Profunda renovación de la clase política argentina
Durante la semana, el argentino Pablo García Borboroglu ganó el Indianapolis Prize, el equivalente al Premio Nobel de quienes se esfuerzan por conservar la fauna. ¿Su especialidad? Proteger a los pingüinos frente a los riesgos de extinción. Entre la ironía y la metáfora, el hecho se superpuso con la carta de Cristina Fernández ratificando su autoexclusión de estos comicios luego de dos décadas de predominio del kirchnerismo en el escenario político nacional. Esto, combinado con las renuncias de Alberto Fernández y Mauricio Macri, conforma una situación inusual, si no inédita: estas elecciones presidenciales serán protagonizadas por un conjunto de candidatos con escasos o nulos antecedentes en estas lides. Más aún, puede que no se presente ninguna de las figuras que participaron de procesos electorales similares en los últimos veinte años. Esto implica un recambio casi sin precedentes del plantel político nacional, con una importante modificación del mapa de influencias y la oportunidad de enriquecer el acervo de ideas, visiones y estilos de liderazgo.
Reivindicando (tal vez sin ser del todo consciente) la tentación del Quijote por inventar enemigos imaginarios, los argumentos expuestos por Cristina en su misiva ratifican sus conocidas obsesiones, incluida la absurda excusa de la proscripción. En su afán de buscar aliados que disimulen su creciente soledad busca ampliar el rango de excluidos al conjunto del peronismo y de ese modo interpreta los recientes fallos de la Corte Suprema en relación con los comicios para gobernador de San Juan y Tucumán. Parece complejo tildar a los integrantes del máximo tribunal de “gorilas” cuando tres de los cuatro –Ricardo Lorenzetti, Juan Carlos Maqueda y Horacio Rosatti– tienen una indisimulada simpatía peronista (Maqueda fue senador por Córdoba y Rosatti se desempeñó durante dos períodos como intendente por la ciudad de Santa Fe y fue ministro de Justicia del mismísimo Néstor Kirchner).
Cristina también afirmó que otro motivo para no participar es que no quiere ser “mascota de los poderosos”. Suma, así, una nueva crítica a un Alberto Fernández que, inusualmente rápido de reflejos, le recordó que quien encabeza las negociaciones con el FMI es Sergio Massa. Más allá de esto, la asimetría entre la fortaleza evidenciada por la mayoría de los gobernadores y la anemia política que caracteriza al primer mandatario resultan lo más notable de las elecciones provinciales celebradas hasta el momento. Más: en muchas otras provincias que aún no llegaron al momento de la votación, sus gobernadores piensan proyectarse a nivel nacional (como Juan Schiaretti o Gerardo Morales luego del claro triunfo de su sucesor, Carlos Sadir), resistir la tentación para lograr un nuevo mandato en sus distritos (Axel Kicillof) o darse el lujo de dudar si presentarse o no, aun con buenas perspectivas (Alicia Kirchner). Otros mandatarios provinciales muestran vocación y recursos para dar batallas más importantes que luchar por sus respectivos distritos (Zamora, Capitanich y Manzur, aunque haya quedado excluido de estos comicios) o intervienen en las internas de la oposición (Rodríguez Larreta es precandidato presidencial, mientras Rody Suárez y Gustavo Valdez podrían integrar las fórmulas de JxC como vicepresidentes). Siempre aparece alguna excepción (Chubut y en menor medida Santa Fe y Entre Ríos), pero en la explicación del contraste entre un presidente tan desgastado y titulares de los poderes ejecutivos provinciales con semejante peso relativo existe un crucial componente económico.
Las cuentas fiscales de los distritos explican dicha asimetría: mientras el Estado nacional acumula un déficit no financiable, carece de moneda y de crédito y sus funcionarios peregrinan por el mundo mendigando algunas divisas, las provincias gozan, en su mayoría, de una al menos superficial buena salud financiera. Advierte Enrique Szewach: con estos extravagantes niveles de inflación es difícil saber cómo están financieramente las provincias porque licúan mucho gasto (en especial en salarios) y tienen ingresos casi indexados. Las distorsiones son tan enormes que es probable que el aparente “orden fiscal de las provincias” se deba a la nominalidad derivada de la emisión descontrolada. En cualquier caso, ocurre una situación paradojal: un primer mandatario débil necesita más dinero para conseguir apoyo y tiene menos espalda para decir que no. Si se observa la película y no solo la foto, aparece en el horizonte un conflicto potencial: en el momento en que la Argentina implemente un plan de estabilización, que obligará a poner en orden las cuentas públicas, el ajuste en las provincias será tan duro como inevitable. La fortaleza de los gobernadores –muchos de los cuales continúan reclamando más fondos, muchas veces con justicia, o señalando las asimetrías que favorecen a los habitantes del AMBA, como los subsidios al transporte o a la energía– es relativa y transitoria. Sin embargo, el establishment del poder provincial (con la parcial excepción de Neuquén) luce mucho más estable que el nacional.
El Presidente y sus predecesores no son los únicos que quedaron fuera de la contienda. La precandidatura de Miguel Pichetto no termina de tomar vuelo; Roberto Lavagna respalda a Schiaretti y su compañero de fórmula en 2019, Juan Manuel Urtubey, enfrentará en las PASO al actual gobernador cordobés. Daniel Scioli quiere participar en agosto (dependerá de lo que decida CFK) y la suerte de Massa está ligada a los dólares que consiga en las próximas semanas.
Un capítulo aparte merece la escasa fortuna de los últimos vicepresidentes. Desde la renuncia de Chacho Álvarez y con la excepción de Scioli, a partir de 2007 se convirtieron en un obstáculo indeseable o en figuras irrelevantes para sus compañeros de fórmula. Julio Cobos mantiene, incólume, su lugar en el radicalismo mendocino, pero jamás pudo materializar el capital político acumulado, tal vez por azar, durante el conflicto con el campo. Amado Boudou pasará a la historia como el primer vice condenado por un hecho de corrupción (comparte esa “distinción” con Cristina, aunque en este caso su condena no fue ratificada por los tribunales superiores). Y Gabriela Michetti reapareció por sorpresa de su temprano autoexilio para criticar a Horacio Rodríguez Larreta por su confrontación con (y a instancias de) Mauricio Macri, antes de que el expresidente decidiera cooperar para acotar las pujas dentro de JxC.
Si Lilita Carrió tampoco compite, con Eduardo Duhalde alejado de la pelea y Ricardo Alfonsín peleado con su partido y sin formar parte de la discusión dentro del FDT, en estas elecciones podríamos ver todas caras nuevas en las boletas presidenciales. El riesgo es que solo se trate de una renovación de nombres y que no emerjan nuevas ideas, proyectos y visiones sobre los problemas estructurales que arrastra el país. Las personas pueden ser parte del problema o de la solución. Pero si no enriquecemos la caja de herramientas, mejoramos los mecanismo de debate y trabajamos sobre consensos básicos, difícilmente las cosas cambien en serio.