuente y personas del entorno que de no usarse una Taser, el uso de estas armas elimina el riesgo de que las personas mueran por balas perdidas en un fuego cruzado. El último caso fue el de policías que dispararon 15 veces para frenar a un hombre que intentaba atacarlos con un cuchillo, hiriendo gravemente uno de los disparos a un transeúnte. Por una ideología perversa, no alcanzaron el doloroso episodio de Chano Charpentier ni el caso mortal del policía Roldán en la esquina del Museo Malba.
Revisemos, entonces, una serie de postulados que se suelen citar, para ser comparados con la alternativa, el uso de armas de fuego.
• “En algunos entornos operativos, por ejemplo, cerca de agentes inflamables o en plataformas elevadas como balcones, techos o en la parte superior de escaleras, el uso de las taser aumenta el riesgo de una caída tras recibir la descarga”. En contrapartida, quien recibe una bala de plomo tiene garantizada la caída y, por añadidura, una grave lesión y hasta la muerte.
• “Las aplicaciones múltiples o prolongadas de una Taser pueden aumentar el riesgo de daños o lesiones graves a las personas”. Las lesiones se curan. En contrapartida, los disparos de armas de fuego suelen matar.
• “El uso puede provocar lesiones secundarias como irritación leve de la piel, ampollas, hematomas y laceraciones. Pueden ocurrir lesiones más importantes si una persona cae sobre superficies duras”. En contrapartida, el beneficio más destacado de un arma no letal como una Taser es que no causa daño físico duradero cuando se usa correctamente: la sensación es breve, mientras que una bala de plomo produce un mayor daño.
• “La desventaja de las armas Taser es que requieren una capacitación especial, a diferencia de las lecciones históricas y bien establecidas asociadas con el uso de armas de fuego. De hecho, muchos de los daños accidentales que provocan las Taser (en quienes las reciben y en los propios agentes de policía) son el resultado del uso inadecuado de los dispositivos”. En contrapartida, de incorporarse su uso, no habría tantos muertos por armas de fuego ni agentes policiales sumariados o imputados, una desventaja cuando se impulsa una política pública que victimiza al delincuente y condena a quienes nos protegen.
•”El uso de las Taser es una violación de la política de Derechos Humanos”. En contrapartida, la autorización de su uso pondría fin al negocio armamentista, los falsos programas de desarme y la reventa de armas de fuego.
No se trata del nunca mejor dicho “descubrir la pólvora”, sino de cambiar una política de seguridad que castiga a los agentes del orden, a los delincuentes y a la sociedad en general. El capricho de continuar usando armas de fuego solo puede explicarse con un axioma local: lo fácil es ser generoso con la sangre ajena.
Dra. en Filosofía, Konex de Platino en Ética, presidente de Usina de Justicia